El viento que arrasa a los medios

Con licencia de emisión o sin ella, el futuro es negro paras la mayoría de las televisiones locales, como lo es para los periódicos gratuitos. Ni siquiera está despejado para los de pago. Desde que comenzó la crisis, a mediados del año pasado, han cerrado en Cantabria tres periódicos gratuitos: ‘Pueblos’, ‘Raqueros’ y la edición local del ‘Qué’. Además, se han apagado las señales de Cantabria TV, Localia y Tu TV.
La situación no es mucho mejor para los gratuitos que se siguen editando y las pocas televisiones que sobreviven confían en que la licencia de la TDT –si la consiguen– llegue acompañada de una subvención pública anual para sostener las emisiones. La propia Consejería de Industria parece consciente de que sin esta ayuda no será viable ninguna de las concesiones que adjudique, por lo que Cantabria parece encaminarse a un modelo semejante al aplicado por Navarra, que ha renunciado a crear una televisión autonómica y subvenciona con aproximadamente un millón de euros al año a cada una las televisiones locales existentes, lo que resulta bastante más barato.
La crisis no respeta a nadie. Hace solo unos meses podría darse por seguro que las licencias de TDT en la región se las repartirían Localia, Cantabria TV y Canal 8 (El Diario Montañés) por ser aparentemente las más fuertes, además de Tu TV, en Torrelavega. Pero la realidad va a ser bien distinta. Las dos primeras y Tu TV han desaparecido y Canal 8 ni siquiera se ha presentado, quizá porque aspiraba a una licencia de cobertura autonómica que aún no se ha sacado a concurso. En todo caso, el Grupo Vocento, propietario de Canal 8 y El Diario Montañés, no parece dispuesto a mantener por mucho más tiempo las televisiones locales de su grupo que se encuentran en pérdidas:  ya ha vendido varias de ellas y ha cerrado otras.
A pesar de su más que sobria estructura de gastos, las televisiones locales nunca han conseguido publicidad suficiente para financiar su funcionamiento y han sobrevivido enganchadas al gotero de la publicidad institucional, que en algunos casos ha llegado a superar el 80% de sus ingresos. Este salvavidas sólo ha servido para dilatar sus agonías, puesto que ni la estructura empresarial ni su plan de negocio permitían vislumbrar un horizonte de números negros en unas sociedades cuyos ingresos apenas han llegado a cubrir, año tras año, la mitad de sus gastos.

Problemas para todos

En la prensa escrita de pago las cosas no marchan mucho mejor. Aunque los periódicos cántabros mantienen la difusión, algo que no logran la mayoría de sus colegas de otras provincias, el bajón publicitario hace estragos. La política de firmar convenios con instituciones públicas para conseguir nuevas fuentes de ingresos no consigue maquillar esta realidad y las páginas web, que parecen indicar el camino futuro de la prensa, no tienen visos de llegar a compensar más que una parte de la caída de facturación de los periódicos en papel.
Un síntoma de estos problemas económicos es la impugnación de una modesta convocatoria de subvenciones del Parlamento de Cantabria por parte de Alerta y El Diario Montañés. Ambos periódicos pretenden que la parte que les ha tocado en el reparto sea bastante mayor, lo que dejaría muy escaso margen o casi ninguno para todos los demás concurrentes, dado que la convocatoria está dotada con poco más de 100.000 euros.
Con esta perspectiva, todos los medios de comunicación de la región han buscado la forma de recortar drásticamente los gastos, empezando por el más potente, El Diario Montañés, que se desprenderá de su rotativa y, a partir de ahora, imprimirá el periódico en un centro de impresión colectivo que el grupo Vocento tiene en Zamudio (Vizcaya).
El cierre del taller de El Diario Montañés supone la pérdida de alrededor de 30 empleos, un número superior a los 24 despidos realizados por Cantabria TV tras su cierre.

