El origen del malestar social

Dos cántabros, Tezanos y Rodríguez Poo, se han convertido en el ying y el yang del Gobierno y de los medios de comunicación. El primero, por las encuestas del CIS, que él preside, al conceder al PSOE una prevalencia desmentida por los sondeos privados. El segundo, al frente del Instituto Nacional de Estadística, que ha venido a ensombrecer las expectativas gubernamentales de crecimiento económico, al recortar drásticamente el del segundo trimestre.

Es curioso que, siendo ambos altos cargos de libre designación, los datos de uno sean acogidos con tanto rechazo y los del otro con tanta aceptación, y cabría preguntarse si no se invertirían los entusiasmos de la oposición y los analistas políticos en el caso de que Tezanos pronosticase el hundimiento del partido en el Gobierno y Rodríguez Poo un crecimiento desbordante.

Uno y otro alimentan nuestro menú diario de coyunturas, una palabra con el mismo origen latino de cónyuge (unir), aunque le hayamos dado un valor cada vez más provisional (al matrimonio también) hasta acabar amparando esa catarata de datos efímeros en los que parece que nos vaya la vida cada mes, incluido el calambrazo diario del precio de la luz; un aluvión tan profuso como para agradecer que nos ahorren la cotización de cada hora en la subasta eléctrica.

Pendientes de tantos datos puntuales (el IPC, el PIB, el euribor, el precio de la luz o los minutos que lleva sin marcar determinado goleador) nos hemos convertido en una sociedad apresurada y neurótica, incapaz de valorar el contexto. Como si no se envejeciese por el hecho de tener todos los valores en sangre perfectos.

Con tantas radiografías diarias poco útiles, llevamos décadas evitando plantearnos qué motivos hacen que la economía española sea incapaz de dar empleo a los jóvenes o solo pueda ofrecerles los de más baja cualificación y salario. Tampoco entramos a plantearnos por qué, en medio de esta crisis, en la que supuestamente hay tantos miles de afectados, no es posible encontrar en Cantabria albañiles, chóferes de camión, camareros o informáticos. Es verdad que la cifra de paro registrado está muy lejos de los 60.000 que alcanzamos en 2013, que el número de ocupados es uno de los más altos de la historia y que el ahorro se ha disparado pero, entonces ¿de dónde vienen tantas quejas?

La respuesta no está en las estadísticas de coyuntura. Ni siquiera se refleja en las encuestas sobre condiciones de vida, donde se produce una distorsión curiosa. La mayoría contesta que su situación económica es buena o muy buena pero al preguntarles sobre cómo está la economía en general, la respuesta unánime es mal o muy mal.

Como es obvio que la suma de tanta gente que dice estar bien es incompatible con la idea de que el colectivo está mal, no queda más remedio que echar mano de la intuición, la menos científica de las herramientas aunque nos haya permitido sobrevivir como especie mientras no hubo científicos. Y esa mezcla de experiencias y sentido común indica que en Cantabria hay un problema muy serio en las clases profesionales, que son las que generan opinión en su entorno. Esas que antes se llamaban profesiones liberales y que ahora se enmarcan dentro del etéreo concepto de autónomos son las que más han visto decaer su nivel de vida en las últimas décadas: abogados, médicos, arquitectos, ingenieros, economistas, bancarios, intermediarios… En algunos casos, como los dentistas, porque ahora tienen que competir con empresas que han acabado con ese ecosistema tan a su medida del que disfrutaban.

Si se añaden los muchísimos profesionales independientes vinculados a la construcción que han visto reducir drásticamente su actividad o los comerciantes, que han pasado de un nivel de ingresos muy superior a la media a unas jubilaciones muy inferiores a las de un trabajador industrial porque cotizaron mucho menos, puede llegar a entenderse qué está pasando. Santander –o al menos, el centro de Santander– era el paraíso de las clases medias y eso se ha acabado, con una población mayoritariamente jubilada y unas rentas muy menguadas.

Con la globalización, los profesionales han perdido influencia social e ingresos. Es más fácil tener un buen sueldo inicial con un título de FP que de abogado y frente a estos colectivos, sus familias y su entorno, que han conocido tiempos mucho mejores, es muy difícil defender que, con los datos macroeconómicos en la mano, Cantabria no está en decadencia. Los únicos datos que aceptan como válidos son los que llevan un menos delante, y habrá que aceptar que algo de razón tienen.

Alberto Ibáñez

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