La paz vuelve a la Lonja
Durante los últimos siete meses en las lonjas asturianas y vascas se ha dado una curiosa paradoja al aparecer mayoristas y pescaderos santanderinos para abastecerse allí de mercancía que, en no pocos casos, había sido capturada por la flota de altura de la propia capital cántabra. Esta insólita situación no era debida a que los armadores hubieran acudido a esos puertos atraídos por unos precios mejores, sino al pulso que mantenían la patronal de los propietarios de barcos de altura (Opeca) y los mayoristas de pescado con la Autoridad Portuaria de Santander, responsable de la gestión de la nueva lonja, aunque muy a su pesar.
Este desencuentro, que ha mantenido casi inactiva la Lonja, se resolvió el pasado mes, con el compromiso de la Consejería de Ganadería de construir rápidamente las dotaciones que aún faltan, como la fábrica de hielo o las cámaras frigoríficas. Pero también ha sido decisiva la renuncia de la Autoridad Portuaria a seguir impidiendo lo que se conoce como ‘segunda venta’ (reventa de pescado ya subastado en otras lonjas) que en la práctica convierte este recinto, concebido únicamente para subastar el pescado que se desembarca en sus muelles, en un mercado al por mayor donde los minoristas también pueden aprovisionarse de mercancía entrada por otros puertos.
La cancha de la nueva Lonja santanderina ha vuelto a animarse con el soniquete de las pujas y el colorido de las cajas de pescado fresco, pero falta aún por concretar cual será la fórmula final para la gestión de la lonja. El Gobierno cántabro ha manifestado su deseo de que le sea transferido el puerto pesquero de Santander, el único que no controla, y que ahora está bajo la soberanía de la Autoridad Portuaria y, por tanto, del Ministerio de Fomento.
Tanto la Opeca como los mayoristas piden formar parte del consorcio que finalmente se haga cargo de la gestión de la Lonja, pero mientras llega ese momento, la Autoridad Portuaria continúa dirigiendo el recinto, una tarea a la que se aplica con mano de hierro, tanto en los controles de acceso como de las propias actividades de compraventa, lo que ha chocado con los hábitos de un sector acostumbrado a las formas más laxas de su antiguo gestor, la Cofradía de Pescadores.
Y es que la quiebra económica de la Cofradía de Santander no sólo significó problemas para los acreedores o para el futuro laboral de sus trabajadores. Supuso también la quiebra del modelo de gestión que se había venido practicando en la vieja lonja, en un momento, además, en el que urgía poner en marcha el nuevo edificio –inactivo desde su construcción en 2002– y que hasta ahora no ha podido justificar los cinco millones y medio de euros invertidos en él.
Ante las dificultades del propio sector para retomar el control de las subastas del pescado que se desembarca en Santander, como ha ocurrido durante siglos, la Autoridad Portuaria se ha visto forzada a hacerse cargo de la Lonja, una actividad que desconocía, lo cual, según los propios mayoristas y pescadores, origina muchos de los desencuentros de estos meses y que, aparentemente, han quedado superados.
Un proyecto para una lonja de segunda venta
La decisión de permitir que los mayoristas vuelvan a practicar la segunda venta dentro de la Lonja ha facilitado el acercamiento a un sector que, aunque pequeño en tamaño, es imprescindible para dar vida al edificio. En el recinto santanderino operan habitualmente 16 mayoristas de los que diez están asociados. El resto de los compradores –a las subastas suelen concurrir más de 200– son pescaderos que, además de recurrir a los mayoristas para aprovisionarse, participan también en algunas pujas. A pesar de su escaso número, las ventas de los mayoristas suponen el 70% de todas las que se realizan en la Lonja santanderina, que en sus mejores años llegó a mover cerca de 3.000 millones de las antiguas pesetas (la cifra récord se alcanzó en 1999 con 2.800 millones). Esto significa que únicamente con la venta de la pesca desembarcada, la actividad apenas pasaría de ser testimonial.
Los mayoristas lo saben y se resisten a reubicar su actividad en un recinto como Mercasantander, que sería el lugar lógico para este tipo de transacciones. Entienden que en la Lonja no solo está su clientela, que así no necesita ir a dos sitios distintos para aprovisionarse, sino que el propio edificio está construido para la compraventa de pescado y cuenta con espacio más que sobrado para ello.
