EL MILAGRO IRLANDES

En Cantabria hay una vaca por cada dos habitantes. En Irlanda hay dos vacas por cada habitante. Eso ha sido así tradicionalmente, pero los caminos se han separado hace una década. Irlanda, cliente tradicional del Objetivo 1 comunitario empezó a despegar con una fuerza tan insólita que en una década pasó de tener poco más del 70% de la renta media comunitaria a incluirse entre los países más ricos de la Unión. Las claves de estas impresionantes cifras son varias: una economía extraordinariamente exportadora, un lugar muy rentable para la inversión industrial, una mano de obra muy preparada, un impuesto de sociedades bajo, incentivos para las empresas y, sobre todo, hablar inglés.
El milagro irlandés sólo puede entenderse al repasar la inversión extranjera: aunque la república irlandesa sólo supone el 1% del mercado en la zona euro, recibe casi un tercio de todas las inversiones que realizan los Estados Unidos en el interior de la Unión Europea y, especialmente, las relacionadas con la industria de computadores, software e ingeniería.
Se pueden dar muchas explicaciones a esta preferencia norteamericana por la isla, pero ninguna como la proximidad sentimental e idiomática que sienten los estadounidenses con Irlanda y que sobrepasa handicaps comerciales tan importantes como su carácter insular o la escasez de población, que impide pensar exclusivamente en su mercado interno. Irlanda es, desde este punto de vista, un gigantesco portaviones en aguas comunitarias, donde los norteamericanos no se sienten como en casa, pero sí mucho más cómodos que en Alemania o en los países latinos, donde no coinciden ni en la lengua ni en el estilo de vida.
De esta forma, su particular Míster Marshall ha producido crecimientos anuales cercanos e, incluso, superiores al 10%, sostenidos a lo largo de una década esplendorosa.

De la agricultura a la tecnología

Las verdes praderas irlandesas y sus acantilados hostiles siguen haciendo pensar en Cantabria, pero ¿realmente es trasladable su modelo económico de desarrollo? Desafortunadamente, no. A pesar de que hace sólo dos décadas la economía irlandesa era mucho más agraria que la de Cantabria, su expansión posterior en la industria, y sobre todo en el campo de las nuevas tecnologías, es difícilmente trasladable a otro lugar, si bien tiene algún parangón con la llegada de las multinacionales extranjeras a Cantabria a comienzos del siglo pasado (Solvay, Nestlé, Orconera, Real Compañía Asturiana…) que de la noche a la mañana convirtieron la rural provincia de Santander en una de las más industrializadas de España y una de las más exportadoras.
En Irlanda ese fenómeno se ha producido en la reciente década de los 90. En el año 2000, el país gaélico alcanzaba una cifra asombrosa: el 94% del PIB está vinculado al comercio exterior de bienes y servicios, sobre todo a la Unión Europea y a Estados Unidos. Más insólito aún en un país donde el sector agrícola representaba en los recientes años 60 el 47% de la actividad.
Más de la mitad de los productos manufacturados proceden de las compañías extranjeras que se han asentado en la isla, cuya vocación exterior es evidente, dado que controlan el 80% de las exportaciones.
El desembarco ha sido espectacular en una isla de economía tan modesta como tradicional en costumbres: más de mil empresas de fabricación y servicios tecnológicos, de las que casi cuatrocientas cincuenta son estadounidenses, entre ellas Intel, Hewlett Packard o Boston Scientific.
La IDA o Autoridad de Desarrollo Industrial, encargada de atraer inversiones extranjeras hacia la isla, ha apostado sobre todo por los sectores de la electrónica, salud, productos farmacéuticos, software, procesado de datos, telemarketing y servicios financieros. En esto no ha sido muy distinta a Cantabria. Pero los resultados son muy distintos, hasta el punto que nueve de las diez compañías más grandes del mundo de farmacia y diez de las quince más importantes en productos médicos se han vinculado al territorio irlandés. Su sistema de telecomunicaciones, por otro lado, es uno de los más avanzados y sofisticados que hay en Europa y está liberalizado desde 1998.

La relación con EE UU

Aunque sea retroceder mucho, para explicar la vinculación de EE UU con Irlanda hay que referirse al año 1845, cuando una epidemia de mildiú procedente de la costa atlántica de Norteamérica destruyó toda la cosecha de patata. Entonces Irlanda vivía con una dieta a base exclusivamente de patatas, mantequilla y poco más, lo cual no era obstáculo para que fuera el país más poblado de Europa, con una densidad de población en relación con la tierra cultivada superior a la de China.
Lo que se conoce como La Gran Hambruna, que se originó por la pérdida de la cosecha de patatas causó en la isla un millón de muertos, o sea uno de cada ocho habitantes. Para hacernos una idea más ajustada de semejante catástrofe basta recordar que en la I Guerra Mundial, Francia, el país que sufrió más pérdidas humanas, tuvo un muerto por cada veinticinco habitantes.
La miseria tiene otro problema, el que sus efectos tardan generaciones enteras en desaparecer, y la emigración en masa de los supervivientes que se produjo hacia tierras de los Estados Unidos acabó por despoblar la isla. Pero si entonces la colonia gaélica dio lugar a una de las comunidades blancas más numerosas de Norteamérica, varias generaciones después ha contribuido al insospechado desarrollo de la tierra de sus ancestros.
En 1922, cuando se formó el moderno estado irlandés, el sector industrial estaba compuesto por un pequeño número de empresas manufactureras dentro de sectores tradicionales, como la alimentación, las bebidas y los textiles, que se limitaban a producir para el mercado propio. En los años 30 se introdujeron medidas proteccionistas que no sirvieron absolutamente para nada. En la década de los 50 fue cuando se inició el desarrollo industrial basado en la exportación, pero su sector exterior no tuvo un desarrollo significativo hasta la firma del Acuerdo Anglo–Irlandés de Libre Comercio, en 1965.
Irlanda dio un salto significativo con la apertura económica y, por fin, con la entrada en la CEE en 1973, que supuso el acceso libre de tarifas arancelarias a los mercados del continente. A partir de entonces las exportaciones empezaron a tener una ascensión meteórica, de forma que su participación en el PIB pasó de ser el 37% en 1973, al 56% en 1983, y el 65% en 1993. Si ya era muy significativa en esta fecha, en los siete años siguientes ha ganado terreno a un ritmo de cuatro puntos por año.

Un país rural

Todo ello no ha impedido que Irlanda siga siendo un país eminentemente rural y que la agricultura, en términos de ingreso nacional, empleo y exportaciones tenga un peso bastante superior a la media europea y superior también al de Cantabria, ya que supone el 7% del PIB y el 10% del empleo. En cambio, su participación en las exportaciones ha quedado reducido al 9%, un porcentaje muy inferior al tradicional aunque sigue bastante por encima de lo que es normal en la Unión Europea.
La agricultura se basa sobre todo en la ganadería extensiva y, como en Cantabria, la leche casi es un monocultivo, ya que supone el 85% de la producción agraria. Hay en Irlanda 143.900 granjas con una media de 29,3 hectáreas de terreno, a años luz de la escasa superficie media de nuestras explotaciones. Como aquí, la inmensa mayoría son familiares y como aquí han sufrido una reestructuración muy fuerte, aunque eso no impide que aún hoy la isla mantenga 6,7 millones de cabezas de vacuno, una cifra que resulta engañosa para un país cuya economía se ha dado la vuelta con la misma soltura que se vuelve del revés un calcetín.

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