¿abundante o escasA?

Es muy difícil encontrar un bien económico que, según su presentación, pueda cambiar de valor 100.000 veces. El agua sí. Entre la peseta que paga por el metro cúbico un agricultor manchego y las 100.000 que costarían esos mismos mil litros de algún agua embotellada hay una diferencia abismal para un mismo producto. Es cierto que entre medio hay un factor, la calidad, pero sobre todo hay otra serie de factores económicos que, por no haberse considerado tradicionalmente disparan las diferencias.
Muy pocas veces se tiene en cuenta la importancia económica del agua. Sin agua no hay industrias, no hay turismo y no hay agricultura. Las grandes fábricas de la región, como Solvay o Sniace no sólo buscaban estar cerca de las materias primas. Nunca hubiesen podido ubicarse en Cantabria de no haber encontrado lugares con una gran disponibilidad de agua. Aún hoy, en plena época de los transportes, es muy improbable que se instalen grandes factorías en lugares donde el agua es escasa, porque sus necesidades son muy elevadas. Basta señalar que las fábricas consumen en Cantabria el doble de agua que la población.
Sin embargo, no existe una auténtica conciencia de la importancia económica del agua y en muchos casos es por ofrecerse a un precio subvencionado. El Ministerio de Medio Ambiente reconoce que esa política ha llevado a que su valor no se impute en los costes finales de los productos fabricados. El problema, en cualquier caso, apenas es comparable al que se da en los productos agrarios obtenidos en los regadíos del sur del país, y que disfrutan de un precio del agua testimonial en relación al coste que tiene para la Administración el proveerla. Si se imputase el coste real, muchas hortalizas, frutas e, incluso, cereales, quedarían fuera de mercado.
El agua, por tanto, se ha situado al margen de las lógicas económicas. El mayor consumo se produce allí donde menos hay y, por tanto, es imprescindible crear complejas y costosísimas estructuras de abastecimiento. Si se computan también los riegos y los usos industriales, mientras que el consumo de agua en Cantabria está en 324,4 metros cúbicos por habitante y año, en la Comunidad Valenciana está en 637, aproximadamente el doble, en Andalucía 784 y en Castilla la Mancha 1.115. Obviamente, la diferencia no responde a las necesidades urbanas, ni mucho menos a las industriales, dado que por lo general las regiones más consumidoras tienen pocas fábricas, sino a las ingentes necesidades de la agricultura de regadío. De los 22.771 hectómetros cúbicos de agua que se consumieron en España en 1999, nada menos que 17.700 (el 78%) se dedicaron a la agricultura. Apenas el 15% del agua se utilizó para el consumo urbano y un 7% en las industrias.
El hecho de no haber regadíos en Cantabria cambia absolutamente la proporción. En nuestra región, las fábricas consumen el 66% del agua y el tercio restante abastece las necesidades de hogares y los consumos municipales.
El resultado es que nuestra región que pasa por ser una de las más húmedas del país, es una de las morigeradas en el consumo de agua. Y para completar las paradojas, una de las que mejor aprovecha cada gota. Los 1.160 millones de hectómetros cúbicos de agua que se pierden por ineficiencias en las redes de distribución que llegan a los regadíos andaluces equivalen a 6,5 veces el consumo total de agua de Cantabria. Proporcionalmente más grave es el caso de la comunidad castellanoleonesa, que pierde el 35,8% del agua que consume; los 827 millones de metros cúbicos dilapidados cada año equivalen a 4,5 veces el consumo de Cantabria.

Más barata en la España seca

Todo sería muy distinto si el agua tuviese un precio más cercano a su coste real. Mientras que a un agricultor de Castilla y León pagaba en 1999 el precio del metro cúbico de agua a una peseta (no es un error), el usuario urbano en Cantabria pagaba 75. En la Comunidad Valenciana, donde los agricultores mantienen reclamaciones bien conocidas e, incluso, se sienten discriminados, sólo pagan a 3,5 pesetas el metro cúbico.
El coste real se traslada, de esta manera, al usuario doméstico, que en la Comunidad Valenciana pagaba entonces 104 pesetas, en Cataluña 151 y en Andalucía 96. En la España húmeda, sólo el País Vasco aplica precios tan elevados para el uso en los hogares, con una media de 177 pesetas el metro cúbico.
Bien es cierto que en estas zonas, al consumidor domiciliario se le incluye en el precio final una tasa de saneamiento, en torno a las 27 pesetas por metro cúbico, que no abonan los agricultores, aunque los fertilizantes y fitosanitarios son tan contaminantes o más que los efluentes domésticos. Esta tasa sigue sin ser aplicada en Cantabria, dado que no hubiese resultado justificada mientras no existían saneamientos. En la zona de la Bahía de Santander, donde ya debiera haberse iniciado su aplicación hace tres años, el anterior consejero de Medio Ambiente, José Luis Gil, optó por aplazarla por razones electorales.

