A chorro vivo: El arte urbano que inunda las calles

La camarguesa Bea Millán ha convertido su mayor pasión en su trabajo y realiza murales de graffiti realistas

El arte urbano o street art nació en los años 60. Durante mucho tiempo se ha encontrado en la delgada línea que separa la expresión estética, política o social del vandalismo, pero con los años ha pasado a ser una manifestación artística reconocida. Ahora, los muros y paredes de las ciudades se ofrecen como soporte para sus creaciones. Una de estos artistas es la camarguesa Bea Millán, que con el nombre ‘A chorro vivo’ ha hecho de su hobby una profesión y sus obras pueden verse en pueblos y ciudades.


Bea Millán ha sido una enamorada del arte toda su vida. Lleva dibujando desde que tiene memoria y en su adolescencia encontró en el graffiti una forma de expresión.

Cuando tenía 13 años vio que los sprays le permitían “llevar a la calle” su arte y, poco a poco, se fue enganchando. Junto con otros grafiteros o vandals utilizaba las paredes de naves abandonadas como lienzo y también realizó murales para mejorar espacios deteriorados, con el permiso de ayuntamientos o propietarios. “Nos pagaban los sprays y una merienda y estábamos encantados”, recuerda entre risas.

No pudo hacer el bachiller de Bellas Artes, como le hubiese gustado, pero la vida le llevo por otros derroteros y, aunque siguió pintando siempre que pudo –con sprays, aerógrafos y acrílico–, la mayor parte de su trayectoria profesional se ha centrado en la jardinería.

Bea sigue haciendo murales por su cuenta, como el de esta imagen, que representa un cirujano con un corazón de donante en la mano sobre neveras abandonadas. FOTO: PILAR OTÍ

Durante los últimos cinco años ha podido desarrollarse artísticamente en una empresa de carrozas navideñas, pero ha sido en los últimos meses cuando su vida ha cambiado por completo. Bea le propuso al Ayuntamiento de Camargo realizar varios murales en el Parque de Cros y, gracias a ese proyecto, pudo dar el paso y establecerse como autónoma dando rienda suelta a su pasión.

“Hay gente que para poder emprender pide un préstamo al banco, a mí la oportunidad me la dio el Ayuntamiento de Camargo”, relata la artista, que aún no se puede creer que pueda dedicarse a su principal afición. “Para mí esto no es un trabajo, tengo mucha suerte”, subraya.

Una mirada diferente

Cuando camina por cualquier calle, su mirada le conduce a los espacios en los que podría pintar y cuando habla con alguien no puede evitar pensar en los colores que usaría para su retrato. Por eso, la mayoría de los proyectos que realiza proceden de propuestas que ella hace a los ayuntamientos para mejorar espacios públicos. En otras ocasiones, son consecuencia de convocatorias o concursos públicos y, cada vez más, de particulares que quieren decorar espacios con sus murales: tiendas, colegios, muros de viviendas… “Hemos pasado de ver el graffiti como algo que mancha o ensucia las paredes a entenderlo como algo que embellece y puede atraer mucho turismo”, reflexiona.

Al dibujar en un papel, el campo de visión del ojo abarca todo el trabajo. Es fácil ver las proporciones de las figuras y las dinámicas de la composición. Los problemas surgen al trasladar ese boceto al muro, cuando los centímetros se convierten en metros. Bea tiene dos maneras de trabajar. Cuando tiene espacio suficiente, proyecta la imagen que quiere realizar. En otras ocasiones utiliza la llamada plantilla doodle, que consiste en rellenar la superficie del muro con dibujos o letras al azar y sacar una foto de la pared con el móvil. Al superponer la imagen que se va a realizar, esa plantilla le da referencias de por dónde tiene que trazar las líneas de su diseño.

Bea posa junto con algunos de los murales realizados en el parque de Cros de Maliaño, obras que le permitieron iniciar su nueva andadura profesional.

Los murales se pagan por metro cuadrado y, en cada uno usa entre 60 y 80 sprays, ya que, a diferencia de otro tipo de pinturas, no se pueden mezclar entre sí para crear nuevos colores. 

El sello de la artista camarguesa se reconoce por las imágenes realistas (“me gusta representar la realidad, dar volúmenes, sombras, brillos…”) y la aplicación, en mayor o menor medida, de chorros de pintura. “Mi nombre, A chorro vivo, viene de ahí. Me gusta jugar con la pintura y con el agua, que chorree y que salpique… A veces utilizo incluso pistolas de agua”, reconoce. 

Todas sus obras tienen un estudio previo y un trasfondo. “Antes de realizar un mural me gusta informarme sobre la persona o el lugar que tengo que representar, conocer bien el tema para que tenga una intención”. Por ese motivo, en ocasiones incluye fechas o palabras relacionadas con hitos o trata de ir más allá de lo puramente estético.

Cuando puede elegir qué pintar, suele decantarse por representar animales en peligro de extinción. “Hay muchas especies con las que estamos acabando y, más allá de una o dos que suenan en las cabezas de todos, las demás parecen no importar. Por eso, al pintarlas, intento crear esa conciencia”, relata.

En el último medio año, ha pintado en municipios cántabros y en varias ciudades de España y Portugal y ya tiene contratos cerrados para los próximos meses. Lugares que tendrán una obra de A chorro vivo, el sueño de Bea hecho realidad.

María Quintana

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