Helados Marena: La reconversión profesional más dulce

El nuevo obrador artesanal quiere competir con las grandes heladerías de Santander

El rumbo profesional del santanderino Miguel Fernández Trueba cambió radicalmente de dirección cuando decidió dejar atrás su empleo en una industria metalúrgica para abrir una heladería artesana en Santander. De aquel inesperado giro de los acontecimientos ha pasado ya un año y, desde entonces, no ha dejado de cautivar los paladares de la capital cántabra, cada vez más acostumbrados a consumir helados en todas las estaciones


Fresas para la elaboración de los helados y sorbetes.

Atreverse con un negocio propio es una decisión difícil que requiere ciertas dosis de valentía, especialmente para quienes optan por cambiar radicalmente de actividad. El santanderino Miguel Fernández Trueba, tras una vida laboral vinculada a la construcción y al metal, decidió hace un año cambiar de aires y abrió Marena, una heladería artesanal en la calle Hernán Cortés.

Ni padres, ni abuelos, ni tíos. Miguel no tiene ningún antecedente familiar vinculado a esta profesión, pero optó por una formación específica que le ha servido para reconvertirse profesionalmente y ha comprobado que su intuición no estaba errada: “Se consume más helado en verano, pero Santander siempre ha sido una ciudad muy heladera. Es un alimento que se ha desestacionalizado y se nota”, explica.

Fernández Trueba se muestra satisfecho con la acogida que ha tenido su negocio entre los vecinos del barrio y entre quienes visitan la ciudad. “Aquí entran franceses, alemanes y británicos”, apunta. “Los extranjeros son muy buenos clientes”.

La heladería también está siendo un éxito entre los españoles, principalmente los que proceden de Madrid, Valladolid y del sur del país, que huyen del calor. “El norte se ha puesto de moda. Cuando vienen aquí, te dicen que por fin pueden dormir por las noches, sin necesidad de encender el aire acondicionado”.

El local ofrece más de una veintena de sabores, aunque no descarta introducir alguno nuevo. Chocolate, pistacho, vainilla, café, tarta de queso, mango, arándanos, stracciatella y oreo son algunos de ellos. 

El emprendedor santanderino muestra una tarrina de helado.

Aunque tendamos a pensar que los clientes de más edad prefieren los sabores más clásicos, el emprendedor ha podido constatar en este primer año de actividad que las ideas preconcebidas no siempre se corresponden con la realidad: “He atendido a personas mayores que me pedían helados de Kinder Bueno, un chocolate blanco belga que encanta, y no solo a los niños”, revela.

Miguel Fernández, que también vende sorbetes naturales de fresa, limón o fruta de la pasión, admite que los primeros meses no fueron sencillos, y sobre todo el invierno. Sin embargo, a medida que el boca a boca fue haciendo efecto, las ventas fueron mejorando sustancialmente. “Estos últimos días han sido de mucho ajetreo, y no solo por el verano, es que el producto y el servicio que ofrecemos se conoce más y mejor”.

La clave del éxito, resalta, está en la calidad de la materia prima y en su apuesta por ingredientes cántabros: “Compro arándanos a la Granja San Jorge de Penagos o en Solares, aunque hay ingredientes, como la pasta de pistacho puro que no hay en Cantabria y tengo que importar de Sicilia”.

Una ilusión

El horario de verano es de 12:30 horas a 00:00 horas.

En verano, Miguel sube la persiana a las 12:30 y la baja a medianoche, pero en ese momento el trabajo se traslada al obrador. Pese al cansancio acumulado, ha de ponerse a preparar el helado del día siguiente. “Hay jornadas en las que salgo del local a las tres de la mañana”, confiesa.

La ilusión de ver crecer su proyecto personal le anima a dar lo mejor de sí mismo en el proceso de elaboración: “Algunas heladerías utilizan una masa blanca industrial de base y luego añaden los sabores. En mi caso, cada sabor tiene su receta. Es la única forma de marcar la diferencia”, explica.

El resultado es un helado cremoso y consistente, libre de los cristales de hielo que se forman cuando se opta por una producción más industrializada.

Para conservar el helado en condiciones óptimas durante el mayor tiempo posible, protege el producto con unas tapas metálicas redondeadas, las denominadas pozzetti, muy habituales en las heladerías italianas. De esta manera, mantiene mejor la temperatura y no está expuesto al polvo, al aire ni a las contaminaciones que pueda producir el tráfico de clientes, a diferencia de lo que ocurre en otros establecimientos en los que el helado se encuentra en vitrinas abiertas. “Desde fuera no se ve el helado, y al principio me costó un poco saber qué sabor había bajo cada tapa, pero ahora me los sé de memoria”, reconoce.

El establecimiento tiene una superficie de unos 80 metros cuadrados, el tamaño suficiente para disponer de un pequeño obrador con equipos de última generación y un punto de venta acogedor, decorado con neones y con un mural salpicado de colores verdes que evoca a la naturaleza.

El heladero es optimista con el futuro de su negocio y confía en que la fortaleza de sus competidores, algunos de ellos marcas muy reconocidas, no le impida hacerse un hueco: “En Santander, hay pizzerías y hamburgueserías por todas partes y todas triunfan. Hay para todos los gustos. Lo mismo sucede con los helados”, argumenta confiado.

David Pérez

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