GEOFACTORY, el final del sueño tecnológico
El cierre de las instalaciones de Geofactory en Cantabria ha sido un duro golpe para las expectativas de la región en nuevas tecnologías. Por su rápido crecimiento, la utilidad manifiesta de sus productos de cartografía digital y, su posicionamiento internacional, Geofactory parecía la referencia del éxito. Su propia venta fue el ejemplo local de la euforia económica que un día tuvieron los negocios de Internet. A finales del año 2000, cuando las grandes operaciones en este mercado ya parecían producto de otra época, los fundadores de Geofactory vendían la compañía a LaNetro por 3.600 millones de pesetas, abonados en su mayor parte en títulos de la adquirente. La compañía fundada seis meses antes se había convertido en la última estrella de un sector donde casi todas las anteriores se habían apagado dolorosamente.
Los fundadores siempre fueron partidarios de controlar la compañía y no dejarse seducir por las ofertas de compra, que fueron muchas, pero era difícil resistirse a la tentación económica y, aparentemente, en una empresa más grande, el desarrollo de su producto podía ser espectacular. Nadie podía dudar del éxito de unos mapas interactivos, que permiten localizar las farmacias, los restaurantes o los cines que hay en una calle, e incluso, conocer su programación diaria. Habían creado una herramienta básica para la sociedad del siglo XXI y que no dependía exclusivamente de Internet. Cualquiera podía obtener esa información desde un teléfono móvil que le permitía no sólo indicarle el punto exacto donde se encontraba, sino el camino al parking más cercano, los horarios de visita del museo que deseaban visitar, o recibir mensajes publicitarios con las ofertas de la tienda de la esquina.
Pérdida de autonomía
La integración en LaNetro disminuyó el grado de implicación de los fundadores de Geofactory. Los compromisos para mantener la independencia de la filial cántabra en sus desarrollos y en la búsqueda de clientela pronto se relativizaron. A pesar de que obtuvo un cargo ejecutivo en la compañía absorbente, Luis Marina abandonó el proyecto al año. José Luis del Val, se mantiene como accionista de LaNetro, pero dedicado a sus múltiples negocios; Antonio Ribalaygua, se desligó hace algunos meses y sólo uno de los cuatro fundadores, Roberto Rico, ha permanecido hasta ahora en la actividad diaria de Geofactory. La compañía, en este periodo ha pasado de alrededor de medio centenar de trabajadores a apenas quince, dedicados más a la introducción de datos cartográficos para mapas que al desarrollo de productos complementarios con el potente soporte tecnológico que habían desarrollado.
En esta progresiva pérdida de importancia, parecía inevitable que, antes o después, LaNetro decidiese cerrar el chalet de Cueto donde se asentaba la filial cántabra y trasladar su actividad a Madrid, junto con la matriz. El proceso ha sido traumático, porque los trabajadores cántabros se han resistido hasta el último momento, y todo parece indicar que una parte significativa de ellos optará por la rescisión del contrato, frente al traslado forzoso a Madrid.
¿El fin de las puntocom?
La salida de Geofactory es el penúltimo episodio de las puntocom. La refundación de Factoría Gris, prácticamente a partir de cero, el cierre de la filial de Profit, una empresa desarrolladora de software, y la pérdida de la empresa de geoposicionamiento indica que el sector cántabro de las nuevas tecnologías, que pareció superar la crisis del 2000 sin especiales dificultades, en realidad resultó muy tocado. Queda Mundivía, pero su papel en Cantabria cada vez está menos claro, dado que prácticamente toda su clientela se encuentra fuera de la región y su principal accionista, Endesa, hace dos años que se desvinculó de Cantabria con la venta de Viesgo a Enel. Endesa, por otra parte, hace tiempo que perdió interés por el sector de las nuevas tecnologías y si se mantiene también en Auna es, probablemente, a la espera de una buena oferta de compra.