¿Y si el Valle del Nansa estuviese cambiando el futuro de un continente?

Además de impulsar iniciativas empresariales, la Fundación Botín forma allí cada año a una treintena de jóvenes que serán los líderes de Iberoamérica

Polaciones es el lugar de origen de Miguel Ángel Revilla. Se ha encargado de dejarlo patente en innumerables ocasiones, pero también va a ser el punto de encuentro de una generación de jóvenes iberoamericanos con vocación de servicio público. No pasan desapercibidos en un pueblo tan pequeño como Puente Pumar, pero si para el resto de la región. Allí, la Fundación Botín les sumerge durante unos días en la vida rural y les proporciona una experiencia que recordarán toda su vida, cuando sean líderes en sus países. Pero no es el único empeño de la Fundación, que impulsa el emprendimiento en la zona para tratar de generar una economía que evite su completo despoblamiento.


Los Picos de Europa han contribuido a que Liébana sea una comarca conocida en todo el país y el espíritu emprendedor de los lebaniegos ha rentabilizado ese conocimiento. La industria ha sido el soporte económico de Campoo y la estación de esquí ha servido para empezar a diversificar una economía que hace aguas desde antes de la reconversión industrial. La comarca del Nansa, incrustada entre una y otra, ha tenido menos suerte. Sin una referencia concreta con la que el ciudadano medio pueda identificarla, salvo la Cueva del Soplao, y con una bajísima densidad de población, que cada vez envejece más, su destino parece inevitable. Pero quizá no lo sea.

Integrantes de uno de los grupos en un recorrido espeleológico.

La Fundación Botín decidió poner en marcha, en 2004, un programa de desarrollo rural en Cantabria. Sin la capacidad de las administraciones públicas para hacer grandes infraestructuras que pudiesen cambiar el destino de una comarca, tenía que optar por un experimento de desarrollo endógeno modesto pero muy práctico. Seleccionó dos zonas, el interior oriental de la región y la cuenca del Nansa, por la que finalmente se decidió. Una zona ganadera olvidada y casi virgen, de valles estrechos y grandes pendientes, en la que prácticamente no hay otras actividades que las vinculadas al campo y donde los únicos universitarios que residen son los que ahora se están formando.

Había mucho por hacer y pocos mimbres con qué hacerlo. Tampoco podía aportarlos la Fundación Botín, que se nutre de los dividendos que le producen las acciones del Banco Santander legadas por Marcelino Botín y su esposa, con los que también atiende otros programas más conocidos, como el Centro Botín, las actividades culturales que se llevan a cabo en Santander y Madrid o las experiencias de enseñanza emocional que ha conseguido extender por colegios de gran parte del país.

En el Nansa, la Fundación optó por apoyar un programa de emprendimiento, impulsando iniciativas empresariales a través del programa Nansaemprende, que se inició en 2011. Una decisión voluntariosa pero con pocas perspectivas de éxito, porque la escasa población está dispersa por un territorio extenso, donde la compleja orografía solo propicia la ganadería extensiva y el aislamiento de los valles hace que apenas tenga contacto con otras comarcas. Unas barreras que han frenado la invasión turística que ha impulsado Liébana.

Con esfuerzo, la Fundación consiguió reunir a un número suficiente de personas de estos valles de Polaciones y Rionansa que pudieran justificar la convocatoria, y empezaron a surgir proyectos, muy modestos, casi todos en el ámbito agroalimentario, el más propicio para su estructura económica. Proyectos de muy baja inversión (la que se podían permitir estos emprendedores) compensada por la calidad de los productos y el empuje de sus promotores, gente de montaña acostumbrada a las dificultades, a la austeridad y al sacrificio.

Chencho, el pastor, y Jesús Barros, en el monte donde tiene su ganado, poco antes del anochecer, cuando el pastor da una voz a sus perros y las más de 300 ovejas acuden de inmediato para pernoctar en un recinto más defendido de los lobos. Al fondo, el Pico Tresmares.

A lo largo de la década se han creado varias docenas de empresas, aunque la mayoría son de un solo trabajador, la persona que las pone en marcha, porque no es fácil asentarlas y menos aún darles una cierta dimensión en un ámbito con muy poca capacidad de consumo y donde los visitantes siguen siendo escasos, aunque este verano la pandemia haya llevado mucha más gente de lo habitual, atraídas por la sensación de seguridad frente al contagio que ofrecen sus amplios espacios. Por lo general, son proyectos relacionados con la agricultura y ganadería, la artesanía, los productos ecológicos, el turismo y la creación de servicios para un ámbito rural.

