Potes reestrena torre
El arquitecto Javier de la Rosa, cuyo proyecto ganó el concurso para la rehabilitación de la Torre del Infantado, partía de un presupuesto muy modesto, el que disponía el Ayuntamiento de Potes, pero se propuso mejorar la accesibilidad del edificio, facilitar los movimientos en el interior y obtener espacios adecuados para actividades expositivas. En vista del nuevo uso turístico que iba a tener el edificio, la cubierta debía ser un gran mirador sobre la villa y sobre los Picos de Europa que la rodean.
La contundente envoltura del la torre, de 24 metros de altura con la que merinos y corregidores de la Liébana daban muestras de su poder a toda la comarca, ni se podía alterar ni requería especiales actuaciones, ya que ha resistido con suficiencia el paso de los siglos, aunque las obras desvelaron que después de la Guerra Civil se realizaron refuerzos, se reconstruyeron paños interiores y se abrieron huecos de luz al exterior. El equipo ganador del concurso se ha limitado a pavimentar el zócalo más inmediato, limpiar la piedra y a la apertura de un vestíbulo de entrada, la única incorporación, junto con la cubierta.
A pesar de que la apariencia externa no presenta cambios significativos, la rehabilitación ha sido muy profunda, gracias a que finalmente se sumó al proyecto la Consejería de Cultura y el presupuesto final se elevó a 2,3 millones de euros. La modificación exterior más significativa es el trasladado de la entrada del edificio al nivel de la calle, para lo que se ha excavado un sótano, al que se accede a través de un vestíbulo abierto en el muro de la fachada oeste, frente al magnífico arco de medio punto que sirve de entrada al edificio con el que comparte calle.
La excavación del sótano obligó a bajar la cota de cimentación de los muros de la torre, una maniobra especialmente delicada cuando resultó imprescindible descalzarlos para excavar por debajo (los pilares quedaron en el aire), cimentar de nuevo y ampliar el soporte de la zapata.
El edificio ha ganado, así, una planta a nivel de calzada y resulta más accesible. La nueva entrada refuerza la impresión defensiva de la torre, ya que es necesario atravesar los muros bajo una bóveda de cañón de dos metros que desemboca en un patio iluminado por la luz cenital procedente de un lucernario que cubre el patio. Las paredes del sótano están revestidas con tela de acero inoxidable, que recuerda las mallas de los caballeros medievales, y acero corten. Desde allí, un ascensor panorámico sube por el interior de la torre hasta la cubierta de cristal que se ha añadido, pero que no es perceptible desde el exterior más inmediato.
Cambio radical en el interior
Hasta su rehabilitación, el interior de la torre resultaba bastante decepcionante: unas anodinas oficinas ocupaban las dos primeras plantas y una sucesión de pequeños espacios sin uso y sin ventilación las siguientes, con la única excepción del salón de plenos. Ahora, en cambio, sorprende por lo contrario. Está revestido de vidrio, lo que permite el paso de la luz hasta el fondo y alivia el peso visual de la torre. El uso de pasarelas suspendidas para las comunicaciones y la multiplicación de los puntos de luz artificial subraya la intención del arquitecto de buscar un contraste radical con el exterior de piedra y, por supuesto, nada recuerda el oscuro uso de la torre durante gran parte de su existencia, ya que 350 años de los más de 500 que acumula a sus espaldas fue utilizada como cárcel.
El revestimiento de los paños interiores de la fachada con grandes paneles de madera también contribuye a dar esa sensación de confortable modernidad a un espacio que, por su concepción de fortaleza defensiva tenía un carácter muy diferente.
En cada planta los espacios expositivos respetan la forma de U, pero se han distribuido de forma distinta, de forma que la luz cenital hace un juego de volúmenes y cada hueco se singulariza.
Nueva estructura
La estructura se ha fortalecido, para lo que hubo que desmontar la fachada interior que, como se comprobó entonces, no tenía la antigüedad supuesta. Al retirar las piedras de esos lienzos desde arriba hacia abajo apareció el muro original, bastante deteriorado. Una vez demolida la estructura interior, reconstruida por los presos políticos tras la Guerra Civil con hormigón de baja calidad, quedó exclusivamente el muro original exterior, que tuvo que ser arriostrado provisionalmente para garantizar su estabilidad.
El arquitecto ha optado por reproducir en la nueva estructura la originaria de este tipo de edificios defensivos, aunque con otros materiales, y el esqueleto de pilares y vigas de acero laminado sin soldar se comportará como las antiguas vigas de roble, apoyadas en los pilares.
Los nuevos forjados son losas de hormigón encofradas sobre bandejas de acero corten, que sirven como revestimiento del techo.
La enorme escalera interior ha sido construida en un taller, donde también fue montada para comprobar sus ajustes y posteriormente separada en tramos para efectuar su transporte y poder introducirla en el edificio a través del lucernario, con la ayuda de una grúa.
Todo ello ha dado lugar a una torre aparentemente idéntica pero muy distinta en cuanto a la concepción interior y mucho más aprovechable. Tan distinta que las cuatro plantas anteriores han dado lugar a siete, gracias al vaciado de un sótano, a la cubierta de cristal y a una entreplanta ganada gracias a la altura de más de cinco metros que tenía una de las preexistentes. En total, más de mil metros cuadrados de superficie cuyo destino aún no está decidido, pero que podrían acoger parte de los fondos del Museo de Prehistoria que habitualmente no se exponen. Será un descubrimiento para los turistas que visiten Potes, que ya no tendrán que conformarse con ver el exterior de la Torre del Infantado.