‘Los idiomas se aprenden hablando’

P.- No para de coger el teléfono y de atender a personas que entran para informarse… ¿Es un buen momento para los cursos de idiomas?
R.- Es que ahora estamos preparando los cursos de verano y no es fácil organizar los horarios. El mío es un trabajo muy interesante y muy variado porque haces de todo: aconsejar a las personas que quieren estudiar en el extranjero, recomendarles el tipo de curso que les conviene más… Al final, soy como una especie de agencia de viajes, sobre todo, para los que quieren ir a trabajar a Alemania.

P.- Eso de que en Alemania hay trabajo para los españoles ha multiplicado el interés por ese idioma.
R.- Es cierto que se ha notado. Sobre todo, en los ingenieros que ya estaban aprendiendo alemán y que han buscado reforzar sus conocimientos con clases particulares. El problema son los que piensan que se aprende alemán en tres días. Y nada más lejos. Para trabajar en Alemania se piden niveles muy altos, al menos de un B2, y conseguirlo es una cosa muy seria. Eso ha provocado una gran desilusión en muchos candidatos que confiaban en esa salida laboral.

P.- ¿Cómo acaba en Santander una alemana como usted?
R.- Me trajo a Cantabria mi pasión por los idiomas. Había estudiado inglés y francés y quería perfeccionar mi español. Entonces me hablaron de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Vine aquí para practicarlo y cuál fue mi gran sorpresa cuando me di cuenta de que había aprendido un español muy comercial y no tenía ni idea del vocabulario que se hablaba en la calle. Ni siquiera era capaz de pedir que me ayudaran a bajar la maleta del tren.

P.- ¿De qué parte de Alemania procede?
R.- De Aquisgrán, en la frontera de Alemania con Bélgica y Holanda. Allí está la catedral de Carlomagno, del siglo VII, y se entregan unos premios que llevan el nombre de este emperador que reconocen a los políticos internacionales que hayan destacado por defender la idea de Europa. Los que somos de esta zona de Westfalia-Renania somos los menos alemanes de los alemanes. Gente más abierta, más sureña o, como se diría aquí, más mediterránea. En el Norte la sociedad es más seria y estricta.

P.- ¿Ha tenido ganas de volver sobre sus pasos y regresar a su Alemania natal?
R.- No volvería porque son muchos años y porque España es un país amable y estoy muy a gusto aquí. Las relaciones son más fáciles y no existe tanta distancia entre las personas. Llegué con 23 años y a los tres años me casé con un santanderino. Cuando estoy con mis amigos alemanes que viven en Cantabria solemos preguntarnos si volveríamos a Alemania por un divorcio o por una situación extrema, como una muerte, y casi todos dicen que no. Tú cambias y el país también y ya no es fácil encajar. Eso sí, lo que más te marca es la infancia y la juventud, por eso nunca seré española. Yo me defino como alemana españolizada, porque si ahora tuviera que comer a las 12 de la mañana gritaría.

P.- ¿Cómo empezó su vinculación con Inlingua?
R.- Fue en el 68. Fue primero un centro Berlitz, unas escuelas fundadas en Alemania, basadas en un método creado para poder hablar directamente el idioma. Con el tiempo, parte de esas escuelas Berlitz se separaron por razones de dictadura, ya que todas las decisiones estaban orientadas desde la central y crearon Inlingua, una franquicia donde cada propietario es mucho más independiente. En Santander, Inlingua nació en 1970 y yo he trabajado, durante 25 años, como profesora de alemán y francés. Después, cuando el propietario se jubiló, creamos una SL entre tres socios y pedimos la licencia. Ahora sigo como responsable del departamento de Alemán, pero me ocupo principalmente de gestionar el centro.

P.- Han pasado más de cuarenta años ¿Cómo han cambiado las cosas desde entonces?
R.- No han cambiado tanto. La única diferencia es que cuando empecé la gente tomaba clases diarias y ahora ya no, en eso se ha notado bastante la crisis. Quizá el mayor cambio en todos estos años fue hace 18 años, cuando nos vinimos a esta sede de la Avenida de Pontejos. Antes estábamos en otro punto de Los Castros y en la calle Rualasal, en el centro de Santander. Aquí trabajamos unas veinte personas, 17 de ellas profesores y algunas, como la jefa de estudios, que llevan tanto tiempo como yo.

P. – La veteranía es un grado e Inlingua fue uno de los primeros centros de idiomas que abrió en nuestra región ¿Qué explica que haya sobrevivido tantos años?
R.- Es cierto que en todo este tiempo hemos visto aparecer y desaparecer muchas academias de idiomas. Quizá lo que más nos diferencia es que solamente tenemos profesores nativos y titulados y no simplemente personas que vienen de otro país y que saben hablar un idioma. El otro gran pilar de Inlingua es tener un método propio que funciona. Desde el primer momento aquí sólo se habla en otro idioma. Nuestro eslógan es que ‘se aprende a hablar hablando’. Como ocurre con los niños, la gramática se aprende después, cuando se usa. Es como el solfeo. Nuestros grupos son muy pequeños, de menos de ocho personas. Eso garantiza que todos los alumnos participan en clase y tengan ocasión de hablar, a diferencia de lo que ocurre en un colegio o en una escuela oficial de idiomas.

P.- Al igual que la sociedad ha evolucionado, Inlingua habrá tenido que adaptarse a las nuevas necesidades de sus alumnos…
R.- Desde hace cinco o seis años ofrecemos la posibilidad de reforzar la formación presencial con clases online pero no todos los alumnos lo aprovechan. Y, hace poco, Inlingua Internacional ha desarrollado un aula virtual para poder recibir clases a distancia y en tiempo real desde el ordenador. Es una buena opción para las personas que tienen que recorrer grandes distancias, ya que Inlingua es una organización que integra a países como Mongolia, Singapur o Sumatra. No obstante, en ciudades como Santander, yo siempre recomiendo la formación presencial. Además, los profesionales que trabajan durante todo el día con el ordenador prefieren aprender idiomas viendo una cara humana.

P.– España sigue a la cola en el conocimiento de otros idiomas. ¿Están los cántabros de hoy concienciados de la necesidad de saber, al menos, inglés?
R.- Tener inglés se pide hoy como tener un bolígrafo y si uno tiene un segundo idioma, como el alemán o el chino, mucho mejor. Sí se nota que las familias cada vez hacen un mayor esfuerzo para que sus hijos aprendan desde niños y la inversión es mayor. Yo nunca he dado clases a niños, no va con mi carácter (ríe), pero me hace mucha gracia ver con qué alegría entran en clase y cómo se despiden del profesor gritando ‘bye, bye’.

P.– Tendrá muchas anécdotas…
R.- Una reciente que confirma lo terriblemente importante que es estudiar idiomas con profesores nativos. Hace poco le hicimos un test de nivel a un joven santanderino de unos 19 años y no tenía un altísimo nivel pero sí un acento perfecto. Le pregunté si había estado en Alemania y me dijo que sólo lo había estudiado en el colegio. Después de darle vueltas pensé que sólo había un centro en la ciudad donde la profesora titular de alemán era nativa. Efectivamente, resultó ser Sabine, ex compañera nuestra y profesora del instituto Santa Clara de Santander, una alemana muy activa en los intercambios con ese país.

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