Renzo Piano: ‘La gente se enamorará de este edificio poco a poco’

Atrás quedaron los problemas técnicos, los sobrecostes y las polémicas. Cinco años exactos después de colocarse la primera piedra, se inauguraba el Centro Botín, mucho después de lo previsto, pero tampoco parecía imaginable que en este tiempo falleciese Emilio Botín, su promotor, que el presidente de la constructora OHL, Juan Miguel Villar Mir, que prometía tenerlo antes aún del plazo convenido se viese inmerso en procedimientos judiciales por la presunta financiación a un partido político y que el precio cerrado por la obra causase tantas diferencias. Cinco años convulsos en la historia de España que echan el telón a una época. El Centro Botín nace para abrir el telón a otra, con un objetivo muy innovador para una ciudad tan tradicional: convertir el arte es un factor de promoción personal y de desarrollo económico.
Emilio Botín decidía con rapidez y con la misma prontitud asimilaba algunas sugerencias ajenas. Otro banquero quizá hubiese prestado poca atención a los cursos de inteligencia emocional que impulsaba su Fundación, ese tipo de cosas que muchas entidades hacen simplemente ‘para quedar bien’. Botín acabó decidiendo que ese concepto debía inspirar el edificio que pensaba legar a su ciudad. Una sede que diese dignidad a la Fundación y una proyección exterior a la altura del importante presupuesto que maneja (ha sido la primera fundación privada del país por recursos). Pero también tenía que ser un espacio para disfrutar del arte y que sirviese de lugar de encuentro para los santanderinos.
Acudió a Renzo Piano, probablemente el arquitecto más conocido del mundo desde que en los años 70 proyectó el Centro Pompidou, en París. Después de visitar Santander para saber “cómo respiraba la ciudad”, Piano le ofreció un edificio elevado sobre pilares, para no interrumpir la vista de la Bahía. Una idea que ha sufrido algunos cambios, pero no muy significativos. La intención inicial era alinearlo con la sede del Banco, una iniciativa que la ciudadanía rechazó de plano, porque obligaba a desplazar la Grúa de Piedra, antes olvidada, que ha acabado por convertirse en un emblema. Fue al salir de tomar café en el Mercado del Este cuando vio claro que ésa debía ser la nueva alineación, así que la alternativa parece haber dejado igual de satisfecho al arquitecto genovés, porque una y otra vez hace referencia al mercado como eje de las ciudades.
También desapareció la pasarela que iba a comenzar en el otro extremo del Paseo de Pereda y que hubiese resultado bastante artificiosa, y se redondearon los volúmenes del edificio, que acabó siendo bastante más pequeño. “Veinte metros de altura bastan para ofrece una nueva vista de la ciudad”, defiende Piano, que pone igual de interés en la mirada al mar que la del interior. De hecho, tanto las fachadas que dan a la ciudad como las que dan al mar son unos muros de cristal que desde el interior permiten una imagen tan diáfana del Paseo de Pereda y de la lámina de agua como si no existiese la cobertura del edificio.
Piano acabó aceptando, también, muchas de las ideas que surgieron en los debates que mantuvo con algunos colectivos ciudadanos. En varias de ellas escuchó opiniones muy poco benevolentes con su proyecto y, sobre todo, con el emplazamiento, pero asegura que “el arquitecto no se tiene que ofender por estas críticas. Este es un trabajo peligroso y hay que quedarse con otras cosas, porque siempre hay gente que hace aportaciones interesantes”. Falsa modestia o no, lo cierto es que él recogió bastantes de esas sugerencias, algo que quizá otros arquitectos estrella nunca hubiesen aceptado, y el mismo Emilio Botín, cuando fue preguntado por las muchas críticas que recibió el proyecto durante los dos primeros años, reaccionó con una extraordinaria cintura, asegurando con rotundidad que habían sido muy útiles para mejorar el proyecto.
Piano quería que su edificio reflejase esa “especial relación que tiene esta ciudad con el agua tranquila” (se refiere a la de la Bahía) y que recogiese las distintas versiones de esa luz “mágica” que en su opinión caracteriza la ciudad. Una luz muy tamizada porque durante muchos meses todas las visitas del arquitecto genovés coincidieron con días de lluvia. Por si alguien piensa que fue para él un handicap, se apresura a aclarar que a él la ciudad le gusta igual con lluvia, tanto como el café de Santander, del que asegura que “muy bueno”. También se reencuentra aquí con la ausencia de ruidos de su Génova natal y que, según él, caracteriza a todas las ciudades con mar.
