Jaime Blanco, una figura histórica que no pudo gobernar Cantabria una legislatura

El fallecido político socialista tomó decisiones de calado desde la sombra pero no tuvo la oportunidad de gestionar la región más que seis meses

La compleja situación política que vivió la autonomía de Cantabria durante décadas impidió que Jaime Blanco, el líder histórico del socialismo en la región, pudiera gobernarla al menos una legislatura. Su paso por la presidencia fue efímero, apenas seis meses, y con un gobierno en el que la mayoría de los consejeros eran de otros partidos. El político socialista cántabro recién fallecido, no obstante, ha tenido una importancia clave en la gestación de la autonomía y en la reconversión industrial. Una época en la que hubo que decidir sobre la continuidad de varias fábricas con deudas astronómicas a la Seguridad Social o sobre cuál de las autovías de Cantabria se iniciaba primero.


Una portada de 1977 que refleja la crisis política que provocó el hecho de que le golpease un policía.

El nombre del diputado socialista cántabro Jaime Blanco le empezó a sonar a todos los españoles en agosto de 1977 tras ser golpeado y detenido por la policía nacional, sin respetar su inmunidad parlamentaria, al concluir una manifestación convocada por ADIC para reclamar la autonomía de Cantabria. El asunto obligó al ministro de Interior, Rodolfo Martín Villa a pedir públicamente disculpas y a dejar entender que en aquellos albores de la democracia no era fácil controlar a toda la fuerza pública.

Blanco había llegado al Parlamento pocos meses antes, en el comienzo de la Transición, encabezando la lista socialista al Congreso por la provincia de Santander, después de haber creado el PSOE de Cantabria, del que tenía el carnet número 1, y permanecería en las cámaras nacionales más tiempo que ningún otro parlamentario español, a excepción de Alfonso Guerra, con el cual mantuvo una larga y estrecha amistad.

Si Guerra parecía un personaje malencarado en ese reparto de papeles que se asignaron Felipe González y él para manejar un cuarto de siglo de la vida política española, a Jaime Blanco su extraordinaria estatura y su espesa barba negra también le hicieron parecer un personaje severo y distante, que nunca fue.

La mayoría pudo comprobarlo con los años, una vez retirado de la política activa, cuando salió una y otra vez en defensa de las instituciones y de la conciliación. Mesurado y analítico, no se pronunciaba hasta haber escuchado todas las opiniones. En ese momento, su discurso solía aportar claves que casi nadie había tenido en cuenta.

Suspendido de militancia

El PSOE es un partido muy complejo y siempre que intervenía en los durísimos comités regionales del partido, Blanco salía a tratar de convencer y sumar. También conseguía sosegar cualquier debate, con aportaciones más reflexivas que combativas, lo que solía dejar en evidencia a oponentes que pretendían fajarse en un terreno más belicoso. Eso no significa que no hablase claro, algo que le costó más de un conflicto interno, como cuando fue sancionado por su propio partido en 1979 por unas declaraciones en las que achacaba a UGT (sindicato al que él también pertenecía) varios intentos para hacerse con el control del partido en Cantabria. Esa herida, que a él le costó una suspensión de la militancia (¡cuando era el secretario general del partido!) nunca llegó a cerrar, ni siquiera cuando dejó la secretaría general y aún hace tres años dio lugar a que el voto crítico ugetista hiciese secretario general a Pablo Zuloaga.

Miguel Ángel Revilla da el pésame a Rosa Inés García, viuda de Jaime Blanco, en presencia de Pablo Zuloaga, durante el velatorio del fallecido, realizado en el Parlamento Regional.

La UGT cántabra siempre mantuvo una línea paralela al partido, la única que Blanco no llegó nunca a integrar y ambas acabaron por actuar con un desdén mutuo. Todas las demás alternativas acabaron integradas en su Ejecutiva, como fue el caso de la llamada Tercera Vía, que tras intentar arrebatarle la secretaría general, aportó nombres como Miguel Ángel Palacio, que se convirtió en el portavoz parlamentario, o Jesús Cabezón, candidato a las europeas. También abrió el partido a formaciones a su izquierda, como IDCan, que encabezaba Ángel Agudo, o a los carrillistas, de José Guerrero, que también acabaron teniendo responsabilidades de primer nivel.

