Marineros y chóferes vuelven a ser españoles

Ni la mar ni la carretera han tenido tanto atractivo para los cántabros como ahora. Y no porque hayan variado un ápice las duras condiciones en que se realizan ambos trabajos ni porque estén mejor remunerados de lo que estaban hace años. La explicación es más simple: la durísima crisis económica y la masiva destrucción de empleo en otros sectores se han convertido en el mejor acicate para volver a actividades laborales que los españoles habían preferido evitar para dedicarse a tareas menos exigentes.
Hasta el comienzo de la crisis, el problema que tenía España no era el de cómo dar empleo a sus propios trabajadores, sino cómo encauzar la marea de inmigrantes que trataban de llegar a nuestro país desde las costas africanas o desde Sudamérica. Una de las vías que se impulsaron fue la de la contratación en origen de mano de obra para tareas que los españoles ya no querían realizar. Así, en el otoño de 2007 el Ministerio de Trabajo, ocupado entonces por Jesús Caldera, firmó un acuerdo con Senegal para formar y dar empleo a 2.700 trabajadores de ese país. Dos mil de ellos estaban destinados a formar parte de las tripulaciones de los barcos de pesca españoles ante la dificultad para encontrar en nuestros puertos pesqueros jóvenes que quisieran dedicarse a esa dura actividad.
Parte de los trabajadores senegaleses recalaron en Cantabria y continúan formando parte de nuestra flota pesquera, así como los sudamericanos –especialmente peruanos–, a los que también hubo que recurrir para completar las tripulaciones de nuestros barcos. En muchos casos, su profesionalidad les ha convertido en un activo que los armadores no quieren desaprovechar y aunque el de la pesca sea un sector de una enorme movilidad laboral, costera tras costera se han convertido en parte del paisaje humano de nuestros puertos pesqueros.
El sector sigue siendo igual de duro y peligroso, pero la larga duración de esta crisis ha cambiado mucho la actitud de los trabajadores nacionales, cuya prioridad ha dejado de ser encontrar el mejor empleo para conformarse con encontrar un empleo, y ya son muchos los cántabros interesados en volver a embarcar. Tantos que las cofradías no pueden atender las demandas de trabajo y las de quienes solicitan los cursos obligatorios de seguridad laboral que son imprescindibles para salir a alta mar.
Esta formación se imparte en la Escuela Náutico-Pesquera, en cursos que duran 15 días y tienen unos 22 alumnos. La demanda es tal que con la lista de espera se podrían llenar los cursos de los próximos seis meses.
Al menos, llegar a la Escuela a través de una cofradía tiene la ventaja de que esas peticiones de formación conseguirán preferencia frente a las que provengan de inscripciones individuales o de otros organismos.
Superada esa barrera, lo difícil es llegar a formar parte de la tripulación de alguno de los 111 barcos de pesca que componen la flota de bajura cántabra, aunque las contrataciones se hacen por costera y hasta el tercer contrato no hay obligación de convertir a los trabajadores en fijos discontinuos, por lo que es una actividad donde las caras cambian muy a menudo.
En el sector pesquero cántabro trabajan de manera directa –es decir, embarcados– unas 775 personas, repartidos en tripulaciones que oscilan desde los 16 o 17 pescadores que llevan los grandes barcos de cerco y los cuatro que, como mínimo, se exigen por seguridad en la pesca de bonito a cacea o curricán.
Si toda la marinería cántabra no suma más efectivos que una sola de las grandes fábricas es fácil entender que la perspectiva para quienes consiguen llegar a formarse en los cursos que imparte la Escuela Náutica tampoco es demasiado halagüeña: solo cinco de los 22 que reciben formación en cada curso encontrarán trabajo en un sector en el que las flotas tienden a ser cada vez más pequeñas.

La llamada del transporte

Ponerse al volante de un camión es otra de las aspiraciones que han recuperado el interés de quienes buscan una salida laboral.
A diferencia de lo que ocurría hace años, cuando las empresas de transporte tuvieron que buscar en la Europa del Este conductores dispuestos a afrontar la dureza de los tráficos internacionales, hoy son muchos los españoles que se ofrecen. Pero no es fácil, porque el paso del tiempo ha consolidado la presencia en las plantillas de los profesionales procedentes de Europa oriental, especialmente de Bulgaria, que ya traían una sólida formación desde sus países de origen y que ponen menos impedimentos a la hora de moverse fuera de nuestras fronteras.
Las empresas cántabras de transporte tienen entre 1.100 a 1.300 trabajadores haciendo recorridos internacionales y de ellos casi un 40% son conductores extranjeros. Una situación que ya no cambiará sustancialmente.
Los españoles que ahora se interesan por el sector se encuentran otro problema añadido, el encarecimiento del proceso que les acredita para conducir vehículos pesados. Ya no basta con tener un permiso de conducir para un transporte de esas características sino que es necesario que esa capacitación sea certificada mediante cursos de asistencia obligatoria y exámenes de las comunidades autónomas. Aún así, a asociaciones como AETRAC (Agrupación Empresarial de Transportes de Cantabria) le llegan numerosas peticiones de conductores en busca de trabajo, muchos más de los que las empresas de transporte pueden absorber. Tampoco cabe ya la posibilidad de concursar a plazas de conductor en ayuntamientos o parques de bomberos, porque la convocatoria de esos puestos ha caído drásticamente desde el comienzo de la crisis.
No obstante, para esos aspirantes a conductores comienzan a soplar algunos vientos más favorables. La buena marcha de la exportación, que es prácticamente la única actividad que sostiene a la economía española, comienza a reflejarse desde finales de verano en una mayor demanda de transportistas para hacer frente a las necesidades del tráfico internacional. Esa vía, la del incremento de plantillas, sería la única para renacionalizar el oficio, dado que no sólo se ha disparado el interés de los españoles por coger un volante sino que han dejado de llegar oleadas de inmigrantes que podrían competir con ellos. Por eso, es más probable que el incremento del censo de chóferes se haga con españoles y que, en cambio, no varíen sustancialmente los 558 extranjeros que ya trabajan en las empresas cántabras de transporte.
La vuelta de los españoles a la pesca o a los camiones también se está produciendo en la hostelería, en el servicio doméstico y en la atención de ancianos, si bien en estas dos últimas actividades es imposible manejar unas estadísticas fiables.
En la hostelería cántabra hay declarados nada menos que 2.200 trabajadores extranjeros, aunque también en este caso la tendencia es a la baja porque el sector sigue sin repuntar y, como ocurre con el transporte y la pesca, los nacionales ya no le hacen ascos.

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