El escritor cántabro Javier Aznar: ‘Una buena frase me cambia el día’

Triunfa escribiendo en las redes sobre lo que le hace feliz

El escritor cántabro Javier Aznar (Santander, 1985) ha logrado el éxito relatando sus experiencias vitales, muchas de ellas ocurridas en la región. En su libro, ‘Dónde vamos a bailar esta noche’ reúne historias y recuerdos perfectamente identificables para cualquiera que haya crecido en la capital cántabra, pero tan universales como para llevar vendidas diez ediciones en todo el país. Aznar conduce un programa radiofónico, Hotel Jorge Juan, en formato podcast, y escribe para la revista Vanity Fair sobre lo que le hace feliz.


‘Hay una canción de Antonio Vega que se llama El sitio de mi recreo. Podríamos decir, entonces, que el sitio de mi recreo, de mis veranos, fue ese club (el Club de Tenis de La Magdalena). Ahí nos dejaban nuestros padres en verano, y pasábamos el día haciendo deporte. Lo que más recuerdo son los torneos de verano de fútbol sala. La pista estaba situada en un alto, dando al mar, a la playa del Camello. Las vistas eran impresionantes. Creo que nunca volveré a jugar un partido de fútbol en un sitio tan espectacular, con todo ese azul como fondo de las porterías. Raro era el día en el que no acababa un balón en el mar.’

Este texto pertenece a uno de sus muchos relatos que recuerdan su vida en Santander, no tan lejana en el tiempo. Después de licenciarse en Derecho y Economía y trabajar en una gran compañía tecnológica, Javier Aznar lo dejó todo de la noche a la mañana para crear un blog, encargado por la revista Elle, que ahora tiene más de 80.000 seguidores, y escribir un libro lleno de recuerdos que no para de reimprimirse.

Me cito con Javier Aznar que ahora, además de escribir, dedica su tiempo a entrevistar a otros en formato podcast. Lleva diez ediciones de su libro ‘Dónde vamos a bailar esta noche’ y escribe periódicamente una columna en Vanity Fair sobre las cosas que le hacen feliz.

Con porte de defensa central, Javier Aznar (Santander, 1985) espera sentado en la mesa de un club social de Madrid. Los dos venimos del mismo pueblo, Polanco. Le hace gracia.

He pasado allí tantos veranos e historias que le guardo mucho cariño. Cuando te haces mayor te acuerdas cada vez más de ese tiempo. Le tengo un cariño muy especial.

Y, además, está el nexo con el escritor.

Desde luego. Mi tatarabuelo era José María de Pereda. Todo lo que escribió sobre los raqueros y los tipos, como él decía, trashumantes, que venían a Santander, lo tengo muy metido dentro. Me encanta tener esa conexión.

Estudias una carrera doble en ICADE que supone una orientación profesional hacia la gestión empresarial pero empiezas a publicar el blog ‘El manual del buen vividor’. Lo que parecía una mera válvula de escape se convierte en un ente con vida propia.

La verdad es que no me gustaba mucho a lo que me dedicaba en ese momento. Estuve cinco años exactos trabajando en una de las Big Four (las grandes empresas tecnológicas de las que todos hablamos y dependemos cada día) y me fui. Descubrí qué es lo que no quería hacer y fui desarrollando una vida paralela de lecturas, de tratar escribir y moverme en ese mundillo. Así nació el blog que me confió la revista Elle. La verdad es que no era consciente del impacto que podía tener.

No es común reinventarse y dejar, después de cinco años, una empresa en la que la mayoría querría trabajar.

Sentía que no me gustaba y la gente de mi entorno era consciente de que yo tenía otras obsesiones. Rápidamente me convertí en algo así como el bohemio de la consultora.

Tus textos parten de fragmentos ordinarios de tu vida que acaban por convertirse, no se sabe cómo, en argumentos universales. Partir de esos lugares donde nos reconocemos todos para luego sorprender.

Sí. Me gusta ir de lo ordinario a lo extraordinario. Coger un momento vulgar con el que te identificas en tu día a día ­–esperar a un autobús, salir a correr, etc– e ir de ahí hacia lo extraordinario.

A tenor del éxito que tienen tus podcasts, parece que has dado con la tecla de una generación que necesita consumir experiencias.