Con todo, si el crecimiento de la Lonja y la asistencia de un mayor número de clientes lo hiciera aconsejable, la Asociación de Mayoristas no descarta la idea de construir unas instalaciones cercanas a la Lonja para albergar su actividad comercial específica. De hecho, ya tienen un proyecto. La inversión prevista rondaría los 1,2 millones de euros (200 millones de pesetas) y sería sufragada en parte por los propios interesados. Sin embargo, los mayoristas no creen necesario afrontar por el momento ese edificio de segunda venta y se muestran satisfechos del acuerdo que les va a permitir utilizar la Lonja, recuperando lo que era una práctica habitual en la antigua.
Para ello deberán contar con un registro sanitario, actualmente en tramitación, y con una clara delimitación de la zona donde se va a desarrollar esa venta, de manera que las cajas no puedan confundirse con las de la pesca recién desembarcadas.
El rigor de la dirección portuaria se ha hecho sentir también en los controles sanitarios y fiscales de la pesca desembarcada, sujeta a cuotas autorizadas por la Unión Europea. También se ha extremado en la exigencia de una fianza suficiente para poder intervenir en la subasta, algo que no siempre aplicaba a rajatabla la Cofradía.
La fábrica de hielo, en verano
La construcción de una fábrica de hielo era otra de las reivindicaciones de los usuarios de la Lonja que, desde el derribo de la antigua fábrica se ven obligados a abastecerse fuera del recinto, a un precio más caro, debido a los costes de transporte. Así, mientras el hielo puesto en el puerto de Santander cuesta unas 16 pesetas por kilo, en el resto de las lonjas de la región no supera las siete.
La repercusión de este coste en la venta de pescados de alto precio, como el rape o la merluza, no es muy significativa, pero sí lo es cuando se trata de especies destinadas a congelado o a la industria agroalimentaria. Aquí una simple peseta por kilo puede llevar al comprador de grandes cantidades a inclinarse por otras lonjas.
La Consejería de Ganadería y Pesca, que va a hacerse cargo de la construcción de la nueva fábrica de hielo, se ha comprometido a que esté operativa en agosto. Sólo así podrá evitarse lo ocurrido el pasado verano, cuando esta carencia hizo zarpar hacia otras lonjas a boniteros que habían entrado en Santander para vender su mercancía.
La fábrica se situará en la zona sur de la Lonja, aunque su ubicación final dependerá de un estudio geotécnico que avale la consistencia del terreno, dado su enorme peso. Junto a ella se construirán las cámaras frigoríficas, otra de las demandas urgentes de los mayoristas, que ahora deben recurrir a estacionar furgones refrigerados en las inmediaciones para almacenar las compras.
Un mercado muy amplio
Un 90% de la pesca que se desembarca en Santander acaba fuera de los límites geográficos de la comunidad. Ciudades como Madrid, Barcelona o Bilbao son grandes consumidoras del pescado que se subasta en nuestras lonjas, pero los mayoristas santanderinos también lo distribuyen en regiones tan alejadas como Extremadura o Andalucía y en Levante. Paradójicamente, la industria conservera gallega es, a pesar del enorme tamaño de su flota pesquera, una buena compradora del verdel y el relanzón que capturan nuestro barcos.
La Lonja de Santander tiene un papel muy relevante en el mercado del rape y en el de la merluza que traen los barcos de altura, cuya ausencia ha acusado durante el plante de esta flota. Los mayoristas santanderinos se han visto obligados a desplazarse durante estos meses a otras lonjas de la Cornisa Cantábrica para abastecerse también de gallo, lochas, fanecas o lirios.
Al boicot de los barcos de altura contra las instalaciones de la capital cántabra, se había sumado el hecho de que anchoas, sardinas, chicharros, verdeles y otras especies de bajura se habían desplazado hacia el Golfo de Vizcaya, con lo que a las embarcaciones de cerco les resultaba más rentable desembarcar sus capturas en los puertos vascos, más cercanos a la zona en la que faenaban. Todo ello ha provocado la práctica paralización de la Lonja santanderina durante los últimos meses, una situación que sus responsables intentan dar la vuelta ahora, hasta conseguir que toda la pesca capturada por los barcos matriculados en Santander se venda allí.
En este empeño coinciden también los mayoristas, conscientes del perjuicio que les ha deparado la situación pasada, como señala el presidente de su Asociación, Javier González: “Hay que tener en cuenta –subraya– que dos años trabajando al cincuenta por ciento y los últimos seis meses prácticamente a cero, destrozan cualquier mercado y hay que volver a recomponerlo. Confío en que no sea muy difícil, porque el pescado de Santander está muy bien considerado”. Un prestigio que se desea reforzar con la creación de un logotipo que lo identifique y en cuya definición trabajan ya la Consejería y la Autoridad Portuaria.