La batalla de Madrid

Por Alberto Ibáñez

Se han escrito tantas cosas sobre el Covid 19 que debiera estar casi todo dicho pero no es así. En realidad, queda casi todo por decir. Queda mucho camino por delante hasta que consigamos librarnos de este virus y demasiadas opiniones contradictorias, incluidas las de los expertos, que respaldaron políticas muy distintas en cada país y, a pesar del mayor consenso de las últimas semanas, volverán a distanciarse a medida que se abra más la mano. Unos recomendarán cerrarla mientras que otros avalarán a quienes quieren volver a la normalidad lo antes posible.

Desgraciadamente, empezamos el desconfinamiento sin saber por qué al final la enfermedad ha afectado más a mujeres que a hombres, cuando empezamos constatando lo contrario; por qué de Roma para abajo prácticamente no ha tenido relevancia (hay provincias en las que el número de fallecimientos está siendo incluso menor que el año pasado) y en cambio, la pandemia se haya cebado con el norte industrial y rico del país. Y, más cerca de nuestras casas, cómo es posible que después de toda la polémica sobre la escasez de los EPIs, en el Hospital Valdecilla, donde se han hecho los test PCR a un número muy elevado de sanitarios, se ha dado la paradoja de que hay más porcentaje de infectados en el Hospital no-Covid, que el Hospital Covid donde atiende a los pacientes con esta enfermedad (con buen criterio, el Hospital se separó en dos) lo que indicaría que lo realmente peligroso es relajarse en las cautelas ordinarias.

Los partidos políticos españoles que están en la oposición han querido llenar esta escasez de certidumbres científicas y oficiales con un gran presión, como si alguien tuviese soluciones y se las estuviesen guardando. El problema es que nadie las tiene ni nadie aplicó protocolos previos al 14M, como se ha comprobado en las 17 autonomías, que han seguido gestionando la enfermedad, las residencias y el día a día.

Desde que en 2002 Aznar entregó la competencia de sanidad a todas las autonomías que aún no la tenían, el Ministerio es una caja vacía, sin personal ni casi competencias. Aunque las haya adquirido con el estado de alarma, la realidad es que los tratamientos se hacen hospital a hospital, como cada uno de ellos cree mejor, y los fallecimientos diarios los comunican las propias autonomías, por lo que son las que deben responder de su falsedad o certeza, igual que tienen que responder de la desastrosa gestión que han hecho de la enfermedad en las residencias de ancianos, dejadas de la mano de Dios mientras toda la atención y recursos los concentraban en los hospitales.

Si hay que prolongar el confinamiento de Madrid y Barcelona por sus altos índices de contagios, todos los partidos acabarán arrastrándose por el barro que crearon

Casado y Sánchez han mantenido una partida de ajedrez permanente. Una presión que ha impedido que Sánchez haya gozado de esa subida instantánea de la popularidad que se produce con todos los líderes en situaciones críticas, por un efecto bien conocido que los americanos denominan rally round the flag, algo así como ‘agruparse en torno a la bandera’. El desgaste del Gobierno es legítimo pero conlleva riesgos que probablemente no han calculado, como la pérdida de prestigio internacional. España aparece citado como un país de alto riesgo de contagio entre los alemanes, los ingleses o los estadounidenses, nuestros principales caladeros de turistas, aunque algunos de ellos padecen una tasa de infectados parecida y donde, por cierto, hay mucha menos polémica sobre la gestión que realizan en esta materia, que en algunos casos está siendo desastrosa.

Al margen de la gigantesca pérdida económica que puede suponer si el turismo se desvía en el futuro a otros destinos y de la incomodidad que causa en las instituciones comunitarias que la opiniones públicas de los países nórdicos se muestren contrarias a poner dinero para que Italia o España “lo despilfarren” en mala gestión, esta política de lavar los trapos sucios en público tiene un recorrido corto. Nadie ha pensado que, al producirse el desconfinamiento progresivo, pueden quedar dos islas muy significativas en el país, Madrid y Barcelona, donde la epidemia es mucho peor que en el resto del Estado. Madrid padece una tasa de 127 fallecimientos por Covid por cada 100.000 habitantes y Barcelona, 94. Unas tasas casi cuatro veces y casi tres veces superiores a la de Cantabria (34).

Como se trata de los dos focos de riqueza más importantes del país, si se produce ese hecho, nos encontraríamos con una pérdida del PIB extraordinaria para todos, y para Cantabria especialmente, porque Madrid es nuestro principal cliente turístico.

También tendrá un coste político. Como tratar de justificar esta situación no será nada sencillo para los partidos que gobiernan en esos lugares, en pocas semanas veremos que todos acabarán encenagados en el ring de barro que han colaborado a crear.

Apurado por su círculo más próximo y por la presión de Vox, Casado ha calculado mal los tiempos y lo ha comprobado en la última revisión del estado de alarma. Solo hace cuatro meses que fue investido Sánchez y queda por delante mucha legislatura, mucha enfermedad y una crisis económica larguísima, que requiere un acuerdo de Estado para afrontarla. Cuando la pandemia quede lejos y las consecuencias económicas sigan tiñendo de negro nuestra realidad diaria empezará a resultar más evidente que se perdió una magnífica oportunidad para llegar a los acuerdos que esta situación histórica requería. De las muchas razones que hoy se aducen para no adoptarlos, en cambio, no permanecerá ni el recuerdo. Es lo que tiene la historia, que no se queda con las batallas del día a día, sobre todo cuando la política está cada vez más teñida de impostura.

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