Renovarse o cerrar

Zoco fue la última gran galería urbana que probó suerte en Santander. Aunque su concepto comercial era mucho más profesionalizado que las anteriores y contaba con una superficie suficiente como para hacer estrategias y ofrecer variedad de comercios, el resultado fue muy malo. Sin una locomotora comercial (un hipermercado o unos cines) que tirasen del resto, los establecimientos asentados no conseguían atraer a clientela suficiente para alcanzar la rentabilidad y, como la pescadilla que se muerde la cola, a medida que se cerraban locales o que no se abrían algunos de los previstos, el conjunto iba perdiendo interés.
En realidad, esas mismas circunstancias ya se habían vivido en otras galerías comerciales urbanas. Aunque menos ambiciosas en su concepto, parecían responder a una necesidad. Si en el siglo XIX se pensó en los soportales para proteger a los viandantes de la lluvia mientras recorrían las calles o se detenían ante los escaparates, parecía lógico que en el siglo XX tuviesen éxito los recintos cerrados multitienda. De hecho, algunos tuvieron días de gloria, pero duraron poco antes de languidecer y, en algunos casos, acabar como un callejón sucio e inquietante.
Las razones del fracaso generalizado son muy diversas, pero en buena parte se deben a la ausencia de una gestión comercial conjunta, con la disciplina férrea que aplican los grandes centros comerciales a sus inquilinos. Sólo así puede entenderse que algunos de ellos, como Q.O Center, ya hubiesen fracasado antes de que en la primavera de 1994 abriese el Centro Comercial Valle Real, la primera gran galería del extrarradio.
Es cierto que el horizonte se oscureció aún más con esta nueva competencia. Cinco años después, otro gigante, El Corte Inglés, seguiría los pasos de la cooperativa vasca Eroski y se instauraría en las afueras de la ciudad.
Los más agoreros pensaron que en Cantabria no habría demanda para responder a tanta oferta comercial, pero la reconversión del hipermercado Carrefour de Peñacastillo y la posterior inauguración del centro comercial del Alisal demostraron que aún cabían más. El problema no era tanto de los espacios multitienda que llegaban, que se han asentado con un éxito creciente, sino de los que ya estaban y no podían ofrecer variedad, horarios amplios, firmas populares y, algo fundamental en la nueva forma de comprar, aparcamiento. Los consumidores cambiaron de hábitos y las galerías urbanas no encontraron margen de maniobra para cambiar con ellos.

Imitar a los grandes

Las galerías comerciales podrían funcionar perfectamente en el centro de Santander. Al menos eso es lo que aseguran desde la consultora Díaz & Santurtún. Pero, para ello, tendrían que trabajar con fórmulas más adaptadas a lo que el consumidor demanda.
Imitar la forma de organización y administración de las grandes superficies podría ser una de las claves del éxito. Especialmente, crear una atmósfera conjunta entre todos los comercios de las galerías –incluidos los que estén a su alrededor– lo cual exigiría que todos los inquilinos de los locales sigan unas mismas reglas y normas para dar una sensación de unidad.
Además, desde Díaz & Santurtún, se insiste en romper con algunos tópicos del comercio tradicional: “Los comerciantes piensan que no les beneficia tener a la competencia cerca. Todo lo contrario, gracias a eso pueden aprovecharse de su flujo de demanda”.
Y es que, o se sigue una buena asociación entre todos los locales o se oferta un producto muy especializado que, por sus características, se distinga del resto. Todo lo demás, según esta consultora especializada en el sector comercial, es una candidatura a la desaparición. Quizá eso justifique que, en los últimos años, el centro de Santander haya perdido más de un 35% de cuota de mercado, la que tenían algunas tiendas que han cerrado y la de aquellas que siguen abiertas pero han visto como su venta se ha estancado o disminuye.

