Las mujeres deciden
Los Estados Unidos de México acaban de investir una presidenta y en los otros EE UU de más al norte es probable que también elijan a una mujer en noviembre. En ambos casos es inédito, pero tampoco ha sucedido nunca en Francia o en España, aparentemente menos machistas, si exceptuamos a las reinas y regentas del siglo XIX, y esto demuestra el extraordinario cambio sociológico que se está produciendo en el mundo.
La historia suele prestar más atención a los hitos políticos convencionales, y cuando refleje lo ocurrido en nuestro país en estas primeras décadas del siglo XXI dará más importancia a la ruptura del bipartidismo que a la extensión del feminismo en todos los ámbitos y partidos. Este tipo de fenómenos no se pueden circunscribir a una fecha, pero las masivas manifestaciones del Día de la Mujer de 2018, más numerosas que en ningún otro lugar del mundo, permitieron visibilizarlo.
No es cuestión de entrar a analizar los motivos por los que muchas mujeres que hasta ese momento no habían mostrado interés por el feminismo se sintieron también concernidas, pero en ese momento surgieron serios problemas en todos los partidos políticos, incluso en los que parecían canalizar mejor este fenómeno. Los de la izquierda se vieron con una división inesperada entre las militantes que llevaban décadas siendo la cabeza visible del feminismo y aquellas otras recién llegadas que querían ir mucho más lejos en el reconocimiento de los géneros no binarios, con exigencias que en ocasiones colisionaban con los derechos que exigían las ‘históricas’ para la mujer.
En la derecha, la división era otra: militantes y votantes femeninas acudían a esas manifestaciones del 8M y se abrazaban a banderas que esos partidos nunca habían tomado en consideración. Corrían el peligro de perderlas y, a la vez, no podían incomodar a muchos de sus seguidores varones o su tradicional modo de ver el mundo.
Esta eclosión feminista se ha considerado un asunto menor, pero no lo es. Electoralmente tiene más importancia que los escándalos diarios y por fin el Partido Popular se ha dado cuenta. Si no es capaz de arañar más votos en el colectivo femenino que no se siente de izquierdas pero sí reivindica su condición no podrá gobernar. Ese es el único caladero que puede cambiar el equilibrio electoral entre bloques, a la vista de que todos los esfuerzos del PP para acabar con el actual presidente han tenido poco éxito.
Feijóo ha visto como sucesivamente se ha ido agotando el rendimiento político del ‘caso Delzy’, los indultos, la Ley de Amnistía o el ‘caso Begoña’ y empieza a ser consciente de que es imprescindible arrancarle votantes femeninos a su rival, por lo que ha echado mano a la chistera para ofrecer una propuesta tan inesperada como improvisada, la ampliación de las bajas de maternidad, después de haber votado en contra de la última que aprobó el Gobierno.
Feijóo por fin se ha dado cuenta de que necesita más voto femenino pero las propuestas que improvisa dejan perplejos a los suyos
Aún ha llegado más lejos, al asumir, para asombro de los empresarios, la semana laboral de cuatro días, con la supuesta –aunque imposible de cumplir– ampliación de la jornada diaria a nueve horas y media. En ningún párrafo de las 112 páginas del programa electoral con el que se presentó a las elecciones hace año y medio se mencionaba nada semejante. Y esta bomba quizá debiera haber merecido una mayor reflexión de la cúpula popular, porque resultará incómoda de asumir para las grandes empresas y absolutamente imposible de encajar para cientos de miles de pymes y autónomos del sector servicios, donde el PP tiene un importante caladero de votantes: ¿Cómo podrá seguir abriendo seis días a la semana una cafetería, un restaurante o una peluquería donde trabajan solo tres, cuatro o cinco personas si su jornada es de cuatro días? ¿Cuántos trabajadores más necesitarán para cubrir los turnos?
Son medidas atropelladas, que piensan, sobre todo, en atraer al colectivo femenino, el auténtico protagonista electoral de las próximas décadas. Prueba de ello es la evolución de los apoyos que tienen en España los dos candidatos a la Casa Blanca. Que Kamala Harris sea la preferida de los socialistas o de los votantes de Sumar es fácil de entender, pero que haya pasado a serlo de dos de cada tres votantes del PP es muy significativo, porque entre esos dos tercios hay una gran mayoría de mujeres. Donald Trump solo encuentra comprensión en Vox (con un apoyo del 60%). Para el resto de españoles, incluso de derechas (en el PP solo confia en el republicano un 23%) un personaje machista y prepotente es una bomba rodante.
Feijóo es consciente de que está obligado a hacer un partido de derechas para sus votantes masculinos y de centro para los femeninos, algo que le obliga a incurrir en constantes contradicciones y que deja perplejos a los suyos. Ya ha taponado la fuga de electores a Vox y empieza a controlar el efecto de Alvise, gracias a las torpezas de éste, que nunca imaginó que la política es mucho más compleja que ponerse cada día delante de una cámara. El líder del PP sabe que dos partidos de derecha en competencia (PP y Vox) tienen un pequeño coste electoral en provincias donde se disputan pocos escaños, pero tres ofertas (PP, Vox y SALF) resultarán demoledoras para la derecha, porque el fraccionamiento del voto les hará perder muchos escaños, al margen de la extraordinaria complejidad que tendría la convivencia de estas tres fuerzas en un gobierno. Por eso, la prensa conservadora ha aprovechado el primer escandalo de Alvise para tratar de echarle del tablero, tal como hizo en su día con Jesús Gil, Mario Conde o Ruiz Mateos cuando decidieron dar el salto a la política nacional. Con estas cosas no se juega. Y con el voto de la mujer, tampoco. Ese es el auténtico reto de Feijóo, pero complicarle la vida a las empresas no parece la mejor forma de afrontarlo.