Fernando Ginel, gerente del Balneario de la Concha: ‘Trabajo en la mejor oficina de Santander’

Fernando ‘Nano’ Ginel es optimista y sociable, cualidades innatas que le condujeron al mundo de la hostelería. A los 16 años ya organizaba cotillones de Nochevieja y fantaseaba con tener un bar en la playa. Un sueño que ha cumplido con creces en el Balneario de La Concha, un emblemático edificio de Santander que ha ido convirtiendo en un centro de ocio con distintos ambientes que funciona a cualquier hora del día. Satisfecho de haber sabido evolucionar con el paso del tiempo y de las modas, considera un privilegio poder trabajar “dentro de un cuadro en movimiento” con un equipo que en verano supera las 60 personas.


P.- Más de treinta años en el sector de la hostelería… ¿Es su pasión o se hubiera dedicado a otra cosa?

R.- Soy hostelero porque me gusta mucho lo que hago y, además, pocos pueden presumir de trabajar en la mejor oficina de Santander, con una ubicación tan privilegiada y un espacio de 2.000 m2. El Balneario de la Concha tiene una gran historia detrás. Es el tercer edificio construido aquí, el primero se llamaba Balneario de Zaldívar, como el empresario que lo impulsó a finales del siglo XIX, y trabajar aquí, en plena playa, es como estar dentro de un cuadro en movimiento. Estoy feliz por ello. Todas las noches vuelvo con una sonrisa y la sensación de haber sacado un poco de tiempo para estar con cada compañero y con cada cliente.

P.- Siempre está rodeado de gente…

R.- Desde pequeño, tengo una facilidad social innata. Una parte me viene de mi padre y otra es el resultado de comprobar que lo que hago, le acaba gustando a los demás. A nivel empresarial, no tengo miedo de hacer cosas potentes. Prueba de ello es que nos atrevimos a abrir una discoteca en la playa cuando solo se salía por el centro. Poco a poco, las ideas que tengo dentro van saliendo, porque todas las veces en las que he sentido que pasaba un tren, me he subido. Algún tortazo me he dado, pero me ha hecho aprender.

P.- ¿Qué parte del trabajo es la que más le gusta?

R.- Siempre he sido organizador de fiestas. De joven ya hacía cotillones de Nochevieja, porque disfruto montando eventos para que los demás se lo pasen bien. Es curioso porque yo ni siquiera celebro mis cumpleaños. Nunca me ha gustado ser el protagonista de la fiesta, ese no es mi sitio. Supongo que me va el rock and roll, pero siendo uno más del equipo. No podría vivir la soledad del jefe, ni estar arriba de una pirámide con un látigo, porque lo mío no es ordenar a otros lo que tienen que hacer, ni estar de brazos cruzados. En mi trabajo es importante darle a la mente para seguir mejorando, pero todos los días sigo recogiendo mesas y poniendo cafés, un ejemplo que he aprendido de mi padre y de otros referentes que he tenido en mi vida.

P.- Ahora está solo al frente del Balneario, pero comenzó con más socios. ¿Cómo ha vivido ese proceso?

R.- Empecé acompañado y fue positivo, porque es muy necesario tener perfiles distintos en un equipo y nosotros lo éramos. Estuvimos juntos más de veinte años y separarnos fue el resultado de la evolución personal y de las decisiones que fue tomando cada uno. Todo lo que empieza acaba, pero vivimos años espectaculares y fuimos pioneros, con el estreno en 2002 de la discoteca BNS, con la que conseguimos llevarnos a la gente del centro hasta la playa. Eso supuso un soplo de aire fresco para Santander en un momento en el que la noche estaba un poco apelmazada y, durante años, se convirtió en el punto de encuentro de muchas personas que acababan la noche bailando y viendo la puesta de sol.

P.- ¿Cómo decidieron pasar del ocio nocturno a la restauración?

R.- Entre 2003 y 2007 nos introdujimos en la gastronomía con Entre Tapas y Vinos, una franquicia de restauración con un nivel elevado, algo que tampoco se había visto antes en la ciudad. Funcionó bien y nos dio el aprendizaje necesario para poder establecernos por nuestra cuenta. A partir de ahí, fuimos apostando por otras zonas del edificio. En 2009 inauguramos el chill out, después la taberna marinera, el restaurante Balneario de la Concha y finalmente el BNS Street Food, ubicado en el espacio que ocupaba el Buenas Noches Santander.

