El paro o cómo vivir al otro lado

El paro, sea por inesperado o por duradero, y las tensiones que causan los recortes de derechos o las regulaciones de empleo están haciendo mella sobre la salud de muchos cántabros que, a sus problemas económicos, han empezado a sumar otros, como la depresión, el aislamiento social, la crisis de pareja o, incluso, los cambios en la conducta de sus hijos.
La mayoría de los que acuden a consulta de un psicólogo son hombres de mediana edad que han perdido un puesto de trabajo con contrato indefinido tras llevar diez o más años en la misma empresa o empleados de la Administración sin perspectivas de futuro, porque las listas de interinos ya no se mueven, apenas se registran bajas laborales y no se convocan nuevas oposiciones.
Equiparar la pérdida de un empleo a la de un familiar o a una ruptura de pareja puede parecer exagerado. Sin embargo, Montserrat Guerra, coordinadora de Fundipp (Fundación para la investigación en Psicoterapia y Personalidad) y experta en recursos humanos, sostiene que el parado ha de superar las mismas etapas emocionales que en un duelo porque el trabajo es mucho más que un sueldo: “En nuestra sociedad uno es a lo que se dedica, por eso sienten que han perdido su identidad”, explica la psicóloga. Además, con el trabajo no solo se va la autoestima y la seguridad en uno mismo, también desaparecen los hábitos diarios, lo que les lleva a preguntarse: ¿Qué hago con mi vida? ¿Cómo lleno el vacío?
La primera etapa es de conmoción por lo ocurrido. Después, se buscan culpables y se idealiza el puesto perdido. Finalmente, hay una fase de depresión seguida por otra de aceptación en la que uno ya está preparado para empezar a buscar un nuevo trabajo.
La duración de este proceso depende de cada persona. Unas tardan dos o tres semanas en reponerse y a otros les lleva años. Conseguirlo antes o después tiene mucho que ver, según la psicóloga, con el apoyo social con el que cuente esa persona, con su entorno familiar o con que se haya preparado para el despido.
La clave es que no se culpabilicen de lo ocurrido ni se estanquen tratando de recuperar lo que tenían: “Quieren volver a ser los que eran y encontrar un trabajo exactamente igual al que tenían, pero eso ya no existe”, enfatiza.
Uno de los casos más frecuentes con los que se encuentra es el de un cabeza de familia que se niega a aceptar que su estatus ha cambiado. Su recomendación para ellos es que repartan las repercusiones económicas entre todos los miembros de la familia para que ninguno se sienta sobrecargado.
Si la persona se aísla y no encuentra razones para salir de casa, acaba apareciendo la llamada indefensión aprendida: “Por más que lo intento no lo consigo y dejo de intentarlo”. Sin embargo, si lleva una vida sana, fija unas rutinas diarias y hace un autoanálisis personal para establecer unos objetivos a corto, medio y largo plazo, puede salir antes de esa situación.

Aguantar a toda costa

Las personas en paro no son las únicas que están buscando ayuda psicológica. También hay trabajadores que mantienen su empleo pero no resisten ni un día más: “Han visto cómo sus compañeros han sido despedidos y piensan que serán los siguientes. Es como tener sobre sí una espada de Damocles”, explica la especialista.
Los trabajadores ya no solicitan tantas bajas como en el pasado y tratan de aguantar en sus puestos pase lo que pase. La consecuencia es clara: los psicólogos se encuentran con casos más graves y cronificados que llegan derivados por su médico o psiquiatra de referencia y acompañados por alguna persona, habitualmente la madre o la pareja.
Cuando aceptan ir a consulta, su cuerpo ya ha empezado a somatizar todas esas tensiones laborales mediante dolores de cabeza, ataques de ansiedad, miedos y manías o incomodidad al encontrarse rodeados de gente. Otro comportamiento motivado por la crisis son las llamadas rumiaciones o pensamientos fatalistas: “La persona no puede desconectar y repasa mentalmente situaciones e incluso diálogos del trabajo, con lo que alimenta aún más su ansiedad”, apunta Guerra.
Desafortunadamente, los que piden ayuda siguen siendo los menos. La mayoría niega tener problemas o, a lo sumo, acude a su médico de cabecera en busca de una pastilla que le ayude a dormir o que ponga fin a sus dolores de cabeza. Pero, según la psicóloga, esa no es la solución: “Es gente que siempre ha tenido una salud mental de hierro mientras las cosas iban bien, por eso les cuesta tanto admitir que con esto no pueden”.
Salir ‘del otro lado’ es un camino personal que ha de emprender cada uno, pero esta experta está convencida de que ayudaría mucho que desapareciera la “sensación negativista y machacona” que existe en todas partes : “Antes, la gente se relajaba en el bar o se distraía hablando con el tendero, pero ahora la crisis es monotemática y muchos prefieren quedarse en casa”.

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