En su despacho conservó siempre una foto de su Seat 600 blanco con una pancarta con el que recorrió la región megáfono en mano en su primera campaña electoral, cuando hablar en público todavía le costaba un esfuerzo considerable. Eso le permitió conocer cada recodo de la región y retener en la memoria miles de caras que le permitían identificar por su nombre a las muchas personas que se le acercaban cada día.

No obstante, su imponente presencia, con casi dos metros de estatura fue, durante tiempo, un handicap que le hizo parecer poco amistoso, hasta que adquirió las habilidades sociales para romper las distancias que su propia figura creaba.

La Autovía del Cantábrico

A Jaime Blanco se le achacaron decisiones sobre Cantabria que nunca tomó él, pero sí apoyó disciplinadamente, como la reconversión de algunas grandes empresas, y, en cambio, nadie conoció otras que sí que fueron obra suya, como el orden en que debían construirse las autovías.

En ese momento, Cantabria era una de las pocas autonomías que no tenía un solo kilómetro de autovía o autopista (en realidad, tenía uno solo, el de la Recta de Parayas) y cuando llegó el PSOE al Gobierno nacional, el ministro de Obras Públicas de la época, le anunció que se iba a corregir progresivamente ese déficit, pero que el Estado no podía asumir los costes de construir dos autovías en la región al mismo tiempo, por lo que tendría que optar por la del Cantábrico o la de la Meseta. Era muy evidente que los líderes regionales de Alianza Popular (que entonces gobernaba la autonomía) apostaban por hacer primero la de Madrid, porque era su reivindicación permanente, pero Blanco le propuso al ministro empezar por la de Bilbao, siempre que se hiciese el tramo Santander-Torrelavega, que correspondía a la autovía con la Meseta pero podía ser utilizado por ambas. El tiempo le dio la razón, porque ahora que ya están construidas las dos puede comprobarse que el flujo de vehículos en la frontera con el País Vasco es ocho veces mayor que el de la Autovía de la Meseta en Aguilar.

En los últimos años, Blanco ha estado escribiendo unas memorias en las que probablemente se recogen este tipo de detalles que permitirán entender mejor la historia de la autonomía si algún día se publican, para lo que acudía con cierta frecuencia a la hemeroteca del Parlamento Regional. Allí recopiló muchos titulares de periódicos locales en su contra sobre las más diversas materias, para tratar de demostrar que el tiempo le ha dado la razón en muchos casos o la falta de veracidad de muchas de las afirmaciones que se hicieron en su contra.

El Gobierno de Gestión

La polarización política que se vivió en la región a partir de la llegada de Hormaechea al Gobierno produjo una auténtica guerra sucia periodística que le perjudicó seriamente y acabó truncando la posibilidad de que gobernase al menos una legislatura. Él, que presentó dos mociones de censura contra Hormaechea (aún hubo una tercera, que firmó José Luis Vallines (PP) tras volver a aupar al polémico exalcalde de Santander a la presidencia), gobernó sin especiales tensiones con el PP, el CDS y el PRC durante los seis meses en que Hormaechea fue apartado de la presidencia por esta coalición. Un periodo muy intenso pero muy breve, que sirvió, básicamente, para clarificar la deuda de la región y demostrar que se podía gobernar de otro modo.

Al concluir, Blanco ganó las elecciones con 16 diputados (la cifra más alta que ha tenido nunca el PSOE en Cantabria) pero Aznar, que en mayo había asegurado que su partido nunca más gobernaría con Hormaechea, del que había recibido graves insultos, firmaba el 11 de julio un pacto de gobierno con él y con su nuevo partido, la UPCA, que acabaría, de nuevo, como el rosario de la aurora.

