Empujada por el Banco de España

El Banco de España no obliga, pero empuja: Las cajas de ahorros que no alcancen un volumen de negocio de alrededor de 50.000 millones de euros, tienen los días contados. La advertencia planea sobre las cabezas de todos los presidentes de cajas desde hace muchos meses, pero la mayoría ha mirado para otro lado, como si el asunto no fuera con ellos. Ha llegado el momento en el que ya no se puede eludir. Si Alemania y Francia salen de la crisis, la barra libre del Banco Central Europeo, con dinero abundante y barato para ayudar a las entidades financieras, tiene los días contados. En ese momento, el FROB español también cerrará sus puertas y nadie quiere quedarse fuera.
Caja Cantabria, como muchas otras cajas pequeñas o medianas, ha tenido que tomar una decisión muy importante: fusionarse con otras entidades, buscar una integración o desafiar al Banco de España y quedarse como está. La tercera de las opciones puede compararse a un suicidio lento.
A pesar de que la Caja pasó una inspección limpia a comienzos de año, al Banco de España le bastaría con calificar un puñado de operaciones como dudosas y forzar a que esos créditos sean dotados con una reserva de provisiones para estrangular financieramente a la entidad. El regulador ni siquiera estaría obligado a justificar por qué lo ha decidido así.

Un tamaño cinco veces superior

Con un volumen de negocio de 11.000 millones de euros, la Caja cántabra está muy alejada del tamaño mínimo que pretende imponer el Banco de España. Eso la coloca en la necesidad de buscar aliados y, además, le obliga a plantear una estrategia para no acabar en la insignificancia: En una región donde no hay más cajas, las fusiones naturales no existen y con un tamaño modesto, su posición en el mercado nacional no podría ser la de absorbente, sino la de absorbida.
En estas condiciones, a la Caja cántabra, como a muchas otras, sólo le queda una salida, buscar un pacto entre iguales o parecidas, puesto que esa perspectiva promediaría el peso de cada una de ellos en la futura entidad superior y evitaría que el proceso se convierta en una absorción pura y dura.
El presidente de la Caja, Enrique Ambrosio ha mantenido contactos con muchos otros y, aunque la entidad sostiene oficialmente que no hay ningún acercamiento especial, está más próxima a las cajas de autonomías uniprovinciales que a ninguna otra, porque las circunstancias de todas ellas son parecidas: Canarias, Navarra, La Rioja, Baleares… El proceso, no obstante, va a ser complejo, porque no basta con la unión de dos de ellas para alcanzar los criterios del Banco de España, tanto en volumen de negocio como en mejora de eficiencia, que deben resultar del acuerdo. Sobre estos dos caballos de batalla permanentes resultaría imprescindible articular una integración de tres, como mínimo, para alcanzar los 50.000 millones de negocio.

Una alianza entre iguales

En esta partida de póker, Caja Cantabria sabe que, en el mejor de los casos, su peso en la futura entidad apenas representaría un 20% y, en el caso de fusionarse con una gran entidad que pudiera aportar por sí sola la masa crítica suficiente que pide el Banco de España, a la pérdida de soberanía que va a significar la integración, se añadiría la circunstancia incómoda de convertirse en el socio pequeño. Por eso, busca la concurrencia de varias entidades de parecido tamaño, donde pueda hacer valer su estado saneado; su eficiencia, superior a la media, y su inferior morosidad.
Estas circunstancias debieran garantizar la subsistencia independiente de la entidad cántabra, pero el Banco de España parte de la base de que la crisis será larga y el horizonte de muchas cajas y bancos –de esta medicina no se libra casi nadie– es incierto, en ese caso, a partir del 2012.
El resultado de esta conminatoria política preventiva va a ser la desaparición de, al menos, la mitad de las 45 cajas que ahora hay en España y de no pocos bancos medianos y pequeños. Una estrategia que se asemeja mucho a la que se aplicó anteriormente para agrupar las mutuas patronales de accidentes y las aseguradoras.
La fórmula de la integración es, en la práctica, una fusión, aunque la Caja intenta eludir este término por las connotaciones de mera absorción que tiene en la mente de los españoles tras las operaciones realizadas por el Banco Santander, que se presentaron a la opinión pública como fusión entre iguales y acabaron por no serlo.
Las cajas que se unan en esta alianza crearán una nueva sociedad superior (otra caja) que en realidad será la única que exista a partir de ese momento. Aunque todas ellas conserven la personalidad jurídica y la marca para su ámbito regional, sólo habrá un presidente, un consejo de administración, una sede (estará en Madrid, por razones operativas y para evitar ganadores y perdedores), una estrategia y una plataforma informática. La capacidad de decisión se trasladará a la entidad futura que, además, tratará de consolidar su nueva marca en el ámbito nacional y eso, antes o después, propiciará que se vayan diluyendo las regionales que ahora conocemos.
Las integradas participarán en la nueva entidad en proporción a su peso en el negocio conjunto, pero eso no es tan sencillo de estimar como parece. Caja Cantabria pretende que no solo cuenten su volumen de negocio o sus modestos recursos propios, sino que también computen otros factores más sutiles y, en el fondo, más reales, como el estado financiero, la posición en el mercado, o la calidad del negocio, lo que debiera beneficiarla.

Cada autonomía deberá aprobarlo

Las muy diversas culturas de cada caja harán que la fusión sea compleja y no solo en la negociación entre las entidades. También en el terreno político, puesto que las comunidades autónomas tienen competencias para vetar cualquier operación relevante de sus entidades de ahorro y bastaría con que uno de los gobiernos regionales implicados se opusiese para impedir el acuerdo. El de Cantabria ya ha decidido no poner ninguna objeción.
Por si todos estos factores y la ecuación de canje en la futura supercaja no introducen ya bastante complejidad, el proceso tendrá que dar satisfacción al Banco de España, que ya ha advertido que sólo dará el visto bueno a aquellas fusiones que mejoren sensiblemente la eficiencia de las cajas que entran en el acuerdo. Y anuncia que no se creerá los planes de negocio de las nuevas entidades si lo que aparece en ellos no es absolutamente realista y solvente. En ese caso, no pondrá ningún problema para abrirles el grifo del FROB. La nueva entidad recibirá todo el dinero que necesite para reforzar su capital, aunque eso sí, con el compromiso de devolverlo en cuatro años. Un manguerazo que le hubiese servido a Caja Cantabria para desafiar la crisis durante mucho tiempo de forma independiente, puesto que su único problema es tener unos recursos propios escasos.
Pero el Fondo está reservado exclusivamente a los que se plieguen al plan de crecimiento rápido por la vía de las fusiones y a quienes sean ya lo bastante grandes. Eso sí, ni unos ni otros se librarán de comprometerse a un ajuste radical de gastos y oficinas para mejorar su eficiencia. La zanahoria y el palo.

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