Cortes en el suministro

De todas las paradojas que se producen en el suministro de agua, pocas son comparables a las interrupciones de suministro que vive Cantabria cada verano y que, sin embargo, rara vez se producen en la España seca. El problema, especialmente grave este año, tiene unos importantes componentes económicos, dado que arrastra serios perjuicios para el sector hostelero en la época que concentra gran parte de sus ingresos de todo el año.
El desabastecimiento es producto de dos factores: el fuerte crecimiento de la demanda y las dificultades para encontrar agua abundante en la zona oriental de la región, donde no hay cursos de agua relevantes y los pocos ríos apenas tienen cuenca. No obstante, tanto uno como otro factor son perfectamente conocidos y no es justificable que no hayan encontrado solución hasta el momento.
Así como en los consumos globales las diferencias entre regiones son muy grandes, en función de si tienen o no agricultura de regadío, en los consumos domésticos –el mayoritario en la zona costera cántabra afectada por el desabastecimiento– no varían mucho de una región a otra. De acuerdo con la Encuesta sobre el Suministro y Tratamiento del Agua del INE del 2001, el gasto medio en España es de 165 litros por habitante y día (exclusivamente el doméstico). En Cantabria es de 174 litros, ligeramente por encima de la media y, en cualquier caso inferior al de Castilla La Mancha (200) Cataluña (184) o Andalucía (181).
Sin tener en cuenta Canarias y Baleares donde el agua es mayoritariamente obtenida en desaladoras y los precios del metro cúbico doméstico superan los 1,5 euros, el agua domiciliaria más cara era la de Murcia (1,12 euros por m3), seguida de la del País Vasco (1,09). En Cantabria se pagaba en el 2001 a 0,53 euros, bastante por debajo de la media nacional, que estaba en 0,77.

Recursos muy modestos

A excepción de las islas, los precios del agua tienen poco que ver con los costes reales y las dificultades para conseguirla. Pero tampoco conviene engañarse. A pesar de que los 1.200 mm de agua de lluvia por metro cuadrado que caen en Cantabria anualmente, sus recursos hídricos son muy modestos en comparación con otras regiones. Los 76 millones de metros cúbicos de que dispone al año son menos, incluso, de lo que producen las desaladoras canarias y apenas una sexta parte del agua que maneja la Comunidad Valenciana, sin incluir las importantísimas aportaciones que aquella obtiene de otras cuencas.
La realidad de los recursos hídricos de la región no se corresponde con la abundancia que aparenta. Los ríos son cortos, no hay embalses, no hay desaladoras, las aguas subterráneas tienen un aprovechamiento modesto… Todo ello da como resultado un panorama de escasez que si no llegar a provocar cortes en el suministro a la propia capital de la región es como consecuencia de una sobreexplotación del agua del Pas, que deja al río en unas condiciones de estiaje muy preocupantes para su ecosistema y es muy poco solidario con los pueblos de su ribera que, a pesar de encontrarse mucho más cerca de las captaciones, sí sufren los cortes de agua.
En el Plan Hidrológico del Norte II se exige que los ríos nunca pueden explotarse hasta niveles que supongan su desecación. Ha de respetarse al menos un 10% del caudal medio, con un mínimo de 50 litros por segundo, algo que resulta casi utópico en Cantabria, donde el Pas prácticamente desaparece durante kilómetros, tras las captaciones realizadas por el Ayuntamiento de Santander, claro que el Plan también limita la edificación en aquellas zonas que en un periodo de 500 años hayan podido verse afectadas por avenidas fluviales, lo que ha tenido un cumplimiento muy escaso en la región.
La incapacidad para mantener el abastecimiento urbano en amplias zonas de Cantabria es la crisis más importante que pueda presentar el sistema hidráulico. Hay que tener en cuenta que el abastecimiento a la población es la prioridad número uno entre los diez tipos de aprovechamientos que se establecen para el agua y que pueden ser restringidos en caso de necesidad en orden decreciente al nivel asignado. Un escalafón parecido al que se aplica en todo el país, con una sola alteración: en la zona norte los usos industriales gozan de preferencia sobre los regadíos y la producción eléctrica, debido a su mayor potencial en generación de empleo.
Los problemas, al menos los más graves, deberían haberse solucionado hace años. El Consejo de Ministros aprobó en 1993 la declaración de interés nacional de las obras de abastecimiento de agua a Santander, lo que suponía la financiación total con recursos del Estado. Sin embargo, el proyecto incluía un embalse en la Vega de Pas que suscitó fuertes críticas. A la vista de la oposición popular, el Gobierno aceptó otra fórmula alternativa para procurar el recurso hídrico, pero el Ejecutivo cántabro tardó casi ocho años en decidirse. Cuando lo hizo, optó por el bitrasvase del Ebro, un sistema que permitirá aprovechar parte del agua del Pantano del Ebro en aquellos momentos en que la región sufra el estiaje y, en cambio, aportar agua al pantano cuando sobran recursos en la región. El proyecto está incluido en el Plan Hidrológico Nacional, pero se ha perdido un tiempo precioso y resulta muy insuficiente para las necesidades de Cantabria.