Un éxito de dos años

Ejemplos sobre la sombría evolución de las galerías urbanas sobran. A comienzo de la década de las noventa, el centro comercial Kuo, de Santander, de tres plantas, abría sus puertas con el aliciente de ser la primera galería con un ascensor panorámico en su interior. Lo que pretendía ser un impulso para el comercio de la capital pronto se convirtió en fracaso. Hoy, sólo la planta inferior mantiene una función comercial y con un nuevo nombre de idéntica fonética (Q.O.). Apenas dos años después de la apertura, y tras el hundimiento de la empresa promotora, el Ayuntamiento se hizo cargo de las dos plantas superiores para ubicar en ellas parte de sus oficinas administrativas.
Carmen García es propietaria de un negocio en QO desde hace casi un año. “Estoy en el centro de Santander pero para que la gente vea mi tienda tiene que entrar antes a la galería”, dice. Esta circunstancia, reconoce, afecta de manera directa a la buena marcha de su empresa: “Estoy segura de que si estuviera a pie de calle vendería más”.
Los comerciantes de la galería de la calle Miguel Artigas intentaron impulsar sus negocios abriendo los sábados por la tarde. “Fue inútil, no había nadie en Santander. La gente se va a las grandes superficies”, dice Carmen.
Si es así, se llevan en ese desplazamiento una gran parte de la tarta que podría haber correspondido al comercio urbano porque, según datos de la consultora Díaz & Santurtún, el 40% de las compras se realizan los sábados.
Algo más de fortuna asegura tener la dueña de otra de las tiendas del lugar, en gran parte, debido a que dispone de escaparate al exterior. “Aquí no lo notamos tanto como los que están adentro”, confirma María Alonso, una de sus empleadas.

Locales a bajo precio

A mediados del siglo pasado, Ramón Sotorío abrió las Galerías Comerciales de La Esperanza. Cincuenta años después, es su hija Amelia la que regenta el negocio. Amelia asegura que las galerías comerciales en el centro de Santander funcionan correctamente, “al menos, de la mía no me puedo quejar, sólo me queda un local vacío”, dice. Pero, la realidad es que la mayoría de los locales que alquila ya no se utilizan como comercios, sino como autoescuelas, peluquerías, almacenes o lugares de reunión para asociaciones. Y los locales de la planta superior apenas se cotizan a la mitad de precio que los de la planta baja.
Ana Gucitiaga lleva más de diecisiete años dentro de las galerías de La Esperanza y aunque reconoce que el estar dentro de un centro puede afectar a sus ventas, nunca se ha planteado cambiar de lugar.

“Sin luz, abandonado y lugar de botellón”

En la calle Burgos se crearon dos galerías comerciales. La primera, en el número 9, tiene más de seis décadas.
Manuela Ochoa apenas hace tres años que abrió allí su herbolario y, pese a que sus expectativas de negocio se han ido cumpliendo, no descarta trasladarse a otro lugar más visible. La escasa visibilidad es más sobrellevable para María Jesús Gil, que regenta un negocio de encuadernación que tiene ya más de medio siglo. “Es un negocio tan antiguo como sus clientes”, dice. Lo más difícil, reconoce, es atraer a nuevos compradores, ya que no estar a la vista de la gente trae problemas”. La galería la completan algunos comercios, un bar y oficinas de abogados.
Dos números más adelante está la Galería Comercial Crisor, de doble entrada, lo que en un principio podría resultar ventajoso por ser utilizada como atajo urbano entre calles. Pero las malas condiciones del lugar, sucio y lleno de pintadas, hacen que sea muy poco transitado y han afectado a la marcha de los negocios. Apenas quedan comercios en esta galería en donde abundan las corredurías de abogados y los locutorios. Hay también un supermercado y una tienda de ropa cuya propietaria, Mercedes Cordero, denuncia la situación del lugar, “sin luz, abandonado y convertido en zona de botellón durante los fines de semana”.
Mercedes afirma tener serias dificultades para que le aseguren su negocio debido a que, en varias ocasiones, ha sufrido robos. Pese a todo, lleva instalada allí casi treinta años: “Mucho trabajo, buena atención al cliente y grandes firmas de ropa han hecho que podamos seguir adelante”.
Cerca de Cuatro Caminos, está la Galería Comercial de San Fernando, también con doble entrada. Tiene más de cuarenta años de existencia y hay negocios que nacieron con él, como una corsetería cuyos dueños afirman no verse afectados por no estar a pie de calle. Rosa Rodríguez, una dependienta, sostiene que con “calidad y precio, no necesitamos tener un escaparate”. Los propietarios del negocio lo son también de una mercería en el mismo lugar y, aparte de otros tres comercios textiles, el centro se completa con dos carnicerías y una administración de lotería.
En el recuerdo quedan ya otras galerías, como la de la calle La Esperanza, transformada en un supermercado Lupa. Las que aún perviven, lo hacen con una rotación muy alta de comercios y los pocos que se mantienen contra viento y marea lo logran gracias a una clientela de muchos años que sabe donde encontrarlos.
Para la mayoría de ellos no hay estrategias posibles. Sólo una promotora comercial que manejase toda la galería a la vez podría llevar las dosis de variedad, ocio, calidad, comodidad y precio que, según la consultora Díaz y Santurtún son los ingredientes imprescindibles para volver a atraer a la clientela. Exactamente los mismos que han utilizado con éxito los centros comerciales del extrarradio.

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