La prueba de fuego del edificio era el sábado 24, cuando por fin se abría a toda la ciudadanía. Con la misma actitud con la que hace década y media Isidoro Álvarez se apostó al pie de la escalera de El Corte Inglés local para ver la expresión de los clientes, Piano quiso constatar desde una embarcación al borde de su edificio si los santanderinos se sentían “felices” con su obra. Él daba por descontado que lo iban a estar, porque se siente satisfecho del edificio y asegura que la ciudad necesita un tiempo para “invadirlo” y enamorarse de él. Es un proceso natural, en su opinión, que se produce con cualquier edificio, aunque da la impresión de que aquí será mucho más rápido, porque en cuatro semanas se han expendido nada menos que 70.000 pases para poder visitar gratuitamente todas las exposiciones, a pesar de que la gente ha tenido que realizar largas colas, como reconoció Fátima Sánchez, directora del Centro, y en los dos primeros días habían accedido al Centro Botín 40.000 personas.
Piano advierte que él no ha querido hacer un proyecto tímido, “porque los edificios públicos tienen que tener una dignidad”, dice, “pero tampoco deber ser arrogantes”, enfatiza. De hecho, el suyo debía “volar”, pasando casi desapercibido para el peatón (al estar elevado, sostiene que los pilares parecen como otros árboles más de los Jardines). Además, quedará mucho más enmascarado a medida que crezcan los que se han plantado. También quedarán desdibujados los geométricos contornos de los parterres, que serán más biológicos al crecer la vegetación.
El arquitecto genovés, que tiene sus estudios repartidos por la ciudad italiana, París y Nueva York, se sigue sintiendo latino y asegura que “le gusta escuchar la calle”. Desde luego, en Santander la escuchó a fondo, y no solo tomando café, porque se hicieron varias presentaciones públicas de su proyecto. No es fácil saber si sacó alguna idea clara de todo ello pero sí es seguro que quedó vacunado contra algunas otras, lo que le llevó a hacer un proyecto discreto, dentro de su vanguardismo, y “pegado a la ciudad”, como él dice. Quizá pocos vea el “barco” que él imagina cuando lo ve desde tierra o el “pez nacarado” que él ve desde la bahía, como resultado del reflejo que causa el agua en su piel cerámica. Piano es un amante de la vela y también quería que su cliente, Emilio Botín, se comprara un velero para verlo así, pero al fallecido presidente del Santander le parecía poco práctico para pescar. Para eso ya tenía su barco “que no era un yate de banquero”, aclara Piano, para dar a entender que no era muy ostentoso, y eso le permitía invitarle a una cena cada vez que venía a Santander, en la que se servía lo que él mismo había pescado, “aunque a veces llevaba un mes en el congelador esperando”, dice entre risas.
Piano explica que nunca conoció a Botín como banquero sino como persona y empatizó rápido con él. “Era mi amigo”, dice, aunque su carácter resolutivo podía resultar un poco agobiante: “Pretendía que hiciese el edificio en un año y medio”, pone como ejemplo jocoso. “Ya le dije que eso era imposible”. El arquitecto tiene experiencia de sobra para saber que, por unas causas o por otras, las obras se dilatan y asegura que los cinco años transcurridos en esta “no dejan de ser lo normal”, quitando importancia a las incidencias estructurales o presupuestarias.
Le cuesta desprenderse del edificio: “Hasta la entrega éramos los dueños… Es como cuando un hijo se va de casa. Te hace feliz, pero al mismo tiempo estás triste”. Ahora se trata de hacer felices a otros, y especialmente a los santanderinos, porque el Centro Botín está tan pensado para el público local como para el foráneo: “que vaya allí, que se encuentre en él con otras personas, que lo disfrute y que conozca la belleza del arte, porque la belleza nos hace mejores”, resume Piano. Algo que probablemente sorprenda a quienes solo esperan un envoltorio munificente para grandes colecciones de arte.

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