Poca rentabilidad, poco futuro

En el último número de Cantabria Económica quedaba constancia de cómo se ha acelerado la venta de empresas locales en estos últimos años, bien porque al empresario le ha surgido una buena oportunidad o porque se jubila y no encuentra sucesor, pero casi siempre porque la incertidumbre es cada vez mayor. El fenómeno es imparable y está justificado: si hasta hace unas pocas décadas, un negocio podía servir para que una familia viviese de él durante generaciones, ahora nadie puede garantizar que siga existiendo dentro de diez años.

Habrá quien piense que esa volatilidad es inherente al concepto de empresa. Quizá lo sea, pero en ese caso el retorno para el empresario tiene que estar en consonancia con el riesgo, de lo contrario, no le compensará el esfuerzo. Montar una empresa no es fácil y, si es necesario cambiar de caballo cada diez años, mucho menos, porque nadie garantiza tampoco que la nueva montura vaya a tener éxito.

La realidad es que las empresas locales juegan con márgenes más reducidos que nunca, porque su posición de mercado es más débil cada día, y arriesgar más para ganar menos parece una fórmula poco interesante.

En el último semestre, las grandes empresas españolas del Ibex (sin incluir los bancos y Mapfre), han ganado algo más de 39.000 millones de euros, con un margen un margen sobre ventas superior al 19%. A pesar de la guerra de Ucrania, a pesar de la inflación y a pesar de todos los pesares, son casi dos puntos más que antes de la pandemia. Para ser realmente un buen negocio, las empresas pequeñas, por su debilidad y mayor volatilidad, deberían tener unos ratios mayores, pero lo cierto es que muchas de ellas simplemente sobreviven y ese es el problema, porque su capacidad de resistir cualquier resfriado de la economía es muy pequeña, por mucho que el empresario acabe respaldándolas con su propio patrimonio, si llega el caso.

Los rendimientos decrecientes de las pequeñas empresas locales las deja a tiro de otras más grandes o en vías de desaparecer. El fenómeno es imparable

Para tener una situación económica desahogada es imprescindible una marca muy reconocida o una posición de mercado muy sólida, circustancias ambas que son muy improbables en un pequeña o mediana empresa. Cuando se dan una de esas dos circunstancias, o ambas, los rendimientos se multiplican. Entre las grandes empresas del Ibex 35, Redia (la antigua Red Eléctrica) ha sido capaz de convertir en beneficio el 76,7% de todo lo que ingresó en el último semestre y Enagás, el 83,4%. Es verdad que en ambos casos operan en negocios regulados –y estos márgenes deberían sacar los colores al regulador– pero también hay empresas de este selectivo grupo bursátil que actúan en el mercado libre con rendimientos espectaculares. Colonial consigue un margen del 80,5% y Merlin del 79,2%, lo que demuestra lo rentable que puede ser el sector inmobiliario en algunos niveles. Cellnex, por su parte, aprovecha su envidiable posición en el negocio de las infraestructuras de telecomunicaciones con un margen sobre su ebitda del 80%, a pesar de haber bajado algo con respecto al año anterior. Lo menos rentables, proporcionalmente, del Ibex, no bajan del 15%, lo que indica que cualquier comparación con los rendimientos de las pequeñas es inútil, y no solo por tamaño.

La dinámica del mercado empuja hacia la concentración, a conseguir cuotas muy altas para mejorar la eficiencia y la rentabilidad, y aunque seguirán surgiendo iniciativas de emprendedores, cada vez tendrán menos oportunidades, por mucho que a las autoridades se les llene la boca al hablar del emprendimiento. Eso no quiere decir que les esté negado el éxito. Algunas lo tendrán, pero si eso ocurre, no tardarán en ser absorbidas por las grandes empresas.

Mantenerse independiente va a ser cada vez más difícil, y eso también supone una pérdida de soberanía para las regiones, porque las decisiones se tomarán –se toman ya–desde Madrid, desde Barcelona o desde Nueva York. Eso en el mejor de los casos, el de las empresas que continúan vivas tras la compra, que serán las menos, ya que el adquirente en la mayoría de los casos solo busca hacerse con su clientela. Aunque tenga que pagar cara esta cuota de mercado, sabe que las economías de escala que le proporcionan su dimensión y la notoriedad de marca pronto le permitirán rentabilizarlo. Por eso, lo queramos o no, estamos ante el comienzo del final de las pymes.

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