La respuesta social de las empresas a la crisis

Si se hiciese una encuesta, una amplia mayoría de los ciudadanos respondería que la Responsabilidad Social Corporativa es un concepto que las empresas introdujeron en los años 90 para demostrar su compromiso con el mundo que les rodea y que ese compromiso tiene más de maquillaje que de realidad. Pero no es una percepción muy exacta. Esa política es muy anterior en el tiempo y en estos momentos de graves dificultades para todos, sigue habiendo actuaciones que se salen del marco estricto del negocio.
Las empresas son realistas por naturaleza y no están al margen de las necesidades sociales. Quizá por eso, un puñado de ellas se han sumado a iniciativas para apoyar a los emprendedores. Una forma de enseñar a pescar en lugar de dar peces. El CISSE puesto en marcha por la Universidad de Cantabria y el Banco Santander, es un buen ejemplo. Allí, empresarios como Juan de Miguel, de SIEC; Javier y Roberto González, de Hierros Tirso; o Mar Gómez-Casuso, de Hergom, apadrinan a jóvenes emprendedores y les aconsejan con sus conocimientos sobre las empresas.
La experiencia es ilusionante para todos ellos. Algunos empresarios aseguran recibir más de lo que aportan, por el interés con que los muchachos acogen sus explicaciones, y todos se muestran sorprendidos de encontrar una generación mucho más receptiva y dispuesta a la acción de lo que creían. Para algunos ha sido reconfortante percibir que el relevo generacional en la empresa cántabra está asegurado. Algo que resulta de agradecer en un momento en el que nos asaltan las dudas sobre la valía del país, sobre de la formación que se imparte y sobre el compromiso de la siguiente generación.
Las empresas están dispuestas a ayudar pero ahora han de hacerlo con una implicación personal más que con medios económicos. A veces, basta con la imaginación. Dromedario hace tiempo que utiliza los sobres de azúcar como soporte divulgador de todo tipo de iniciativas culturales. La última es la impresión de frases de personajes locales o nacionales relevantes en nada menos que 13 millones de sobrecitos que invitan a la reflexión.
Caja Laboral va a patrocinar un premio cultural y la Fundación Botín lleva a cabo programas muy ambiciosos en el campo de la educación y el desarrollo rural, además de sus programas más conocidos, los artísticos o las donaciones de equipos sanitarios de alta tecnología.
Pero no son buenos tiempos para nadie. La Obra Social de Caja Cantabria, la más importante de la región, ha sufrido un fuerte recorte. Aún así ha de hacer un gran esfuerzo, porque ha tenido que recurrir a un crédito para financiar todos sus gastos de este año, en la confianza de que en los próximos volverá a tener ingresos, esta vez de los dividendos que le proporcionará su paquete de acciones de Liberbank.
Con todo, es una suerte para la región que la alianza en la que entró Caja Cantabria haya salido con vida de la vorágine de las fusiones. Otras autonomías se han quedado sin obras sociales, ya que sus cajas entraron en alianzas que pasaron a tener un valor cero y su patrimonio histórico se ha diluido como un azucarillo.