Carne de Cantabria

La iniciativa más destacada fue la creación de una agrupación de productores de ganado cárnico, para hacer reconocible el producto de la zona ante el consumidor final y aumentar su valor añadido. El proyecto se ha convertido en el proveedor referente de los supermercados Lupa, lo que ha supuesto un paso muy importante para esos ganaderos que siguen lamentando el que a algunos de ellos no se les admita en la Indicación Geográfica Protegida (IGP) Carne de Cantabria, porque trabajan con un cruce de la vaca tudanca tradicional (de poca carne), con charolesa, una raza que se considera poco asentada en la zona y no es admitida por la IGP. Una decisión que no llegan a entender cuando sí se aceptan cruces con limusina. Ángel, uno de los ganaderos afectados, y que en estos momentos construye una gran cuadra en el paraje de invernales de Tromeo, insiste en que la suya no es una elección caprichosa, sino el resultado de muchas pruebas, hasta comprobar que la línea genética que mejor resultado aporta a los cruces del tudanco es la charolesa.

La agrupación ha ido incorporando a ganaderos de carne de Cantabria de otras zonas (ya hay más de 120) y ya vuela sola. La Fundación ha pasado la tutela de la iniciativa a una asociación gestionada por jóvenes ganaderos de diferentes lugares de la región, aunque mantiene un contacto estrecho con ellos.

El Valle del Nansa es un lugar excepcional para contemplar la bóveda celeste de noche, como compruban los jóvenes del programa de Fortalecimiento.

Bruno Sánchez-Briñas, Coordinador del Área Socioeconómica de Desarrollo Rural de la Fundación Botín y responsable de los programas del Nansa en la Fundación, parece un personaje fuera del contexto en la zona. De origen jerezano, impecable en medio de los ganaderos, ha recorrido con ellos los despachos y conoce a todos por su nombre. También se sabe el de todos los emprendedores de la comarca y reconoce que, con el tiempo, la Fundación ha tenido que hacer ajustes en su programa.

De aquellas largas formaciones teóricas sobre los planes de negocio que debían hacer los emprendedores se ha pasado a charlas mucho más prácticas y sencillas de entender sobre cómo montar una empresa y cómo gestionarla. De centrarse únicamente en las iniciativas de los valles del Nansa y Peñarrubia (La Hermida) a ampliar su radio de acción a Liébana, de forma que el programa ahora se desarrolla de forma bianual porque, por mucho que se intente inocular el virus del emprendimiento, una población tan escasa no puede generar una decena de proyectos nuevos cada año.

También influye la genética. María Bulnes, una economista que decidió dejar el mundo de la empresa para criar a sus hijos en su tierra de origen y que colabora con la Fundación en el fomento y la tutela de estos proyectos, reconoce que en el ADN lebaniego hay más espíritu emprendedor “y trato de ser objetiva”, dice, aunque reconoce que sus raíces están en Liébana.

Hacer los programas bianuales no solo ha permitido extender la influencia de la Fundación a un área geográfica mucho mayor, también ha facilitado pasar del mero apoyo a los emprendedores que quieren establecerse por su cuenta a seguir prestándoles apoyo cuando la empresa ya está en marcha.

Los futuros líderes iberoamericanos

A medida que la Fundación se integraba más en la comarca empezó a ser consciente de que en ella hay más necesidades que las económicas.

María, reproduciendo la escena de ‘la jila’ el proceso de hilado de la lana, al que las mujeres dedicaban las largas tardes de invierno para tejer con este hilo todas las prendas que se necesitaban en la casa.

Desde que hace muchas décadas José María de Cossío convirtió un pueblo tan remoto como Tudanca en un faro de la cultura y consiguió que a pesar de las penosas condiciones para llegar al lugar le visitasen numerosos intelectuales, nadie esperó ver por la zona un movimiento parecido. Sin embargo, la llegada de José María Ballester, comandado por la Fundación Botín para buscar la forma de desarrollar la zona a través de su patrimonio cultural y natural, iba a repetir esta experiencia tan imprevisible. Con Ballester, un personaje de enorme bagaje y prestigio, ya que fue director de Cultura y Patrimonio del Consejo de Europa, la casa rectoral de Puente Pumar, que la Asociación de Desarrollo Rural Nansa cedió a la Fundación como sede, se convirtió en ese nuevo foco de cultura y de iniciativas. Por ella han pasado, además de los vecinos de la comarca, decenas de personas de muchos países, algo de lo que apenas queda constancia fuera de aquel lugar, que regenta Silvia Camafreita.

