De los juegos por países a los juegos por personas

Los Juegos Olímpicos son la mejor oportunidad que tiene el ser humano para concebir lo que es la universalidad. Los más de doscientos comités que desfilan con sus banderas dan una buena muestra de la diversidad y, al mismo tiempo, de la globalización, pero también de cómo el deporte y la política tienen muchos puntos de contacto.

Hace unos meses se afloró una misiva del responsable de Deportes español en época de Felipe González pidiendo información a los responsables deportivos de cómo conseguir el mayor número posible de medallas en Barcelona 92, y eso fue interpretado por los más susceptibles como una invitación a que los deportistas se dopasen, bajo la suposición de que lo que se pedía entre líneas eran resultados a cualquier precio. La polémica no llegó muy lejos, porque es evidente que cualquier país organizador quiere quedar bien, tanto en la grandiosidad del espectáculo como en resultados deportivos. Efectivamente, España lo logró en los dos terrenos, con más medallas de las que había podido soñar, a tenor de lo ocurrido en olimpiadas anteriores.

En Gran Bretaña lo hicieron de una manera más práctica. El Gobierno pidió un estudio exhaustivo de cuál podía ser la estrategia más eficaz para conseguir muchas medallas en la cita de Londres. Lo averiguó y lo puso en práctica con unos resultados asombrosos. El informe indicaba que la disciplina en la que se podían conseguir más medallas (porque se reparten muchas) con menos tiempo de preparación era el ciclismo en pista. Dicho y hecho. Se puso a ello con la mayor intensidad posible y los británicos no solo se llevaron una gran cosecha en esta disciplina sino que crearon una generación de ciclistas con los que luego tuvieron también un enorme éxito en las carreras en ruta, como el Tour.

A día de hoy ni siquiera hace falta tomarse estas molestias. Basta fichar a los mejores deportistas de países pobres, como hacen Bahrein o Qatar. De esta forma, como se pudo ver en la final femenina de los 10.000 metros de Tokio, las tres primeras representaban a tres naciones distintos (Países Bajos, Bahrein y Etiopía), a las que se mencionaba una y otra vez. Lo que no se decía es que las tres eran etíopes. La norma lo permite, siempre que las dos federaciones (la de origen y la de destino) lleguen a un acuerdo. Ya pasó en los años 90 con la carismática y eterna Marlenne Ottey, que después de participar en varios juegos como jamaicana, acabó representando nada menos que a Eslovenia. España, más pudorosa, ha sido uno de los últimos países en sumarse a esta estrategia, pero bastaba ver en estos juegos a nuestro plantel de atletismo, boxeo o gimnasia, con deportistas nacidos en otros continentes.

En el pasado, el problema estaba en el dopaje generalizado que practicaban muchos países. En el presente está en el mercadeo (los atletas se van donde les pagan más o donde hay menos competencia para ser seleccionados), por lo que los Juegos por países pierden toda razón de ser. Si los deportistas van a cambiar de bandera con toda facilidad, no tiene ningún sentido un medallero por países o una competición por comités nacionales.

Inevitablemente, se va a una competición por personas. Un final triste para un fenómeno que, al menos durante cuatro años, rebajaba las tensiones entre países y las limitaba a quién corría o saltaba más, lo que es un avance de la Humanidad. La ventaja es que los nacionalismos parecen, cada vez más, una antigualla.

Alberto Ibáñez

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