P.- ¿Por qué acabó desapareciendo la discoteca?

R.- Fue como el final de un ciclo, porque cambiaron los hábitos y también lo hicimos nosotros. Ya no se salía por la noche de la misma manera y cada uno de los socios fue eligiendo su camino. El mío fue ir quedándome con el edificio, porque siempre he confiado en sus posibilidades. A partir del 2015 comencé a gerenciarlo y he ido cambiando poco a poco el modelo hasta conseguir que todo vaya viento en popa.

P.- ¿Cuál es la clave para mantenerse a pesar del cambio de modas?

R.- Lograr que cada zona del local tenga una personalidad y una función diferente, de forma que sea el cliente quien elija dónde quiere estar y que todas las franjas horarias funcionen. Ahora tenemos un centro de ocio con distintos espacios y ambientes situado encima de la playa. En la zona de chill out, por ejemplo, que es como “el descapotable” de la oficina, servimos más cócteles que la suma de combinados, refrescos y cervezas. Nosotros lo llamamos “cocina líquida” ya que no se trata simplemente de poner copas. Y en el BNS Street Food, aunque el restaurante sea más informal, le damos mucho valor a la comida y a la buena atención, además de apostar por el producto local, llegando incluso a elaborar nuestra propia cerveza artesanal con Dougall’s.

P.- ¿En qué medida les afectó la pandemia?

R.- Económicamente, fue un desastre. Lo que hizo la pandemia fue arruinarnos a todos los hosteleros, deshacernos de los activos y endeudarnos como nunca lo habíamos estado. Fue muy duro y siempre recordaré algunos gestos individuales de aquella época como empleados que se ofrecieron a no cobrar hasta que la situación remontara o proveedores que nos permitieron dejarles a deber y que, a mi entender, rescataron a la hostelería. Afortunadamente, no perdimos la esperanza de que, tras el crac, llegaran los locos años veinte.

P.- Y parece que así fue…

R.- La reacción de la gente ha sido muy positiva y llevamos dos años con récord de facturación. En eso ha influido también que Santander se ha puesto de moda y que el clima está cambiando, por lo que muchas personas quieren venirse al Norte. El verano pasado tuvimos mucho turismo nacional y este último ha predominado el cliente extranjero: ingleses y, especialmente franceses.

P.- Muchos hosteleros se quejan de la gestión del personal…

R.- Yo me siento muy orgulloso de las personas que me rodean. Algunas son clave, como Javi Ríos, que es el encargado general y de RRHH; Lola Muriedas, la jefa de cocina; Cristina Cuevas en Administración; Miquel Sousa en terraza y coctelería o Geraldine Orrego en el BNS Street Food. Ellos coordinan a sus equipos y sin su ayuda sería imposible que todo marchara. Este verano hemos llegado a ser 62 personas y en invierno somos 30, el 60% mujeres. La mitad son menores de 25 años y tenemos quince nacionalidades distintas. Por encima de todo, lo que les pedimos al llegar es que se comporten con educación y que le pongan ganas. El resto se puede aprender.

P.- ¿Y qué hacen para evitar la rotación de su sector?

R.- Es muy importante que todos nos encontremos a gusto y nos comportemos como una especie de familia. Por eso, estoy atento a las prácticas que ponen en marcha las grandes empresas para cuidar de su equipo y pienso en cuáles son sus demandas para ver qué puedo hacer por su bien. Entre otras cosas, adelantamos unos días la fecha de cobro de la nómina, les ofrecemos un seguro médico y libramos dos días por semana. 

P.- Y usted, ¿a qué se dedica cuando libra?

R.- Suelo jugar al tenis y me encanta ir a esquiar con mi familia. El tenis lo practico desde niño y sigo participando en competiciones nacionales e internacionales. La vitalidad que necesitas para jugar un partido, combinado con el rigor de estar dos horas en silencio y cumpliendo las normas, me han aportado educación y paciencia. Y también me ha enseñado a aceptar los fallos, porque la mitad de los partidos se pierden.

Patricia San Vicente

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