-Vivimos esa época. Se ve en todos lados. En nuestra forma de consumir el arte, el ocio… Comentar que has estado ahí. También en la literatura. Ahora hay mucho ensayo personal, gente contando su vida de una forma brillante. Yo intento contar lo mío de una forma amena; sobre todo, no ser aburrido.

Escribir sobre experiencias felices puede parecer una osadía en este mundo de descontentos, o quizá pueda servir como terapia. En cualquier caso, incluso vender felicidad –si se convierte en una obligación– acaba siendo un trabajo.

-Sí, como te pasaba en el colegio cuando te obligaban a leer un libro, de pronto se transforma en una idea insoportable. El hecho de convertirlo en una tarea ya hace que te guste menos. Y lo hablaba con Ocaña (el crítico de cine de El País, con el que dialoga en uno de sus podcast): hasta qué punto un crítico de cine, que ha de ir a un festival a ver veinte películas acaba harto. Da miedo la posibilidad de cargarte lo que más te gusta.

Respecto a lo de hablar de lo que me gusta, a mí siempre me gusta compartir lo que me divierte y que otros lo hagan. Valoro mucho esa labor de curator, esa persona que, entre tanto ruido, se queda con lo bueno y eleva el tono de la discusión.

Buscar cosas que a uno le hacen feliz, cuando ya ha agotado la memoria de las vividas, puede resultar difícil.

Puede sonar un poco intenso, pero a mí un buen libro, una buena serie, una frase, me cambia el día. Lo disfruto, pienso en ello, lo recuerdo después de mucho tiempo. Creo que eso no lo voy a perder nunca, el poder detectar lo que me interesa, el ingenio, la creatividad.

El camino que has elegido puede ser de ida y vuelta, y retornar a lo que estudiaste…

No. Uno tiene que saber qué se le da bien y qué no. Yo soy una persona que necesita a alguien que se ocupe de temas logísticos, que sea diligente, que sepa decir que no. Yo soy más creativo, ir a mi aire, trabajar solo. Tener un jefe, un gestor, es complicado. Me gusta ser gestor de cosas como mi podcast, porque soy yo el que habla, aunque pueda tener editores. Más allá de eso, no me veo.

Es imposible no recordar tu relato en forma de crónica de los días previos a la final de la Champions del exjugador del Real Madrid Fabio Coentrao para la revista GQ (si alguien no lo ha leído ya debería estar buscándolo en Google), un gran éxito.

Fíjate que he escrito cosas. Eso fue un encargo que me hizo el director de GQ cuando yo estaba volviendo del Bernabeu a casa. Tengo por ahí el mail, y mi director todavía se ríe, diciéndole: “mira, he escrito esto, si te parece algo absurdo no lo publicamos”. Lo hicimos, y fue una locura. Es de lo que más se ha leído, sin duda. Es gracioso porque (Coentrao) se ha convertido en un personaje.

Te gusta mucho el fútbol, escribir sobre el fútbol, de tus experiencias como madridista, de los cántabros que hubo en las copas de Europa y que ya no hay…

Sí que hay, porque en la décima yo estuve en Lisboa, así que hubo un cántabro. Como además tenía amigos en el Madrid, yo me considero un miembro de la plantilla…

¿Un futbolista cántabro de referencia?

No puedo no decir Gento, evidentemente.

Otro que te pille menos a desmano.

Yo siempre he defendido mucho a Amavisca, y a Pedro Munitis. Aparte, en el Racing ya tenía debilidad por Radchenko, y el equipo que más he disfrutado del Racing fue el de Marcelino.

¿Qué te ha hecho feliz el año que ha acabado?

(Rápidamente hace una lista, se nota que tiene callo)

Lo que más feliz me ha hecho, en el siguiente orden es: 1. El lanzamiento de mi podcast; 2. Llegar a diez ediciones con mi libro; 3. La vuelta de Zidane; 4. Mi novia; 5. Volver a Santander. Lo hago poco pero cuando voy, ver a mis amigos me hace muy feliz. Me gusta tanto volver a Santander que no quiero volver demasiado para no banalizar esa sensación que tengo al bajarme del tren y durante el paseo hasta mi casa.

Javier Ibáñez

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