El agua, una riqueza que no sabemos valorar

La sequía siempre ha sido un problema en España y el cambio climático lo ha agravado. Por mucho que el país haya tratado de buscar soluciones, con la construcción de 56.000 hectómetros cúbicos de embalses, buena parte del territorio nacional se encuentra periódicamente bajo mínimos, como ahora ocurre en Cataluña y en algunas provincias andaluzas, donde ha sido imprescindible racionar los consumos.

Aunque todo esto es bien sabido, resulta sorprendente que apenas se tenga en cuenta en las estrategias económicas. Al menos, en las de aquellos que casi siempre tenemos un agua abundante, quizá porque nunca nos hemos parado a pensar que siempre ha sido el principal factor de subsistencia y desarrollo (todas las civilizaciones nacieron en torno a los ríos) y muchos siglos después, ese factor sigue resultando decisivo: el ser humano necesita agua y cuanto más avanzado, más agua. Por tanto, y con las excepciones de algunos países petroleros, no hay visos de que las ciudades o las empresas se asienten allí donde no hay agua en abundancia. De hecho, Las Vegas no existía de no haberse construido previamente la presa Hoover.

La sequía de Cataluña puede tener más efecto para la captación de industrias y de turistas que las tensiones políticas

En este mundo desconcertante, podemos disponer prácticamente sin tasa de productos sofisticados llegados del otro extremo del planeta en los que se mezclan materiales y componentes que a su vez tienen otras casi infinitas procedencias pero no es posible tener la misma disponibilidad para algo tan sencillo, barato y tan aparentemente fácil de conseguir como es el agua.

Esa realidad debería hacernos valorar mejor la importancia estratégica de los recursos hídricos que tenemos en Cantabria –aunque el ser humano percibe mejor aquello de lo que carece– y sacarle mucho más partido que ahora, porque lo tiene.

Después de una larguísima polémica sobre el efecto de la situación política de Cataluña en la atracción o la expulsión de empresas, han sido más los ruidos que las nueces. Es cierto que algunas, muy relevantes, trasladaron las sedes, pero sus centros de gestión no han cambiado y el hecho de que el PIB catalán avance al mismo ritmo lo demuestra, igual que el crecimiento del PIB ruso indica que las sanciones económicas al país no han tenido el resultado previsto por Occidente. Sin embargo, la sequía sí se convierte en un problema muy serio para la economía catalana, porque cualquier gran industria necesita tener agua abundante garantizada y toda su gigantesca planta turística, utilizada por 18 millones de visitantes cada año, se vendría abajo de inmediato si estuviese sometida a cortes diarios de agua. Por mucho que hayan mejorado los aprovechamientos en los procesos productivos, con el reciclaje del agua consumido y la economía circular, las necesidades de agua limpia son muy altas. La industria española consume 6.000 hectómetros cúbicos al año, aproximadamente una docena de embalses del Ebro a su máxima capacidad, y aunque no sea tanto como lo que requiere la agricultura (15.500 hm3), permite pensar que cualquier iniciativa para montar una fábrica no tendrá en cuenta ningún emplazamiento en el que no vea aseguradas sus necesidades de agua con mucho margen.

El problema del agua es, para cualquiera de ellas, mucho más decisivo que el político, y en ese terreno Cantabria siempre ha tenido las mejores cartas. Frente a comunidades en las que ya es casi imposible encontrar suelo industrial, como ocurre con nuestros vecinos del País Vasco, y en las que el agua se ha convertido en un problema, como en Cataluña, la disponibilidad de suelo calificado y un recurso hídrico abundante debería ser una baza ganadora. Es cierto que cada vez es más improbable que surjan nuevas industrias de gran tamaño salvo en el campo de las nuevas energías, pero las zonas húmedas y templadas del planeta se están estrechando con mucha rapidez, y van a resultar cada vez más estratégicas, dado que atraerán el interés de quienes viven en países en los que la temperatura cada vez es más extrema o el territorio cada vez más seco. En esa franja privilegiada del planeta estamos nosotros y, si no sabemos sacarle partido demostraremos que estamos más pendientes de las responsabilidades ajenas que de las propias.

La gestión del agua siempre ha sido estratégica pero ahora más. Quizá pensemos que es un asunto que solo debe preocupar al que no la tiene, pero eso es un gran error y una enorme falta de visión. Somos aquellos que tenemos agua abundante los que debemos demostrar que sabemos sacarle partido. Mejor oportunidad que ahora, en que se juntan la gran preocupación por el cambio climático y las ayudas comunitarias para la gestión del agua, nunca.

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