Una de las experiencias que les deja mejor sabor de boca cada año y que va a tener más recorrido es el programa de formación de jóvenes iberoamericanos interesados en el servicio público. Cada mes de octubre llega a la sede de la Fundación en Puente Pumar una treintena de jóvenes escogidos entre 6.500 candidatos de 450 universidades de todo el subcontinente. Chicos y chicas con un brillante expediente educativo que tienen una especial vocación pública, porque de eso va el Programa para el Fortalecimiento de la Función Pública en América Latina.

Una experiencia muy intensa

En Polaciones se topan con una abrupta inmersión en el medio rural. El empresario y consultor Jesús Barros es el encargado de que su experiencia sea tan intensa que probablemente no la olvidarán a lo largo de su vida. Durante tres días apenas pueden dormir, porque “todo el tiempo pasan cosas”, deja en el aire con una ambigüedad calculada Barros, al que no le gusta desvelar lo que va a ocurrir hasta el momento mismo en que sucede, aunque le prevea todo hasta el más mínimo detalle: caminatas durante toda la noche por el monte hasta Liébana, la rehabilitación de la vieja escuela de Tresabuela, una ruta mineroespeleológica por la cueva del Soplao o la instalación de un cercado en lo más alto del monte para que Chencho, un pastor de la zona, concluya antes su nuevo redil.

En la meseta de una montaña flanqueada por Peña Sagra, Peña Labra y el Tresmares, Chencho, con su rebaño de ovejas, los perros que las defienden de los lobos (aunque no pueden evitar que cada año maten a varias decenas), y su filosofía vital que pone en cuestión el concepto de soledad que todos tenemos, se ha convertido en un auténtico personaje y no solo para jóvenes iberoamericanos que lo conocen cada año. Sus corderos son los protagonistas de las cartas en todos los restaurantes que poseen Carlos y Lucía Zamora (el Grupo DeLuz) en Cantabria y Madrid y, tras la pandemia, de la cadena de supermercados que están abriendo.

Todo son retos nuevos para estos futuros líderes de América Latina y todo ocurre muy deprisa, para que surja entre ellos el espíritu de la cooperación, tomen decisiones y se forjen lazos entre ellos. Luego harán un curso de ocho semanas en la sede de la Fundación en Madrid, que hubiese sido muy distinto sin ese intenso preludio que en poco más de dos días convierte un colectivo de chicos desconocidos entre sí de una docena y media de países distintos en un grupo sólido y bien avenido.

Polaciones será su nexo de unión

Después de pasar por la Fundación son monitorizados Bruno sigue su trayectoria, a través de videoconferencias con ellos (muchas veces de madrugada, por la diferencia horaria) para saber cómo marchan sus estudios o su carrera profesional. Ellos se muestran orgullosos de haber pasado por el programa y por las experiencias vividas en un pueblo tan ajeno a su día a día, en mitad del valle del Nansa. Incluso en los contactos entre ellos no dudan en calificarse como ‘los botines’, por los fuertes vínculos que les ha dejado su paso por la Fundación.

Los chicos iberoamericanos participantes en una de las ediciones del Programa de Fortalecimiento de la Función Pública en América Latina, en una de las marchas a través de los montes de Polaciones.

Aún son pocos años los que tiene el programa como para valorar su auténtico alcance, pero es muy probable que sea una de las iniciativas con más trascendencia que se han puesto en marcha desde España para mantener los lazos con las futuras clases dirigentes de Iberoamérica. Algún día, responsables políticos o administrativos de varias naciones tendrán como nexo común su paso por el valle de Polaciones, aunque ese hecho haya pasado desapercibido para los cántabros, ya que son muy pocas las referencias en los medios de comunicación sobre este programa.

La iniciativa ha estado a punto de suspenderse este año, como consecuencia de la pandemia, pero la Fundación ha decidido finalmente mantener la convocatoria, aunque esta vez serán la mitad de jóvenes, para reducir los riesgos, y se les hará una PCR al salir de su país y otra a la llegada al programa. De aquí se irán con nuevas herramientas de liderazgo, comunicación y habilidades en la resolución de conflictos, que desde sus futuros puestos de responsabilidad deberán servir para fortalecer la estructura administrativa de sus naciones, ya que la Fundación da por sentado que para el buen funcionamiento y el progreso de un país es necesario que funcionen bien las instituciones públicas.

Los 358 chicos que han pasado ya por este programa empezarán a ser líderes en sus países antes o después, y un pueblo perdido del Nansa será la referencia común que permita entenderse mejor a presidentes, ministros o altos funcionarios de todo el continente, que convivieron pastoreando ovejas o viendo las estrellas al cielo raso desde lo alto de una montaña de Polaciones en una fría noche de octubre.

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