Un duro golpe para la industria cántabra

Cuando hace un año Global Steel Wire inició la construcción de una planta de muelles de colchones en los terrenos de su fábrica de Santander comenzaba el principio del fin de Trefilerías Quijano. La fábrica de Los Corrales perdía un 25% de su facturación, pero sobre todo, perdía todo un horizonte porque con esa cuarta parte de las ventas se iba el producto con más posibilidades comerciales. Trefilerías se quedaba con los muelles de acero duro y abandonaba definitivamente, la posibilidad de ser rentable. Al cerrar el año, su cuenta de resultados registraba unas pérdidas de 6,5 millones de euros (unos 1.100 millones de pesetas).
En realidad, el cierre empezó seis años atrás, cuando Celsa tomó la decisión de trasladar la fábrica de cables Tycsa desde Barcelona a Santander, para reubicarla junto a GSW, su proveedor de acero. En vista del éxito de la operación, la familia Rubiralta decidió aplicar la misma estrategia a otra de sus filiales, Trefilerías Quijano, donde tras varias reformulaciones societarias no había llegado a sacar lustre a las cuentas. Como en el caso de Tycsa, Celsa ha cerrado en dos fases una factoría con costes elevados y después de trasladar los productos más rentables a una nueva planta, con trabajadores jóvenes y mucho más baratos.

Un mundo en 40 kilómetros

En los cuarenta kilómetros que median entre la vieja fábrica de Los Corrales y la nueva de Santander hay todo un mundo en costes y los hermanos Rubiralta, propietarios de Celsa, no lo han dudado. Al ubicarse al pie de GSW pueden prescindir de la caravana diaria de camiones que ahora trasladan el alambrón desde Santander hasta el valle de Buelna, un ahorro muy notable si se tienen en cuenta las 60.000 toneladas de muelles que la nueva fábrica va a producir al año. Y los trabajadores contratados para hacerlo, con una escala salarial distinta y sin antigüedad van a tener un coste anual inferior a la mitad de los 6,5 millones por operario que le supone la plantilla de Los Corrales.
El proceso pudo resultar previsible hace dos años, cuando se llegó a un acuerdo de viabilidad que, como se ha visto, no pasó de ser un pequeño aplazamiento para que la opinión pública pudiera digerir un poco mejor el cierre. Es posible, incluso, que se hubiese producido más rápido si la nueva fábrica de muelles de colchón hubiese tenido menos problemas de puesta en marcha, en parte por la poca experiencia de la plantilla contratada y, en mayor medida, por las dificultades para adaptar la maquinaria procedente de la planta que Tycsa tenía en Barberá del Vallés.

Los sindicatos, descolocados

La familia Rubiralta, que también fabrica material quirúrgico, maneja bien el bisturí y lo demostró en el cierre de Tycsa. Parte de la producción de cables la trasladó a Santander hace cinco años, y cuando la planta parecía de nuevo estabilizada, en 2003 resolvió por el mismo camino lo que quedaba. A Santander apenas se han trasladado un par de trabajadores de la fábrica cerrada; el resto fueron rescindidos e indemnizados con 45 días por año trabajado.
Con este precedente, los sindicatos son conscientes de la debilidad de su posición. Como beneficiarios del cierre de la planta de Tycsa, por su traslado a Santander, su actitud fue muy tibia ante el problema laboral que se suscitaba en Cataluña. Ahora, saben que difícilmente pueden pedir la solidaridad del resto del grupo cuando sufren el cierre de Trefilerías en carne propia.
La desaparición de ambas plantas y el traslado de producciones no son muy distintos al problema de deslocalización que se está produciendo en el ámbito internacional y enfrenta a los sindicatos a las mismas contradicciones. Las principales centrales europeas se han planteado ya transformar sus confederaciones nacionales en comunitarias, para evitar que las fábricas se vayan a los países que ahora van a entrar en la Unión Europea, donde los costes salariales son muy inferiores. Pero es muy difícil imaginar que la solidaridad interna de unos sindicatos paneuropeos pueda llegar al extremo de que los sindicalistas de los países receptores de las empresas que se trasladan se nieguen en redondo a recibirlas si eso conlleva perjuicios para trabajadores de otros países cuya situación laboral y salarial es mucho mejor que la suya.
El problema no ha hecho más que empezar y nadie sabe muy bien a cuántas empresas más puede afectar ni cómo abordarlo.

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