La conciencia medioambiental también llega a las empresas

La otra punta de lanza de la acción social está en el medio ambiente. La presión de las administraciones públicas sobre las industrias contaminantes, al forzarles a obtener la Autorización Ambiental Integrada para poder continuar su actividad, ha producido una sensible mejora de las emisiones en los últimos años y ha creado en las empresas una conciencia de mejora continua, muy parecida a la que en su día permitió disminuir radicalmente la siniestralidad laboral en las fábricas.
En pocos años, las grandes industrias han reducido su consumo de agua a prácticamente la mitad, han implantado depuradoras que en algunos casos –como el de Sniace– podrían atender las necesidades de una ciudad entera, y han instalado filtros para minimizar el impacto de los humos. Queda mucho por hacer pero las cosas en este campo ambiental han avanzado tanto que una empresa suministradora de energía eléctrica, como E.On, recomienda ahorrar en el consumo y la compañía de aguas conciencia a los ciudadanos de que no dejen abierto el grifo mientras se lavan los dientes, consejos que aparentemente van en contra de su negocio.
La crisis ha acabado con algunas de estas campañas masivas y con muchos de los patrocinios deportivos, que en el caso de los bolos o las traineras suponían la principal fuente de financiación para mantener estas actividades. Ninguno de los dos deportes hubiese alcanzado el nivel competitivo que tiene de no haber sido por los esponsorizadores, que le han dado espectacularidad. Pero también los ha hecho más frágiles, porque sus presupuestos no son sostenibles en las nuevas circunstancias económicas de sus patrocinadores, muchos de los cuales son empresas vinculadas a la construcción.
El ciclismo también ha sufrido ese problema. En Cantabria llegó a haber equipos profesionales, como el Teka o el Saunier Duval, y varios más aficionados. Con la crisis no solo Cantabria se ha quedado sin ellos. También España, que teniendo varios de los mejores ciclistas del mundo no puede acogerles en ningún equipo local, con la excepción del Euskaltel.
Con mucho menos dinero para dedicarlo a esta acción social, la RCS se está refugiando en apartados menos vistosos, en los que apenas hay retornos para la imagen de marca de la compañía que los sufraga pero que, no obstante, son igual de importantes o más, como la entrega de productos que no han encontrado salida en los supermercados y en las fábricas a los Bancos de Alimentos y a la Cocina Económica. La gravísima situación de muchas familias no deja indiferentes a las empresas que han aprendido a manejar mejor sus stocks alimentarios y a no descartar como inservible lo que puede ser vital para otros.

Un siglo de responsabilidad corporativa

Al contrario de lo que cabe suponer, la responsabilidad social no es una moda surgida en los años 90 para dar un barniz más humano a las empresas. Aunque el concepto echó a andar en esa época a través de la Comisión Europea, que buscaba soluciones al paro de larga duración que ya se empezaba a detectar en países socios, algunas empresas llevaban décadas apoyando voluntariamente acciones de mejora social. En Cantabria hay muchos ejemplos.
Juan García Naranjo, un antiguo jefe de personal de Ferroatlántica, cuando la fábrica se llamaba Electro Metalúrgica de Astillero y luego FYESA, recuerda que su empresa construyó en 1950 un barrio con 96 viviendas de alquiler de bajo precio en Boo de Guarnizo, el de San Camilo de Leyis. La decisión del entonces director, Pedro Fernández Escárzaga, a instancias del párroco de Guarnizo, representó una gran ventaja para los trabajadores, pero ninguno de los dos promotores vería acabada la obra, porque fallecieron en un accidente de tráfico. Fue el siguiente director, Enrique Martínez Berro, quien inauguró el barrio.
Pero por cada necesidad satisfecha suele aparecer otra por satisfacer y con el tiempo surgió otro problema: si un ocupante fallecía su familia debía desalojar la vivienda, lo que causaba un notorio problema social. El Jurado de Empresa planteó esta circunstancia ante el director y éste ante el consejo de administración, que presidía Emilio Botín padre, con la propuesta de que se vendiesen las viviendas a sus ocupantes. El consejo aceptó y también la sugerencia de que todo el dinero pagado por los alquileres fuese considerado como un anticipo. De esta forma, los ocupantes pudieron quedarse con las viviendas “y estoy seguro de que fueron las más baratas de Cantabria”, dice el antiguo jefe de personal, que hoy tiene 85 años.
En realidad, casos parecidos se dieron en otras fábricas, como Solvay, Sniace, Nueva Montaña Quijano o la Real Compañía Asturiana, varias de las cuales también tenían hospitales, comedores sociales, economatos, escuelas para los hijos de sus trabajadores, casinos sociales, colonias de verano e, incluso, casas de reposo para afrontar la epidemia de tuberculosis que se produjo en España durante la posguerra.
Varias de ellas importaban la cultura social de sus países de procedencia, mucho más avanzada que la de España, especialmente Solvay, fundada por un químico e intelectual belga que en su país siempre abanderó las conquistas sociales e introdujo en Cantabria la jornada de ocho horas y las vacaciones pagadas, unas ventajas impensables por entonces.
Con el tiempo, las empresas locales también se sumaron a estas prácticas, y cabe destacar el ejemplo de Lostal, que construyó un barrio de viviendas en Santander, que también acabó por entregar a sus ocupantes por una cantidad casi simbólica.

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