La Cantabria que nunca esperamos ver
Fábricas paradas, calles vacías, UCIs llenas...



La noche anterior, el Consejo de Ministros había declarado el estado de alarma en todo el territorio nacional durante 15 días como consecuencia de la crisis sanitaria originada por el coronavius Covid-19. Se trataba de frenar el crecimiento exponencial en el número de contagios, aún con la dolorosa incertidumbre de que ese periodo probablemente habría de ser ampliados muchas semanas más, como ha ocurrido.
La enfermedad infecciosa no había detenido el tiempo, pero había obligado a confinar a las personas en sus casas y paralizado la actividad del país, salvo unas pocas actividades imprescindibles, lo que es prácticamente lo mismo. Los ciudadanos solo podrían salir para adquirir alimentos, acudir a las farmacias, a los bancos, comprar artículos de primera necesidad o ir a trabajar, en el caso de que su empresa estuviese abierta y no pudieran servirse del teletrabajo.
La vida social se trasladó a las pantallas

Las redes sociales e Internet se han convertido durante estos dos meses en las principales vías de comunicación y las pantallas han sustituido el contacto directo con familiares y amigos.
La ciudadanía ha buscado en la vía telemática el contacto directo que ha dejado de tener, para informarse y para distraerse. Muchos museos, centros culturales y profesionales del mundo de la cultura de la región han utilizado sus cuentas para ofrecer contenidos que hiciesen más llevadera esa reclusión doméstica.
Internet también fue la forma en la que muchos pudieron seguir trabajando como si estuviesen en su puesto habitual, y en la que los estudiantes mantuvieron el contacto con sus profesores como si estuviesen en las aulas.

Los pocos que viajaban se encontraban prácticamente sin aviones (en España llegó a haber 800 aparcados en los aeropuertos y menos de media docena en vuelo), y con trenes, barcos y autobuses interurbanos o urbanos en los que solo se podía ocupar una parte de las plazas, para alejar los usuarios entre sí. Incluso esas pocas llegaron a sobrar, porque el virus dejó atrapadas a muchas personas fuera de sus hogares, especialmente a los jóvenes que han tenido que salir de la región a trabajar y que, de haber podido, hubiesen vuelto a pasar el encierro con su familia. Los erasmus, en cambio, pudieron regresar casi todos.


En casi una treintena de pequeños municipios cántabros no ha habido un solo caso de infectado por coronavirus, y en más de la mitad, aunque lo hayan tenido, no han registrado ningún fallecimiento por esta enfermedad, lo que justifica que fueran un destino tan deseado.
Nadie pudo imaginar una situación parecida y nadie estaba preparado para afrontarla, como ha quedado demostrado. Hemos aprendido con dolor y ahora conocemos mejor nuestras debilidades, especialmente las de las residencias de ancianos, donde se han producido más de la mitad de todas las víctimas mortales causadas por el virus, que se han visto obligadas a auténticos actos de heroísmo para seguir manteniendo su servicio.
LOS PRIMEROS RESQUICIOS DE LIBERTAD


En ese momento, la enfermedad no había desaparecido ni los riesgos tampoco, aunque las cifras de curados superaban ampliamente a las de nuevos contagiados y en las UCIs de los hospitales cántabros ya solo quedaban seis personas internadas.



