Alfonso Alonso, secretario autonómico de Cruz Roja: ‘La ayuda de un voluntario no tiene precio’

Entró en Cruz Roja por casualidad, hace casi treinta años, pero enseguida supo que había acertado, tanto por la naturaleza ética de esta ONG como por su gran tradición en Cantabria, donde está a punto de cumplir 150 años de historia. De todo este tiempo guarda muchos recuerdos emotivos, como la ayuda que han prestado los voluntarios en los momentos más duros de la pandemia o el reto que ha supuesto atender las necesidades de los ucranianos que han llegado recientemente a Cantabria.


P.- ¿Cómo acaba un economista trabajando en Cruz Roja?

R.- Al principio no entraba en mis intereses profesionales, pero ya llevo 28 años. Había estudiado Empresariales en la Universidad de Cantabria y me quería dedicar al mundo de las asesorías y a la auditoría de cuentas, pero cuando surgió la oportunidad la aproveché. Ya había colaborado de forma puntual con la presidenta de entonces, María Eugenia Calabuig, así que cuando quedó una vacante como secretario general, me presenté. Las dimensiones eran mucho más pequeñas que ahora y la gestión no estaba tan profesionalizada, pero decidí quedarme y aquí continuo desde entonces.

P.- ¿Qué le atrajo de Cruz Roja como para abandonar su futuro como asesor?

R.- La actitud que tenían todos los trabajaban aquí y la gran naturaleza ética de la organización. En aquella época asesoraba a pequeñas empresas con problemas financieros y me frustraba no poder ayudarlas. Era joven y los empresarios no atendían mis consejos, mientras que en Cruz Roja disponía de mayor autonomía y podía ayudar, algo que siempre me ha gustado. Enseguida me di cuenta de que estaba en un sitio maravilloso y donde podía desarrollar grandes proyectos en beneficio de los demás.

P.- ¿En qué consiste exactamente su misión?

R.- Me ocupo de la administración general, del control financiero, la inspección, la secretaría de gobierno, la intervención y asuntos como la gestión de personas o las infraestructuras… En definitiva, todo el cuerpo del trabajo, excepto la decisión sobre los proyectos. Cuando llegué éramos 22 y ahora el personal laboral asciende a 430 personas, además de 3.000 voluntarios. En verano siempre somos más, porque hay casi 300 socorristas, pero lo normal es que haya entre 120 y 150 personas contratadas.

P.- Además de crecer en personal, ¿en qué más han evolucionado la ONG en estos años?

R.- Se ha profesionalizado mucho, los procesos de gestión son más eficientes y han desaparecido tabúes, porque existe mayor transparencia. Los órganos de gobierno dependen de voluntarios que no cobran nada, ni siquiera dietas. La gente se sorprende, pero el sistema está diseñado para que nadie tenga que manejar dinero. Además, sería muy difícil sustraer fondos por la gran cantidad de controles internos que existen y por la calidad en los procesos, reconocida por distintas certificaciones.

Acaba de publicarse un informe que estima que un 1,4% del PIB corresponde a la actividad del llamado tercer sector, por lo que es muy necesario la profesionalidad y la transparencia. Colaborar con una ONG debería depender de que nos identifiquemos con ella y no de fiarnos o no.

P.- Lo que no habrá cambiado en estos años son sus valores fundamentales.

R.- Efectivamente, los principios básicos de Cruz Roja siguen siendo los mismos y estoy muy orgulloso de ellos: neutralidad, independencia, universalidad… Y, cada vez más, la sostenibilidad, ya que medimos la calidad y el impacto medioambiental de todos nuestros proyectos.

A la gente de la calle no le puedes decir que no hay dinero, porque eso es una excusa. Lo que hay que tener claro es a qué destinas las aportaciones que recibimos, cuál es nuestro orden de prioridades. Por ejemplo, durante la pandemia nos hemos centrado en atender a la población general, no solo a los más vulnerables económicamente, para ayudarles a hacer la compra o a conseguir medicamentos. Somos especialistas en adaptarnos a lo que la sociedad demanda en cada momento.

