Habilidades de gallego

Uno empieza discutiendo los resultados del Festival de Benidorm y en dos días se encuentra con una estrafalaria votación en el Congreso que está a punto de tumbar al Gobierno, con el descabezamiento del PP y con media Europa en guerra. No es para tomarlo a broma pero sí para plantearse si podemos sobrevivir a una nueva edición de las siete plagas bíblicas de guerras, epidemias y escándalos, los reales, los que magnificamos y los que, directamente, nos inventamos.

Las bombas de Putin, y no las metafóricas que necesita a diario el tremendismo con el que se construye la política nacional, le han sacado al PP del foco y eso le permitirá recuperar el resuello. Es lo bueno o malo de la vida en streaming. El escándalo que anteayer te dejó desnudo fue tapado por el de ayer, que a su vez queda olvidado por el de hoy. En este carrusel disparatado, Casado recibe ahora desprecios inmisericordes de quienes ayer se inclinaban presurosos a ponerle la alfombra que supuestamente le iba a llevar a la Moncloa. Basta un patinazo para acabar en el infierno, aunque no debe desesperar porque el tiempo hace milagros. ¿Cuántos se acuerdan ya de que hace solo doce meses los indultos del Gobierno a los líderes del Procés parecían ser el irremediable fin de Pedro Sánchez, incluso entre sus propios votantes?

Hasta hace unos años, los medios de comunicación tenían una capacidad limitada, la que ofrecían sus páginas o el minutado de sus informativos. Ahora, un diario digital puede ser infinito, siempre cabe una noticia más. También en nuestro cerebro. Pero la realidad es que lo nuevo desplaza a lo viejo y, por una simple economía de recursos, desalmacenamos tan deprisa como entra nueva información. Por eso, la lujuriosa exuberancia de escándalos que producimos nos lleva a la banalización de todos ellos. Da igual las cantidades y la categoría moral de cada uno de ellos, porque los olvidamos con la misma rapidez que los engullimos y quienes los recuerdan lo hacen con el único fin de autoafirmarse en sus convicciones, para replicar con el recurso al ‘y tú más’, que al final nos lleva a aceptar el fango, siempre que sea de los nuestros, de forma que ni hay regeneración ni la habrá.

Tampoco hay que ponerse exquisitos y suponer que antes todo era mejor. Lo que ocurre es que no se retransmitía en directo y, siendo mucho menor el nivel de exposición pública, los secretos inconfesables quedaban en un círculo mucho más reducido. En ‘Le fil de l’’epée’, De Gaulle reconoce que no hay gran hombre para su ayuda de cámara, aquél que le ve todos los días a corta distancia, y si lo dice él, que medía casi dos metros…

Los bandazos y deserciones políticas eran tan habituales o más que ahora. Recuerdo con nitidez aquella mañana de finales de 1990 en la que el secretario general del PP cántabro entregaba en mano en el periódico donde yo trabajaba por entonces, el durísimo comunicado en el que se expulsaba a Juan Hormaechea y a muchos más prohombres de la formación conservadora, que acababan de crear la UPCA. El mismo que firmaba la expulsión, por la tarde era secretario general del nuevo partido. La filtración llegó a última hora y yo me resistía a que se diese esa portada, convencido de que la nueva información era falsa y corríamos el riesgo de hacer un ridículo histórico. Pues era verdad.

Las lealtades en política duran lo que duran los liderazgos, y los liderazgos duran lo que duran las expectativas de pillar cacho. Feijoo será un buen candidato para el PP, porque amplía su espectro electoral hacia el centro, y su forma de hacer política sin aspavientos contribuirá a dar más estabilidad institucional al país pero le va a cambiar el paso a muchos, que no lo aceptarán fácilmente. Ya ha advertido que no viene a insultar (una crítica evidente a la forma de hacer hasta ahora) pero tendrá varios toros difíciles de lidiar y no va a tener mucha ayuda: qué hacer con Vox; el margen de maniobra que vaya a conceder a la ambiciosa presidenta de Madrid y a su consejero aúlico Miguel Ángel Rodríguez; y cómo recuperar el voto del PP en el País Vasco y Cataluña, donde se disputan muchos escaños, imprescindibles para llegar a gobernar el país. Son problemas complejos por separado y las pocas soluciones a cada uno de ellos son incompatibles entre sí. Situaciones que solo un gallego puede manejar, y quien dude de la eficacia táctica de esa ambigüedad tipo Rajoy, a veces tan irritante, que se pregunte por qué ha habido tantos dirigentes procedentes de esa comunidad.

Alberto Ibáñez

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