Chapuzas demasiado caras

El pasado mes se avanzaba en estas páginas las enormes dificultades logísticas con que toparía la puesta en práctica de las medidas oficiales para el control del mal de las vacas locas. La información estaba redactada algunas semanas antes del cierre y al tratarse de una publicación mensual, sometida a los continuos cambios que propicia la actualidad, pensamos en retirarla tras las afirmaciones de varios políticos y expertos en el sentido de que todo estaba resuelto: las cementaras completarían el papel de los hornos de incineración habituales. Al final, optamos por mantener la información convencidos de que el problema estaba lejos de resolverse y la realidad ha acabado por confirmarlo. Ni los test de detección estaban a punto el 2 de enero ni se habían encontrado métodos eficaces para deshacerse de los centenares de animales que mueren de forma natural cada semana en las explotaciones ganaderas españolas. La penosa imagen de los enterramientos masivos realizados por la Xunta gallega en una cantera al aire libre o la descomposición en los campos durante días y días de algunos animales que nadie pasaba a recoger han sido la muestra más cruda de esta realidad.
Pretender dar confianza al mercado en estas condiciones es disparatado. El consumidor, que en su sana inocencia piensa que la Administración lo tiene casi todo controlado, cae de bruces en la absoluta desconfianza cuando comprueba que el problema no está sólo en encontrar unos malévolos priones tan difíciles de localizar como resistentes a los agentes esterilizadores, que ni siquiera podemos manejar el problema que genera el deshacerse de un animal de 250 kilos de otra forma que no sea el tirarlo a una zanja.
La Xunta ha dilapidado en un mes todo el crédito que había conseguido durante años con la inteligente campaña de la ternera gallega y probablemente deteriore más al sector la falta de ideas para deshacerse de las vacas que la propia enfermedad. Al fin y al cabo, los priones no salen por la tele, pero todo el mundo ha podido ver los cadáveres de vacas cubiertos de cal viva en una improvisada fosa común y esa es la imagen que se ha quedado en la retina de los consumidores. Así de efímera puede ser la gloria en el terreno alimentario cuando media la chapuza.

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