Replanteamiento del bitrasvase

El anterior director general de Obras Hidráulicas, Carlos Montans, actual director general de Puertos, ha inspirado el documento que Revilla presentó recientemente al presidente Aznar en el que se le pide un replanteamiento de la obra del bitrasvase del Ebro. Mientras que en el proyecto ya aprobado se prevé la cesión máxima de 11 hectómetros cúbicos de agua, Revilla ha pedido el poder utilizar hasta 50, la única forma de cubrir todas las necesidades de la región y no sólo las de Santander.
Carlos Montans sostenía que, aunque Cantabria llegase a utilizar esos recursos hídricos, tendría capacidad suficiente para retornarlos al embalse en la época de lluvias, dado que la obra permite un flujo en ambos sentidos, por lo que las comunidades regantes del Ebro no tendrían por qué verse afectadas. “En realidad, sería un préstamo”, explicaba.
De estos 50 hectómetros cúbicos, 16,5 serían destinados a Santander y su área de influencia; 27 a Torrelavega y comarca; 3,6 a la zona del Asón; 12 al ámbito de Castro Urdiales y 0,9 a otros pueblos de la zona oriental. El agua se canalizaría hasta una estación de distribución en Santander, desde la que se abastecería toda la zona este de la región.
Los cortes de agua han acabado por crear conciencia en la región de la importancia de tener cubierto el suministro, pero la cuantía de la inversión es inabordable para los presupuestos regionales, porque se estima que podría alcanzar los 25.000 millones de pesetas, casi cuatro veces más de lo previsto en el bitrasvase tal y como está proyectado. Una razón de peso para que Miguel Angel Revilla haya planteado a Aznar la necesidad de que toda ella sea considerada de interés general (y por tanto de financiación estatal), algo en lo que insistirá este mes de septiembre en una entrevista con la ministra de Medio Ambiente, a la que irá acompañado del consejero José Villaverde, que ahora reúne todas las competencias sobre el agua en la región.
Las autoridades cántabras son conscientes de que no basta con pedir agua a otras cuencas, aunque pueda devolverse. La región tiene que mejorar el aprovechamiento de sus recursos y eso sólo puede conseguirse creando una cultura del agua. Lo primero que proponía Montans era hacer un Plan Hidrológico Regional realista, dado que los datos existentes son pobres y, lo peor es que las inexactitudes tienden a agravar los problemas. El polémico Plan Hidrológico Nacional se ha basado en el Plan Hidrológico del Norte II para valorar las necesidades y establecer las soluciones de la cuenca norte del país, pero ese Plan, ya antiguo, está cuajado de errores en lo que respecta a Cantabria, entre otras cosas, porque contaba con unas presas de regulación en el Pas, Pisueña y Gándara que nunca se hicieron.

Mejor aprovechamiento

Existe una clara conciencia entre los técnicos de que con la unificación del ciclo completo del agua en una sola Consejería se podrá aprovechar mejor el recurso, con la reutilización de aguas residuales depuradas para riegos, una prospección más eficaz de los recursos subterráneos y, sobre todo, un uso más racional del agua de los ríos, con la construcción de algunos embalses de regulación, inevitables si se quiere conseguir una autonomía hídrica.
“Cantabria está en condiciones hidrológicas de poder abastecerse, pero no en condiciones hidráulicas (captaciones y canalizaciones)”, reconocía Montans, que hace años que ha intentado dejar constancia que los planes hidráulicos de la región que ahora dan agua a los municipios no tienen más capacidad de la que ya aportan. Es desgraciadamente habitual la estampa del Pas desecado y en el caso de la zona Oriental de la región, que ha padecido los cortes de suministro, se extraen los 525 litros por segundo, todos los que permite el Plan Norte como máximo. “Hoy no tenemos de dónde sacar más”, declaraba el director regional a esta revista poco antes de ceder las competencias a su sucesor.
Mientras tanto, los problemas se amontonan. Al estrés que provoca el desabastecimiento domiciliario en toda la zona oriental, o los equilibrios para mantener el servicio en Santander se une la posibilidad de que Solvay quede sin agua a partir de este verano, dado que AZSA tiene previsto dejar de bombear al río Saja los 1,2 m3 por segundo que extrae del interior de la mina y que, una vez cerrada la explotación, no tiene sentido económico mantener. A la empresa le cuesta alrededor de 50 millones de pesetas al mes este bombeo, que ya ha dejado de necesitar, pero si lo interrumpe, el caudal veraniego del Saja-Besaya se reducirá tanto que Solvay podría verse obligado a suspender algunos de sus procesos productivos. En otras circunstancias valdría la expresión de que lloverá sobre mojado. En esta, obviamente, no.

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