El final de un proyecto ambicioso

Cantabria TV (la antigua TeleCabarga) nació en 1995 como un proyecto colectivo, a iniciativa de tres periodistas (Víctor Gijón, Lino Javier Palacios y Alberto Ibáñez), que trataron de poner en marcha una emisora independiente, con la entrada en el capital de un elevado número de accionistas, procedentes de ámbitos muy distintos, que aportaban pequeñas cantidades.
Aunque los estatutos fundacionales fijaban una limitación muy estricta para que nadie pudiese llegar a controlar una parte significativa del capital, la explotación demostró que eso no era posible. Cuando las inversiones y las primeras pérdidas consumieron los recursos iniciales y fue imprescindible acudir a ampliaciones, pocos accionistas aceptaron aumentar su riesgo. La reiteración de los números rojos desanimó finalmente a los más voluntariosos y sólo la constructora Ascan acudió al rescate de la emisora. Para que pudiese suscribir toda la ampliación, fue necesario suprimir el artículo de los estatutos que limitaba la concentración máxima del capital.
Como accionista mayoritaria, Ascan se vio cada vez más comprometida con el destino de TeleCabarga y hubo de suscribir nuevas ampliaciones de capital para absorber las pérdidas reiteradas. De esta forma, llegó a concentrar prácticamente la totalidad de las acciones y, en realidad, del problema.
El fichaje como director de Alejandro Ortea, que fue jefe de gabinete de Miguel Angel Pesquera en la Consejería de Industria, parecía un intento de reconducir el proyecto de cara a la nueva tecnología TDT. El cambio del nombre TeleCabarga por el de Cantabria TV se enmarcó dentro de esta estrategia renovadora que parecía destinada a conseguir la licencia de cobertura autonómica. También su acuerdo con la asociación gremial Local Media para proveerse de programas a un coste inferior a la producción propia. Pero ni una ni otra estrategia dieron los resultados apetecidos.
Las televisiones locales no son capaces, hoy por hoy, de generar unos ingresos de publicidad suficientes, algo que se constata en todas las cadenas. Tampoco han conseguido la audiencia que presumían y, como la pescadilla que se muerde la cola, no hay ingresos si no hay espectadores. Los datos de audiencias de Sofres son discutibles, porque el número de hogares cántabros encuestados es pequeño, pero no pueden desdeñarse e indican que todas las televisiones locales juntas apenas atrapan la atención de un 1% de una audiencia cuyos gustos cada vez están más fragmentados.
Los intentos de cambiar esta realidad se han pagado caros. Localia intentó conseguirlo con esfuerzos económicos y técnicos que no estaban al alcance de otros competidores, como la retransmisión en directo de las principales pruebas de traineras o el contrato para tener la exclusiva de la Liga de Bolos. La experiencia fue positiva en términos de audiencia pero extenuante para la empresa. Y, al contrario de lo que ocurre con los periódicos, el televidente no mantiene la fidelidad a una emisora. En el momento en que finaliza aquello que le interesa, cambia de canal.

Un dilema para el Gobierno

Desaparecidos varios de los candidatos con más posibilidades de conseguir la licencia, el Gobierno se encuentra con una situación insólita, la de tener que repartir buena parte de las licencias de la TDT regional entre candidatos con muy dudosa capacidad técnica y económica o que han dejado de emitir programación, como Cantabria TV. Si la primera convocatoria para el reparto de licencias la anuló por entender que los planes de negocio de los aspirantes no resultaban en absoluto creíbles, en esta ocasión, con menos concurrentes y con un mercado publicitario mucho más débil, las expectativas de que la mayoría de ellos puedan mantener la explotación de esas frecuencias son todavía menores.
En un escenario arrasado, las licencias no parece que puedan servir para mucho. Pero sí tendrán otro efecto, el de acabar con otras pequeñas emisoras que, tras el apagón analógico, ya no se podrán ver. Es lo que ha ocurrido en la zona oriental de la región, donde ya se ha producido el cambio de tecnología.
Tantas bajas dejarán un largo reguero de periodistas y técnicos audiovisuales sin trabajo. Pero lo más llamativo es que los medios aparentemente mejor adaptados a los nuevos tiempos han vuelto a resultar más endebles que los tradicionales.

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