Frente a los políticos actuales, formados en los algodones de los cargos internos de los partidos, la primera ola, de la que formaba parte Jaime Blanco, surgió de unas experiencias políticas y personales muy intensas. Él era el menor de nueve hermanos y su padre falleció cuando tenía seis años. Su hermano mayor, Manuel, marino y, posteriormente, fundador de la constructora Monobra, se hizo cargo de su tutela y así pudo estudiar Medicina en Sevilla, donde tenía una hermana, y donde se codeó con Felipe González, Alfonso Guerra o Manuel Chaves, con los que tomó contacto a través de la que más tarde sería su primera mujer, María Ángeles Ruiz Tagle, una de las primeras militantes socialistas del país. Él fue uno de los que apoyó a Felipe González en aquel congreso de Suresnes en el que se hizo con el control del partido frente a los viejos socialistas del exilio, acomodados a esperar la muerte de Franco.

Jaime Blanco durante su breve presidencia de la región, en 1991.

Llegado a Cantabria, Jaime Blanco fundó el Partido Socialista de la región, del que tenía el carnet número 1, y empezó a ejercer como médico en Valdecilla. Con solo 26 años –y a pesar de que el director del Hospital en ese momento, Segundo López Vélez, era un fervoroso franquista– se convirtió en el responsable de la nueva Unidad de Cuidados Intensivos, lo que le hubiese garantizado una carrera médica brillante.

Al convertirse en parlamentario, cada cuatro años le tocaba reincorporarse al Hospital durante unas semanas (desde la disolución de las Cámaras hasta las elecciones y la formación de las nuevas), un tiempo que le generaba la ilusión de reencontrarse con viejos compañeros, pero que cada vez se le hacía menos llevadero, al no haber actualizado los conocimientos médicos, y eso le llevaba a pedir que le eximiesen de cualquier tarea de responsabilidad en una sección del Hospital tan crítica.

Cambió la opinión del PSOE sobre la autonomía

Jaime Blanco también pertenecía a la generación que tuvo el Estado en la cabeza, de forma que todas sus reflexiones políticas estuvieron siempre enmarcadas en el contexto del interés general. Si en un principio no tuvo del todo clara la autonomía uniprovincial de Cantabria, como tampoco la tuvieron los dirigentes de su partido, Felipe González y Alfonso Guerra, ni los de UCD, acabó por sumarse a aquella ola imparable desatada por ADIC, Ambrosio Calzada y algunos ayuntamientos, que cogió tanto a UCD como al PSOE con el pie cambiado. Luego, no obstante, tuvo un papel relevante en convencer a los líderes nacionales de su partido (de lo contrario, la autonomía de Cantabria nunca hubiera existido) y en la redacción del Estatuto de Autonomía.

Ese sentido del Estado creció al convertirse en presidente de la Comisión de Defensa del Senado, lo que le hizo visitar muchas unidades militares y tener contacto y amistad con muchos de sus jefes.

Su exquisita cortesía y el interés por conocer a fondo cualquier materia en la que se adentraba, disipó las dudas de muchos de estos jefes militares, algo que también le ocurrió en su tierra natal, donde deja muy buenos amigos en el territorio ideológico de la derecha y, especialmente, entre los empresarios, a algunos de los cuales le prestó su apoyo en momentos clave.

A esta lealtad se le unió un trato más afectuoso y cercano a medida que los años le hicieron apreciar más los valores personales. Es muy improbable haber escuchado de sus labios una descalificación de un rival y, más raro aún, que haya dado pábulo a comentarios personales. Conocedor de muchas claves que le dieron todo tipo de personas de primera mano, desde Emilio Botín a los líderes de los partidos rivales, nunca utilizó en público ni en privado ninguna de estas circunstancias de las que podía haberse beneficiado políticamente.

La dignidad que infundió tanto a los cargos que ocupó como a su vida personal le llevó siempre a buscar el consenso y pocos asuntos le crearon más desazón que el tiempo que en, por unas declaraciones poco afortunadas, Miguel Ángel Revilla y él dejaron de hablarse. Cuando un día, de forma natural, se encontraron y ambos matrimonios quedaron a cenar, fue para él una pequeña liberación.

