Las estadísticas sí engañan, sobre todo a los gobernantes

Alberto Ibáñez

La gestión de una pandemia fue muy difícil hace cien años, cuando surgió la gripe española, y vuelve a ser muy difícil ahora con la Covid, por mucho que la medicina actual esté a una distancia infinita de la de entonces. No hemos sido conscientes hasta ahora de que ese avance no ha sido suficiente. Ni siquiera lo ha sido con la ayuda de otros avances aún más extraordinarios, como las nuevas tecnologías, que permiten tener una base estadística de los casos que los médicos de comienzos del siglo XX no pudieron ni siquiera soñar. Lo insólito es que a veces tengamos la sensación de que esos medios no se aprovechan suficientemente.

A comienzos de septiembre, el consejero de Sanidad de la comunidad de Madrid declaraba en una entrevista que la situación en la capital de España estaba “controlada”, ya que las hospitalizaciones estaban en torno al 12% de la capacidad y las ocupaciones en UCI en apenas el 8%. Dos semanas después, esa tesis ha quedado completamente desautorizada por los hechos. Madrid vuelve a tener saturación en las UCIs y en los quince primeros días de septiembre ha sumado casi 650 casos por cada 100.000 habitantes, tres veces más que París y veinte veces más que Roma, Berlín, Londres o Nueva York.

¿Era previsible esta evolución? Por supuesto que sí, salvo para quien no quisiera verlo. Cualquier estadístico lo hubiese revelado. En realidad, cualquiera con un mínimo de sentido común, aunque curiosamente nadie lo advirtiese públicamente.

Las comunidades autónomas han estado calculando los ratios de la enfermedad utilizando como divisor el número de ciudadanos de esa comunidad, lo que cabía esperar. Pero eso, que puede deparar unos índices realistas en invierno, no los ofrece en verano, cuando la movilidad entre comunidades es extraordinariamente alta.

Es fácil de entender. En agosto, Cantabria conoció un repunte de casos y la tasa de afectados por Covid volvió a ser preocupante pero, en parte, por un error en la base de cálculo. Se seguían dividiendo los casos positivos entre los 650.000 habitantes de la comunidad autónoma cuando, según la estimación del propio Gobierno regional, en ese momento había en Cantabria 1,4 millones de personas, bastante más del doble de los habitantes censados.

Era evidente que, si en Madrid los datos de agosto ya eran muy preocupantes, cuando más de la mitad de los vecinos se habían ido a las costas y a pueblos de interior donde esperaban encontrar más seguridad, a su vuelta los datos se duplicarían, como poco, y así ha ocurrido. Cuando se usan mal las estadísticas, dan estas sorpresas, y es insólito que el Gobierno de la señora Ayuso no tuviese una estrategia preparada para ese retorno, que iba a disparar los porcentajes de contagio. Quedar desarbolado por algo que resultaba tan presumible es un indicio claro de lo lamentable que está siendo la gestión de la pandemia en esa comunidad.
A otras, en cambio, la marcha de los veraneantes les va a resultar muy favorable, porque van a reducirse sensiblemente los casos (en Cantabria, empieza a notarse ahora) y, sobre todo, la presión sobre sus camas hospitalarias. Por fortuna, y sin hacer ninguna mejora en la gestión, van a encontrarse con una sensible mejora en los ratios y en la capacidad de atención.

Si hubiesen utilizado con más tino las estadísticas (también los expertos) unos y otros hubiesen podido ofrecer una sensación de mayor control y ofrecer una cobertura sanitaria más eficaz y ajustada a las necesidades de cada momento. Pero es lo que tenemos.

 

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