Hacienda se frota las manos

Todos somos conscientes de que hay desequilibrios que no pueden durar. Es imposible que los tipos de interés estén en torno al 0% si la inflación supera el 7% sin que eso desate una locura; es injusto que los salarios pierdan en un solo año cinco puntos de poder adquisitivo y mas injusto aún que el tipo fiscal lo acabe imponiendo la inflación. Lo demuestra el hecho de que el año pasado Hacienda ha recaudado más de lo previsto y más que en 2019, a pesar de los recortes del IVA de la electricidad, de las mascarillas y de algunos otros productos sanitarios. Hay que recordar que desde 2010 no se había ingresado nunca más de lo presupuestado. Y ha ocurrido sin haberse cumplido, ni de largo, las expectativas de crecimiento. Peor aún, cuando quedan cinco puntos para volver a las cifras de PIB de 2019.

De lo ocurrido se pueden sacar varias conclusiones. La primera de ellas es que no resulta tan disparatado emplear el dinero público en abundancia para sobreponerse a una crisis, porque una parte significativa de lo que se entrega con una mano, se recauda con la otra (IVA, Renta, Sociedades…). La segunda es que la inflación es una vieja aliada de los endeudados, sobre todo cuando esa deuda se ha adquirido a tipos de interés muy bajos. Después de amortizar las emisiones de 2012 y 2013 cuando España se vio obligada a ofrecer tipos del 7% para conseguir dinero, el endeudamiento estatal está contratado en estos momentos a tipos que oscilan entre el 0% y el 1%, de forma que todo lo que suba la inflación por encima de estas cifras será como reducirla en igual proporción. Si a la vez se produce un crecimiento del PIB (lo relevante de la deuda no es la cuantía sino lo que representa sobre la capacidad de crear riqueza del país), el recorte será mucho más rápido, aunque nunca tanto como lo fue el ritmo de escalada en la pasada década.

Con la inflación, la recaudación fiscal se ha disparado, mientras las familias sufren una fuerte devaluación de su capacidad de compra

Por este motivo, y a pesar de los escandalosos titulares que se publican sobre la evolución de la cuantía de la deuda pública, el año se ha cerrado por debajo del 119%. Con una recuperación de la economía bastante menos brillante de lo que se esperaba y sin habernos podido deshacer de la pandemia, se ha conseguido un recorte de más de siete puntos en tres trimestres.

Todo esto no es producto de una brillante gestión fiscal. Es consecuencia de que los tipos fiscales no tienen en cuenta la fuerte pérdida de valor que ha sufrido el dinero y los españoles estemos pagando más impuestos por la mera subida de precios. Es cierto que la recaudación del IVA y de la Renta no ha crecido muy por encima de lo previsto, pero en el caso del IRPF es mejor esperar a lo que ocurra con las declaraciones para saberlo a ciencia cierta. Por el momento, el grueso de la sobrerrecaudación proviene del Impuesto de Sociedades, que ha ingresado 5.000 millones de euros más de lo que la propia Hacienda esperaba.

Al margen de lo injusto que puede resultar que el Estado sea el principal beneficiario de la inflación, los datos aportan algunas noticias esperanzadoras. La primera de ellas es que las empresas han generado más beneficios (no conviene emocionarse, porque en ese 68% de incremento en el IS ha tenido mucho que ver el que Hacienda ha tenido que hacer menos devoluciones este año). La segunda es que hay más declarantes que nunca del Impuesto sobre la Renta, porque a pesar de la recuperación a medias hemos alcanzado un número histórico de ocupados. Y la tercera, que el consumo está rebotando con fuerza.

Frente a las predicciones de las instituciones que se dedican a estas cosas, que pueden resultar más o menos acertadas, la recaudación fiscal es inobjetable, porque muestra una fotografía fiel de la situación. Lo probable es que este año también crezca considerablemente, si no se cruzan nuevas crisis sanitarias y las geopolíticas encuentran una salida. No digamos, si España recupera el número de visitantes que tenía, y el ritmo de reservas turísticas permite presumirlo porque crecen muy consistentemente. Además, deberíamos recibir –y aplicar– la mayor parte de los fondos europeos de recuperación.

Al recaudar más, el Estado aprovecha para recuperarse del enorme esfuerzo presupuestario que realizó en 2020 pero no puede dejarse llevar por esta tentación para trasladar el problema a la ciudadanía por la vía fiscal, y mientras no deflacte los tipos aplicados lo estará haciendo, reduciendo la capacidad de compra.

Lo bueno y lo malo se entremezclan casi siempre para complicar las opciones, y la inflación no llega sola. En el paquete llega un repunte de los tipos de interés, que tan cómodos nos resultaban. El bono español a 10 años ha pasado en pocas semanas del 0,5% de promedio al 1,2%, y eso son muchos millones de euros más que habrá que pagar en intereses. Un escenario internacional muy complejo hace imposible garantizar que esa cifra sea la máxima que vamos a ver por el momento, y esa volatilidad incontrolable añade nuevos problemas. Quizá haya que echar mano de los expertos de Google para saber cómo manejar un algoritmo en el que se juntan incógnitas tan como evolución de la covid, la de la inflación, la marcha de la guerra de Ucrania o los efectos inducidos de las sanciones a Rusia. Cada una de ellas bastaría para poner el mundo patas arriba, todas juntas lo convierten en un juego de azar muy peligroso.

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