Adiós, Mr Marshall

En la película de Berlanga, todos los preparativos para recibir a los americanos que venían cargados de dinero sirvieron de muy poco. Mr. Marshall pasó de largo por Villar del Río y por España, que es peor. Ahora no sabemos a qué santo comunitario dedicar las pancartas de saludo pero asistimos igual de arrobados ante la llegada de los ingentes fondos europeos para la recuperación. Quizá no pasen de largo esta vez, pero habrá dos circunstancias seguras: la Administración se va a quedar gran parte del dinero y es muy probable que no consigamos agotar la enorme dotación que nos han asignado, y no por falta de ganas.

Por lo pronto, no se ha realizado una divulgación suficiente entre las empresas de cómo participar en los fondos, cuando el reloj ya ha empezado a correr y los plazos son muy cortos. Tampoco se han planteado por parte de la Administración programas imaginativos, más allá de utilizar la palabra digitalización como comodín universal (¿pero alguien a estas alturas no está ya digitalizado?) y se ha echado mano al cajón de los proyectos durmientes, que a veces tienen muy poco que ver con la reactivación del tejido empresarial dañado por la Covid y la búsqueda de un modelo económico más sostenible y eficiente. Incluso cuando se trata de proyectos interesantes, como la adquisición de la máquina de protones, cabe discutir la oportunidad de dedicarle 42 millones de euros habiendo ofrecimientos de inversores para ponerla a disposición del Gobierno a cambio de un canon anual o por uso. O las cantidades ingentes que se estipulan para digitalizar más la educación, como si los alumnos nunca fuesen a volver a las aulas, frente a los escuálidos 5 millones de euros que se dejan para las pymes en el reparto del primer fondo.

Gobernar es hacer apuestas, equivocadas o no, y hay que aceptarlo así. Y el dinero que va a una cosa siempre es a cambio de renunciar a muchas otras. Pero en este caso, la mayoría de las propuestas parecen poco ambiciosas. Quizá la más singular sea la de la máquina de protones, que va a prestigiar la sanidad de la región, porque suscitará el interés de muchas personas de otras comunidades o países, que querrán venir a tratarse a Santander.

La batalla que dio el ala socialista del Gobierno regional contra el contrato público-privado para concluir el Hospital de Valdecilla puede justificar el empeño en que la máquina sea propia en lugar de acudir a los inversores privados que se han ofrecido a financiarla y dedicar esos recursos comunitarios a otros proyectos. El tiempo ha demostrado que el alquiler es una opción igual de válida. La sociedad Smart Hospital Santander concluyó con sus propios medios un edificio que el Gobierno no tenía capacidad económica para terminar, lo puso en servicio rápidamente y lo gestiona sin que los usuarios perciban ningún menoscabo en la calidad de las habitaciones, (al contrario, recordemos cómo estaban las de la Residencia Cantabria), a cambio de un canon anual que ha acabado por resultar barato, porque si se producen los habituales sobrecostes en las obras las asume el contratista.

El puerto también optó hace mucho por atraer la inversión privada para ofrecer servicios que no podía dar por sus propios medios, como las terminales de carbón o cereales, y ahora va a construir la de contenedores por el mismo procedimiento. A los usuarios poco les importa quién sea el propietario, lo que de verdad les afecta son las tarifas que se cobran, la calidad del servicio y la disponibilidad, el contar con algo que no nos podríamos permitir de otra forma.

Tener una la máquina de protones es una magnífica idea, pero comprarla no, cuando hay otras opciones para conseguirla y se puede dedicar el dinero que llegue a reactivar una economía tremendamente afectada por la pandemia. Sería insensato hacer un reparto del dinero en migajas para satisfacer a todos, porque ese no es el fin de los fondos europeos, pero es exigible que aquello que se financie tenga unos arrastres inmediatos sobre la actividad local y no sobre la del país donde se fabrique la máquina.

Hay otras circunstancias que ya deberíamos tener presentes: históricamente, la región no ha agotado los fondos europeos que se le dedicaban, por falta de iniciativas o por mala gestión. Eran cuantías mucho menores que ahora y resultaría imperdonable que volviese a ocurrir lo mismo. Para evitarlo, es imprescindible que el sector público emplee todas sus energías en ponerse (y ponernos) las pilas y lo hagan sin perder un minuto. Esa será la mejor política para los próximos años. Quien más propuestas presente y mejor gestione esos fondos, además de recabar grandes cantidades de dinero podrá atrapar lo que otros no sean capaces de gastar. Por eso, estar en el primer grupo no es una opción, es una obligación.

Alberto Ibáñez

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