Los nuevos lobbies

Santander ha conseguido acabar con los aparcamientos en las calles sin que nadie proteste, lo que resulta extraño, porque ya se sabe que un humano sin plaza donde dejar su coche es casi nada. Después de conseguir que todos pasemos por la caja de los subterráneos de pago, esas calles se entregaron a los hosteleros y lo que iba a durar lo que durase la pandemia se va a convertir en el santa Rita, Rita, como se veía venir. El Ayuntamiento justifica que esas terrazas dan ambiente, pero también dan ambiente festivo los carruseles de las ferias y a los feriantes nadie les perdona el sartenazo municipal. Si quieren instalarse han de pagar el suelo a precio de oro, con pandemia y sin pandemia. Será porque son foráneos o porque no saben que con una licencia hostelera podrían ampliar sus atracciones hasta la playa, si se empeñan.

Es evidente que la política local está condicionada por las cortas distancias. Una manifestación a las puertas de la Delegación del Gobierno le queda muy lejos al ministro de turno, pero la misma manifestación ante el Ayuntamiento crea mucha presión, y no solo por los votos en juego. Hay muchos lazos personales, y lo mismo ocurre con las consejerías. Por eso, los hosteleros (que están bien organizados desde hace décadas) han conseguido lo que no han logrado los comerciantes (que están mal organizados desde hace décadas). Ahora, en Cantabria, hay más bares y restaurantes que antes de la pandemia, lo que indica que quizá se haya exagerado sobre su supuesta catástrofe, mientras que hay muchos menos comercios, pese a lo cual han conseguido menos atención y ayudas.

La hostelería va a vivir un verano histórico, de lo que nos tenemos que congratular todos, como lo tuvo en 2019 y también fueron muy buenos los de 2020 y 2021 en plena pandemia, porque a nosotros nos afectó poco la ausencia del turismo extranjero. Por tanto, si hubo motivos de queja, eran menos que en otras comunidades. Ahora mismo, el número de trabajadores en la hostelería cántabra es el mayor de su historia, de lo que cabe colegir que tiene más negocio que en cualquier otro momento anterior, y la subida de los precios hoteleros en un 40% entre mayo de 2019 y mayo de 2022 es un lujo que no se ha podido permitir ningún otro sector, ni siquiera aquellos que están más afectados por la evolución de la energía o de las materias primas.

No deja de sorprender que las protestas cuajen en Cantabria como en ninguna otra región. No solo se levantó en armas la hostelería, cuando había comunidades más afectadas. Ha sido una de las provincias donde más seguimiento ha tenido el paro de los transportistas; la única que ha sufrido una dramática huelga de 20 días en un sector tan importante como el metalúrgico; donde parte del transporte amenaza con volver a dejar los camiones en las cunetas y la que mantiene la posición más beligerante contra la preservación del lobo.

Todo esto resulta un poco artificial en la región que pasa por ser un remanso de paz social, a la que solo llegan ecos lejanos de los muchos conflictos que padece el mundo. Cuesta entender que en una comunidad donde los lobos supuestamente campan ya hasta en municipios cercanos a la costa, los buitres se comen tan tranquilos los cadáveres de las vacas sin inmutarse por la presencia humana, los jabalíes acuden a los contenedores de basura con desparpajo y los osos persiguen a los vecinos (todo esto ha aparecido en la prensa regional recientemente) haya tantísimo interés en hacerse casas en los suelos rústicos más apartados, y por tanto más desprotegidos. Una paradoja que ha impedido llegar a un consenso sobre la Ley del Suelo, cuando el texto ya aceptaba unas construcciones aisladas que nadie puede hacer (ni reclama) en Asturias o en el País Vasco, donde las circunstancias territoriales son muy parecidas.

Que las mismas personas que ponen el grito en el cielo por la “invasión” de los lobos exijan poder construir en zonas alejadas de los núcleos rurales (y casi salvajes, si hacemos caso de su relato) permite poner en duda estos tintes tan dramáticos con que se adereza la actualidad.

Una sociedad moderna no puede alimentarse con demostraciones de fuerza en las calles, con miedos apocalípticos medievales ni con medias verdades retorcidas que no son sino medias mentiras al servicio de intereses ideológicos o meramente inmobiliarios. Parecía que tras la crisis de 2008 nos habíamos desecho de los lobbies, pero a la vista está que siguen ahí, aunque ahora sean otros: hosteleros, alcaldes…

Alberto Ibáñez

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