El ruido de los kilovatios

Desde hace algo más de un año, al ciudadano se le informa cada día del precio del Mw/h, como se le informa del tiempo previsto y de esos escándalos políticos que amenazan con hundir el país para siempre pero que se diluyen cuando los medios encuentran otro hueso donde morder. Ni el efecto de esas subidas y bajadas se traslada automáticamente al recibo de la luz ni tenemos por qué ser prisioneros del gas y de un sistema de precios inteligente pero fallón cuando un operador como Putin quiere utilizarlo para chantajearnos a todos.

Por tanto, basta de tantas lamentaciones y reaccionemos de una vez. Ni tenemos la obligación de pagar a todos los productores de energía al mismo precio que cuesta la obtenida con gas ni tenemos las manos atadas a lo que diga el mercado. El mecanismo se estableció para estimular las inversiones en renovables cuya materia prima no tiene coste (el viento o el agua embalsada) y que por tanto pueden producir a muy pocos céntimos el kilovatio. Cobrando el mismo precio que quienes queman gas, obtendrían un gran rendimiento que propiciaría una rápida implantación de parques eólicos y solares (lo que ha ocurrido) y una sustitución de los combustibles fósiles, que se agotan, deterioran el planeta, son muy caros y deben ser importados.

El sistema de precios eléctricos no puede tenernos atrapados. Nada impide cambiarlo ni habrá catástrofes bíblicas por forzar a las eléctricas a devolver parte de los ingentes beneficios que les depara esta situación

Esa política de ayuda al hermano menor acabó por resultar muy rentable para el mayor. Las grandes compañías eléctricas obtienen unos rendimientos históricos por cada kilovatio que producen en sus embalses ya amortizados, en sus parques renovables o, incluso, en sus centrales convencionales, simplemente porque el gas ha subido el precio de las subastas de electricidad hasta el infinito y basta que entre en el mercado diario un solo kilovatio generado con gas para que todos los demás productores cobren a este precio.

Es evidente que algo así, además de ser injusto, facilita la picaresca y el chantaje. Cualquier gran compañía encontrará motivos para dejar apagada una central de carbón o una nuclear y que resulte imprescindible recurrir al gas para cubrir toda la demanda. Así podrá cobrar cantidades cada día más estratosféricas por los kilovatios que están produciendo a muy poco precio sus renovables o sus centrales convencionales más baratas.

España y Portugal quisieron cambiar el sistema europeo a comienzos de verano, y no tuvieron fuerza suficiente, salvo para que les autorizasen un sistema propio. Alemania estaba convencida de que el mercado lo pondría todo en su sitio en muy poco tiempo, pero no ocurrió, y cuando su Mw ha superado los mil euros, ellos y todos los demás socios de la Unión han corrido a pedir una intervención del mercado.

Parece claro que esta pugna entre los estados y las eléctricas no pueden ganarla las eléctricas, puesto que estamos hablando del interés general, de un gravísimo problema para las industrias –que están cerrando– y una inflación que corroe a todos los sectores productivos y la capacidad de las familias para llegar a fin de mes. Así nos encontramos con la segunda parte de esta batalla, y se libra en España. Se trata del impuesto sobre los beneficios extraordinarios de las compañías eléctricas que ha anunciado el Gobierno, y contra el que algunos periódicos mantienen una campaña desatada. Pretenden hacernos creer que al reducir sus beneficios, el impuesto dará al traste con decenas de miles de empleos, entre otras muchas otras catástrofes económicas. Una afirmación que cuesta digerir, porque es evidente que solo hay un perjudicado directo, las energéticas, y ni siquiera para dejarlas sin beneficios; simplemente, para que no sean muy superiores a los de años anteriores. Sacar de aquí la conclusión de que van a abandonar muchos proyectos de inversión y de que eso hará nuestro país menos competitivo a la larga es infantil. Es el exceso de márgenes el que invita a quedarse quieto, porque el dinero entra a raudales.

La campaña paró el mismo día en que la UE bendijo ese impuesto (con una formulación un poco distinta, eso sí) y lo extendió a todos los socios, pero está claro que todo lo que tiene que ver con este asunto se está manipulando de una forma muy descarada, una evidencia los grandes intereses que hay detrás.

Ni es injustificable un impuesto especial a las eléctricas en estas condiciones ni el sistema de precios eléctricos no puede tenernos atrapados. Nada impide cambiarlo ni habrá catástrofes bíblicas por forzar a las eléctricas a devolver parte de los ingentes beneficios que les está deparando esta situación.

Y tenemos que felicitarnos de tener un sector energético muy sólido. Tanto que estamos facilitando gas a otros países europeos que no fueron tan previsores a la hora de hacer plantas regasificadoras, y en estos momentos exportamos electricidad a Francia, donde la mitad de sus nucleares están paradas, y a Portugal, muy dependiente de los pantanos, que ahora están sin agua. En España quizá tengamos muchos defectos, pero el sistema eléctrico es bueno, eficiente y seguro. Por lo pronto, somos los únicos que tenemos asegurado el suministro de gas, a pesar de tener que importarlo todo y eso, hoy en día, es estar muy por encima de cualquier otro país europeo, que no tienen muy claro su horizonte más inmediato si Rusia cierra definitivamente el grifo.

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