En dinero de Bruselas

Nunca se sabrá cómo pudo haber cambiado Cantabria de haber gobernado Jaime Blanco al menos una legislatura, pero hay un factor que invita a suponer que probablemente hubiese sido distinta, el dinero del Objetivo 1, que Hormaechea rechazó, al entender que conllevaba el estigma de región pobre. Cuando finalmente la comunidad autónoma lo solicitó, fue un auténtico regalo, que aportaba unos 150 millones netos de euros anuales, pero Cantabria ya solo pudo disfrutarlo durante un periodo de siete años. De haberse pedido mucho antes, la región no hubiese padecido la crisis de los 90 ni hubiese caído en un modelo inmobiliario de corte mediterráneo cuando en otras regiones ya se había superado.

La reconversión

La llegada del PSOE al Gobierno de Madrid en 1982 no solo no fue un bálsamo para las movilizaciones obreras, que ya eran muy abundantes, sino que las multiplicó. Los socialistas pronto fueron conscientes de la crítica situación de muchos sectores industriales y decidieron afrontar una reconversión sin paños calientes. El coste fue alto para sus líderes territoriales que tuvieron que dar la cara una y otra vez y más en Cantabria, donde estaban presentes todos los sectores en reconversión salvo dos.

Cuando están en peligro más de la mitad de las fábricas de la región, resulta imprescindible negociar medidas de gracia y Blanco tuvo que emplearse a fondo con los ministros para salvar varias de ellas, que estaban estranguladas por su situación económica.

Una de sus últimas fotos públicas, el día que recibió la medalla por sus 50 años como médico colegiado.

Así se prorrogó la vida de Magefesa, que tenía en esos momentos 1.300 trabajadores en la región, a pesar de que su deuda con la Seguridad Social superaba los 50 millones de euros, lo que finalmente no sirvió de mucho. También evitó que la SS ejecutase a Nueva Montaña Quijano, por una deuda de 36 millones, lo que permitió la venta a Celsa y que hoy siga siendo la primera industria de la región como GSW.

Casi todas las empresas en reconversión acabaron recibiendo grandes cantidades de recursos públicos, gracias a los cuales pudieron sobrevivir. El caso más incierto fue el de Sniace. Con la salida de Banesto del capital, se había quedado sin empresario y la planta estuvo cerrada tanto tiempo que nadie creyó que se reabriría. Blanco tampoco y buscó una alternativa que parecía más factible: Armando Álvarez, al que trató de convencer para instalar allí una de sus fábricas y dedicar el resto del suelo a polígono industrial.

La operación se frustró cuando los trabajadores de Sniace tuvieron constancia de que el PSOE buscaba alternativas a Sniace y lo interpretaron como una traición, dado que ellos solo contemplaban la continuidad de su fábrica.

Quizá esa solución hubiese dado lugar a una Torrelavega muy distinta en lo económico (Sniace hoy ya no existe) y menos contaminada. Lo único cierto es que aquellos esfuerzos no solo no le reportaron ningún reconocimiento sino que se convirtieron en un lastre para el voto del PSOE en una comarca donde hasta ese momento ganaba por goleada y, tras una extraña pinza tácita entre la izquierda radical y el PP, los socialistas perdieron una gran parte de los votos y en 1999 quedaron apartados, incluso, de la alcaldía.

Blanco concluyó su vida política en 2004, que ejerció casi siempre como diputado nacional o como senador. Solo en dos ocasiones se presentó al Gobierno de Cantabria, en 1987 y en 1991. No conseguir el Gobierno en esos intentos provocó que una parte nutrida de su partido pidiese cambios y optó por volver a la vida política nacional. A partir de entonces el PSOE probó con muchos otros candidatos: Julio Neira, Ángel Duque, Lola Gorostiaga, Eva Díaz Tezanos y Pablo Zuluoaga, pero lo cierto es que nunca consiguió volver a ser la lista más votada.

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