Editorial

Jesús Gil fue un precedente de esta nueva era y demostró lo rentable que resulta gastar mucho en política. A su lado, los demás alcaldes parecían unos aficionados, pero los ediles son muy rápidos de reflejos y muchos de ellos acabaron por emularlo con notable aprovechamiento. Cuantas más licencias ilegales concedían más votos obtenían y por aquí cerca tenemos algunos ejemplos.
Enseguida resultó evidente que un político ahorrador era un fracaso seguro y la España de comienzo de siglo pasará a la historia por el absoluto desmelene. Hasta que se acabó el dinero, claro. En las próximas elecciones es posible que haya alcaldes que se vayan a casa de motu propio, porque, como en el monopoly, acabados los billetes, el juego ha dejado de tener gracia.

Si con lo que hemos visto gastar en Cantabria resulta que somos la autonomía menos endeudada del país, no cabe imaginar hasta qué punto ha llegado el despilfarro en otros lugares, que no son precisamente responsabilidad del Estado. Y lo peor es que el virus también estaba inoculado en el sector privado: quienes decidieron poner su dinero para construir las autopistas radiales de Madrid que no usa nadie, o el aeropuerto de Guadalajara, que tiene un vuelo a la semana, o las macrourbanizaciones de miles de viviendas de Levante, tan vacías como la Seseña de El Pocero pueden servir de ejemplo.
En esta crisis hay muy pocos que puedan señalar con el dedo, incluidos los que ahora han sembrado dudas sobre el sistema financiero español. Gran Bretaña tuvo que quedarse con el Northen Rock; Irlanda hizo lo mismo con el Irish Bank; la señora Merkel nacionalizó el 25% del Commerbank para darle una inyección de capital de caballo y Holanda y Suiza se vieron obligadas a salvar in extremis a ING y UBS; por no hablar de lo ocurrido en Estados Unidos. En España no se ha puesto dinero público a fondo perdido y los préstamos previstos, por importantes que lleguen a ser, en ningún caso llegarán a cifras comparables con las empleadas por quienes ahora nos auscultan con cara de reproche y se han quejado de que el BCE compre deuda de los países mediterráneos. Menos mal que ahí estaba Trichet para recordarles que no protestaron antes, cuando se abrió la barra libre del dinero para salvar a los bancos y especialmente a los suyos. Curioso tiempo éste donde todo el mundo da lecciones pero nadie muestra señal alguna de haberlas recibido.

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