LA GLOBALIZACIÓN EN APUROS

José Villaverde Castro

Como es bien sabido, hace ya algún tiempo que el fenómeno de la globalización no se encuentra en su mejor momento. Por si esto no fuera suficiente, la victoria de Trump en las presidenciales estadounidenses, con su propuesta de erección de aranceles urbi et orbe y la más que probable guerra comercial que conllevará, no hace más que añadir leña al fuego. La conclusión, obvia, es que la globalización, tal y como reza el título de este artículo, está en apuros o, si se prefiere, en retroceso.

Entender las causas de este retroceso no es tarea sencilla, pues estas son múltiples y de muy distinta condición; la mayoría de naturaleza política, pero algunas, cómo no, de índole económica. En todo caso, y para ayudar un poco en este cometido, bien vale tratar de entender en qué consiste la globalización, cuáles son sus ventajas e inconvenientes y, en consecuencia, qué desafíos y oportunidades presenta.

Para empezar, recordemos que la globalización es un proceso extremadamente complejo, que ha transformado el mundo de manera muy significativa y que abarca la interconexión creciente de países, empresas, personas y culturas a través de flujos transfronterizos de bienes, servicios, capitales, tecnología, información, personas e ideas. Al presentar tantas y tan distintas caras, no es de extrañar que la globalización cuente tanto con defensores como con detractores.

El avance de la globalización en, digamos, los últimos cincuenta o setenta y cinco años se ha sustentado, sobre todo, en dos pilares: el progreso tecnológico en materia de transportes y comunicaciones y la proliferación de acuerdos comerciales y procesos de integración económica. El primero, porque ha abaratado sobremanera todo lo relacionado con el transporte tanto de mercancías como de personas, así como la difusión del conocimiento y, el segundo, porque, bajo los auspicios iniciales del GATT y después de la OMC, se ha liberalizado el comercio internacional de forma sustancial.

Es este último fenómeno el que ha dado lugar a un enorme crecimiento del comercio entre países (véase la Figura 1), circunstancia que, junto con el aumento de la inversión extranjera directa, los flujos migratorios y turísticos, y la homogeneización cultural, ha traído consigo una mayor interdependencia económica e integración cultural a escala mundial, fenómenos que constituyen dos de las principales características de la globalización.

Aunque, tal y como se indicaba al principio, la globalización se enfrenta en la actualidad a numerosos problemas, no cabe ocultar que la misma ha ido creciendo con el paso del tiempo. Al respecto, valga señalar que, de todos los indicadores que existen sobre el particular, los elaborados por el instituto de investigación suizo KOF (que prestan atención a las vertientes económica, social y política de la globalización, y que son los más respetados por los expertos) muestran con toda claridad (Figura 2) una evolución francamente ascendente desde, al menos, 1970. Esto es así no sólo a escala planetaria sino, también, en la inmensa mayoría de los países y, cómo no, en España, que es, aunque a veces no lo creamos, uno de los más globalizados.

Como la inmensa mayoría de los fenómenos económicos, la globalización tiene ventajas e inconvenientes y, por lo tanto, defensores y detractores. Cual pesa más es algo que depende mucho de los prejuicios (esto es, de los juicios previos) que uno tenga. Entre las ventajas, cuatro son, en mi opinión, las más relevantes. La primera, y principal, es que –a través del aumento de los intercambios comerciales (de bienes y servicios), de la inversión extranjera, de la difusión de las tecnologías y los conocimientos, y de la competencia global– ha contribuido sobremanera al crecimiento económico mundial, lo que, entre otras cosas, ha promovido una convergencia de rentas entre países pobres y ricos y una disminución generalizada de la tasa de pobreza. Amén de esto, la globalización ha permitido un acceso más fácil, a volúmenes crecientes de población, a todos los bienes y servicios que se producen en nuestro planeta. Asimismo, los mecanismos anteriormente señalados han propiciado que, sobre todo en las actividades más globalizadas, se haya generado una creación de empleo muy importante. Y, naturalmente, y en relación con todo lo anterior, el incremento de la competencia global y el intercambio de ideas ha permitido un avance muy sustancial en materia de innovación y desarrollo tecnológico.

En cuanto a las desventajas, cabe decir que, en muchos aspectos, son la otra cara de la globalización. Así, por ejemplo, es indudable que la deslocalización de muchos procesos productivos hacia países con costes laborales más bajos ha dado lugar a la pérdida de muchos empleos en los países desarrollados, algo que se ha visto acrecentado por la explotación laboral (que se traduce en ganancias de competitividad) vigente en algunos países poco avanzados. Tampoco se puede negar que entre las desventajas de la globalización, al menos así se ha evidenciado con la pandemia de la Covid 19 y con la guerra de Ucrania, está la del aumento de la dependencia económica de proveedores que, a tenor de los hechos, no son todo lo fiables que debieran. Asimismo, entre otros muchos inconvenientes de la globalización es preciso mencionar la pérdida de identidad cultural y diversidad que la misma entraña. Y, por último aunque no menos importante, no es posible ocultar que, en buena medida, la globalización ha promovido la desigualdad.

Atención, ¿no acababa de sugerir justo lo contrario (convergencia de rentas) al referirme a las ventajas de la globalización? Sí, y por suerte o por desgracia, no se trata de ningún error ya que, simultáneamente, la globalización, sobre todo en los últimos cuarenta o cincuenta años (Figura 3) ha promovido la convergencia entre países y la divergencia dentro de cada país.

Con un panorama como el descrito no debe sorprender que la globalización genere tanto apoyo como rechazo. Ustedes juzguen. Lo que hace falta, como subrayaba no hace mucho el Premio Nobel, Stiglitz, es promover una globalización con rostro humano, “más justa y más eficaz para elevar los niveles de vida, especialmente de los más pobres”. Esto requerirá que la misma contribuya a reducir todo tipo de desigualdad, a promover la sostenibilidad ambiental, la integración social y la cohesión entre países y culturas. Todo un reto, reconozcámoslo, difícil de conseguir, y más en los tiempos que corren.

José Villaverde Castro

Catedrático de Fundamentos del Análisis Económico.
Universidad de Cantabria

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