El derribo de un gigante
Antes será necesario retirar los escombros, que han comenzado a clasificarse para su tratamiento. Gran parte de ellos se están moliendo in situ para utilizarlos como áridos en la construcción de viales y otras obras; las más de 2.000 toneladas de metales están siendo retiradas por Hierros Tirso, después de ser cortados a un tamaño transportable, y serán enviados a fundiciones. El resto se llevará al vertedero controlado de El Mazo.
Previamente se había extraído el amianto, un material que se ha desvelado como cancerígeno y que en los años 60 y 70 fue utilizado como aislante en muchas instalaciones públicas y privadas. El que había en Valdecilla ha sido trasladado a un vertedero de Bilbao por una empresa especializada.
A pesar del reaprovechamiento en la misma obra de gran parte de los escombros se calcula que cada día saldrán del solar más de cien camiones hasta que quede totalmente despejado para poder iniciar la excavación previa a la construcción del nuevo bloque hospitalario, lo que se ha dado en llamar la Tercera Fase y que tiene un plazo de ejecución de 32 meses.
Cuando esté concluido, permitirá reagrupar las camas del Hospital, que ahora se encuentran repartidas entre el Edificio 2 de Noviembre del propio complejo, la Residencia Cantabria y el Hospital de Liencres.
El derribo de la Residencia General ha sido el más singular de los que se han realizado en Cantabria, tanto por el enorme volumen del edificio –probablemente el mayor de la región– como por el hecho de encontrarse en medio de un recinto hospitalario y contener materiales potencialmente contaminantes. La obra fue subcontratada por la UTE adjudicataria de la construcción a la empresa madrileña Arribas Gonzalo, especializada en este tipo de tareas, que se comprometió a retirar primero los materiales potencialmente peligrosos y a evitar el polvo que causa la demolición, para no agravar los problemas de los enfermos hospitalizados en edificios próximos y reducir las molestias de los usuarios y del personal del Hospital, que ha de permanecer funcionando mientras duran las obras.
Esos condicionantes hicieron pensar que el derribo se demoraría seis meses, aunque se ha realizado en la mitad del plazo previsto. Para tratar de minimizar el polvo, la empresa ha utilizado una enorme pantalla que defendía la zona de actuación del viento, mientras que unas potentes mangueras lanzaban agua a presión, si bien buena parte de los días, la lluvia ha colaborado a evitar la dispersión del polvo.
Uno de los aspectos más llamativos de los trabajos ha sido la enorme facilidad con que las tijeras de acero situadas en el extremo de los brazos telescópico de las grúas, y a gran distancia del suelo, cortaban las vigas que formaban la estructura del edificio. Un troceamiento que ha evitado grandes derrumbes, que hubiesen podido afectar al parking subterráneo, que se encontraba en las inmediaciones, o a otras dependencias.