Extranjera y empresaria, una suma complicada

El binomio mujer e inmigrante ya no tiene por qué asociarse con trabajos poco cualificados o de baja remuneración que las cántabras rechazan. Y es que el acceso de las extranjeras al mercado laboral va dejando de estar ligado a la limpieza o al cuidado de niños y ancianos para abrirse caminos en la hostelería, el comercio, los salones de belleza y masajes o la mediación de seguros.
Aunque muchas de estas mujeres siguen trabajando para otros, cada vez son más las que deciden convertirse en sus propias jefas. Lo demuestran los datos del Programa de Apoyo Empresarial a la Mujer (PAEM) de la Cámara de Comercio de Cantabria que en 2007 facilitó la creación de ochenta empresas, diez de ellas lideradas por extranjeras.
La mayoría proceden de países de la Europa del Este, que han desbancado en número a las latinoamericanas, el colectivo que tradicionalmente inmigraba a Cantabria. Son jóvenes –tres de cada cuatro emprendedoras tienen entre 25 y 45 años– y han recalado aquí por vínculos afectivos o familiares. La rumana Micaela Rodica vino en busca del trabajo que le había conseguido una amiga suya y su compatriota Irina Haralambie, de 28 años, lo hizo para vivir con su padre. Tanto ella como otra veinteañera, la búlgara Nora Petrova (26 años) llevan ya más de un lustro en la región.
También es habitual que su pareja sea española. Es el caso de Magdalena Anna Plachta, una filóloga polaca que conoció a su marido mientras perfeccionaba el castellano en unas vacaciones por nuestro país, o de la fundadora de ‘La Casa del Forespan’, Fidelina Figueras, casada con un descendiente de españoles.
Esta empresaria venezolana y Mª Piedad Arcila, que ha puesto en marcha una posada rural, tuvieron que huir de su país por cuestiones políticas. La vida de Piedad, fiscal colombiana, corría peligro y su marido, un guía gallego del que se había enamorado en un viaje por Europa, no pudo aguantar la presión: “Yo estaba acostumbrada pero él sufría mucho, porque en cualquier momento podían darme un tiro”, cuenta. Así que vinieron a Cantabria, donde vivía su cuñada y donde encontró el paisaje que más se asemejaba al de su ciudad natal.

Universitarias con experiencia laboral

Las mujeres que optan por el autoempleo al llegar a España suelen poseer una formación académica o una experiencia empresarial previa. De hecho, cerca de la mitad de las emprendedoras que recurrieron a la Cámara eran universitarias que llevaban menos de un año en el paro.
En Rumanía, Micaela Rodica era economista pero trabajaba como repostera, lo que le ha llevado a abrir una pastelería artesana para los rumanos que viven en Cantabria. No es la única que tiene estudios superiores. Hay una licenciada en filología hispánica y varias abogadas, entre ellas, Fidelina Figueras, que ejerció en Venezuela durante doce años como letrada de banca y aquí ha encontrado una vía de negocio en lo que hasta ahora sólo consideraba un hobby. Desde pequeña le había gustado el dibujo artístico y la fotografía de modo que, sin poder sacar partido a sus conocimientos de Derecho y con una prótesis de cadera que le impedía realizar esfuerzos, apostó por su afición a moldear figuras de forespan (corcho sintético blanco): “Venir a España me ha servido para sacar mi arte”, bromea.

Amor-odio hacia lo desconocido

La atracción de lo exótico puede ser un aliado de estos nuevos negocios pero también su máximo inconveniente. La desconfianza de la población local hace que algunas emprendedoras se muestren pesimistas: “Hay gente que quiere probar pero la mayoría son recelosos ante lo nuevo y buscan las marcas que han consumido toda la vida”, dice Nora Petrova, que ya está incorporando productos españoles a su tienda de comestibles para poder atender a la clientela de su barrio.
Otras, por el contrario, creen que la curiosidad de los cántabros hacia estas iniciativas es mayor que su rechazo: “No sabía si iba a gustar, porque las posibilidades decorativas de este material son bastante desconocidas en España. Sin embargo, vendo más a los españoles que a los latinoamericanos”, señala la dueña de ‘La Casa del Forespan’.
En general, adaptarse es una cuestión de tiempo: “La pastelería está al lado del Instituto Villajunco y, al principio, los alumnos no se atrevían a comprarnos el bocadillo. Ahora ya nos conocen, hablan bien de nosotros y cada vez tenemos más clientela”, cuenta la rumana Micaela Rodica.

Comienzos difíciles

Buscar un local, pedir permisos, negociar con los proveedores, dominar el idioma para atender a los clientes… El suyo no ha sido un camino de rosas. Pero, de entre los muchos problemas que plantea el montar una empresa, el principal sigue siendo la financiación.
Todas coinciden en que existen más ayudas que en sus países de origen pero no es fácil saber dónde dirigirse para conseguirlas.
La traductora polaca Magdalena Anna Plachta contactó con la Cámara de Comercio, con las mujeres empresarias y con el programa ‘Soy Emprendedora’, de la Dirección General de la Mujer y de estas gestiones ha obtenido 5.500 euros para pagar las cuotas de autónoma. A otras, como Mª Piedad Arcila, les bastó con dirigirse a la Cámara: “Allí me informaron sobre cursos, trámites de apertura y posibles ayudas”, comenta.
Tras un proceso burocrático que califica como ‘muy duro’, esta emprendedora colombiana va a recibir cerca de 17.000 euros con cargo a Nuevos Yacimientos de Empleo del Gobierno de Cantabria, después de haber destinado más de 30.000 a la apertura de una casa rural en Rumoroso.
Todas, salvo la búlgara Nora Petrova –que no pudo optar a una subvención pública por no cumplir un requisito (invertir en la tienda 11.600 euros en dos meses)–, han recibido una pequeña inyección económica para abrir sus negocios o dotarse de la maquinaria necesaria para echar a andar.
Nora admite estar atravesando momentos críticos: “Lo estamos intentando pero es muy difícil, porque no tenemos dinero suficiente para hacer frente a los gastos y a un préstamo que hemos pedido”, dice.
Salir a flote es tan complicado que algunas han desistido. Irina Haralambie es un ejemplo. Después de limpiar casas y de trabajar en una cafetería donde aprendió el idioma, esta joven rumana quiso poner en marcha una empresa de limpieza de interiores pero finalmente ha cambiado sus deseos de ser empresaria por un empleo de secretaria en una autoescuela santanderina.
Ahora prefiere labrarse un futuro como profesora de autoescuela: “Este trabajo me permite estudiar y hacer muchas otras cosas. Además, me he podido comprar un piso y estoy encantada”, dice.
Sigmund Freud decía que no existe el fracaso sino diferentes resultados y, con mayor o menor éxito, este grupo de mujeres han tenido la valentía de intentarlo.

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