P.- ¿Cuáles son las especialidades de Cruz Roja?

R.- Tenemos más de 150 proyectos en cinco grandes áreas. La primera es de socorro y emergencias (rescates en el mar, inundaciones, caídas al agua, búsqueda de desaparecidos, actividades subacuáticas, espeleología y, por supuesto, socorrismo en las playas). La segunda es la atención a la pobreza y exclusión social, que incluye alimentos, alquileres, pobreza energética, etc.

En los últimos 15 o 20 años ha ganado mucha fuerza el tercer área, el empleo, porque actuamos como una agencia. La cuarta es la de los refugiados de guerra y solicitantes de protección internacional y la quinta está dedicada a la infancia y juventud, con proyectos como la ayuda escolar o el acompañamiento de niños hospitalizados.

P.- ¿Hay más conflictos armados ahora?

R.- Sí, han ido in crescendo. En Cantabria tenemos mucha experiencia en estos asuntos desde la guerra de Los Balcanes, y nunca hemos dejado de intervenir. Hay muchos conflictos entre países, pero también luchas internas y persecuciones por razones de sexo o religión. En los últimos meses han llegado a la región algo más de 1.230 ucranianos, una de las tasas más altas de España en proporción a la población, y eso nos ha requerido mucha labor administrativa para su alojamiento y la tramitación de ayudas. Ha sido uno de los mayores retos a los que nos hemos enfrentado hasta la fecha, porque tenemos que gestionarlo con rapidez y eficacia.

P.- ¿Cómo vivieron el confinamiento?

R.- El impacto ha sido muy grande desde aquel mes de marzo en el que tuvimos que irnos a casa. Estábamos preparados porque teníamos protocolos ante agentes biológicos y experiencia con otras enfermedades, como el ébola, pero aún así nos sorprendió, y no podíamos fallar. De lo que más orgulloso me siento es de los voluntarios que colaboraron llevando materiales de protección a los hospitales, haciendo miles de llamadas desde un improvisado call center y yendo a las casas, incluso cuando había enfermos de covid.

La pandemia ha sido una gran fuente de conocimiento, hemos aprendido mucho y estamos mejor preparados para el futuro.

P.- ¿Cuál es el principal reto que tienen por delante?

R.- Sin duda, el cuidado del medio ambiente y, en concreto, del agua. En Cantabria, todo lo que tiene que ver con el mar está muy vivo porque existe una gran tradición. El agua está unida a la vida porque es capaz de salvar, pero también a la muerte, porque es el principal vector de transmisión de enfermedades en el planeta. Por eso, estamos muy centrados en proyectos para compensar la huella de carbono, limpiar la basura de las playas, plantar árboles o aprovechar las fuentes de energía renovable. De hecho, compensamos nuestro impacto con ayudas de ahorro energético de las que, cada año, se benefician entre 250 y 300 familias. Muchos voluntarios quieren ayudar en aspectos medioambientales porque la sociedad lo está demandando y Cruz Roja es un movimiento social internacional.

P.- Un recuerdo especial que atesore tras casi treinta años en Cruz Roja.

R.- Me vienen a la cabeza historias muy emocionantes, como las de chicos africanos que han llegado a Cantabria huyendo de las matanzas en sus países. Recuerdo, en concreto, a uno que tenía varios cortes de machete y huesos rotos y que llevaba meses viviendo en la bodega de un barco como polizón.

Recientemente, lo que más me ha marcado es la pandemia porque es indescriptible lo que hemos vivido con los voluntarios. Personas vocacionales, hechas de una pasta especial, que se han echado a la calle para atender a los demás. Que alguien te atienda voluntariamente en esas circunstancias no tiene precio.

Patricia San Vicente

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