Diamantes bajo sospecha

La fascinación por los diamantes es casi tan vieja como el hombre. El atractivo de esta gema ha ejercido su influjo en todas las culturas, representando para el imaginario colectivo el máximo símbolo del lujo y el glamour.
Como en todas las piedras preciosas, gran parte del atractivo del diamante –y de su valor de mercado– radica no sólo en su mayor o menor perfección, sino en su escasez. Eso significa que si hubiese muchos, el precio podría descender sensiblemente, y se corre el riesgo de que algo de eso pueda ocurrir con la creación de diamantes sintéticos, elaborados en un principio para usos industriales, pero cuya técnica ha avanzado hasta el punto de ser capaz de producir piedras artificiales de varios quilates destinadas a la joyería que sólo pueden ser reconocidas como no auténticas con sistemas muy sofisticados.
Cuestión distinta es la manipulación o tratamiento de diamantes naturales para mejorar sus características, algo que hasta ahora ha sido aceptado en el sector joyero pero que también empieza a crear serias incertidumbres al haber alcanzado un nivel técnico que permite convertir un diamante vulgar en uno de primera calidad. Esta mejora, común en muchas gemas, ha comenzado a plantear un intenso debate dentro de la industria joyera tras la aplicación de técnicas como la descubierta por General Electric, capaz de convertir diamantes naturales de color parduzco y escaso valor, en piedras de transparencia perfecta que alcanzan la máxima cotización dentro del mercado del diamante.

Alta presión y elevada temperatura

El método seguido por General Electric en sus laboratorios no es otro que el aplicado por la naturaleza a través de un proceso geotérmico en el que las elevadas temperaturas se combinan con altísimas presiones hasta convertir un mineral de carbono en una gema natural. El diamante perfecto, formado únicamente de carbono, es totalmente incoloro y tradicionalmente la calidad de un diamante se asocia con esta cualidad. Sin embargo, las estructuras de esta gema suelen contener también una pequeña cantidad de nitrógeno (hasta 0,2%) y algunos otros elementos, como el boro. Estos otros componentes sustituyen átomos de carbono, y son la causa de que muchos diamantes no sean transparentes. Aunque los diamantes de color o fancy se valoran cada vez más, las piedras incoloras continúan gozando de mayor aprecio, lo que ha impulsado la aparición de técnicas para aumentar artificialmente la transparencia de las gemas naturales.
En el tratamiento aplicado por GE, diamantes naturales de escaso valor son sometidos a temperaturas próximas a los 2.000 grados y a presiones cercanas a las 70.000 atmósferas, con lo que se convierten en gemas prácticamente incoloras. Estos tratamientos conocidos como HPHT constituyen una seria preocupación para el sector de los diamantes, que carece todavía de métodos absolutamente fiables para distinguir las piedras que han sido tratadas de aquellas otras cuya pureza justifica el elevado precio que alcanzan en el mercado joyero.
Conscientes del alcance de su descubrimiento y del efecto perturbador que podían provocar en el mercado de las gemas, General Electric suministró más de mil brillantes sometidos a este tratamiento a laboratorios gemológicos de todo el mundo para facilitar la búsqueda de un método que asegurase su detección. Por el momento, la única diferencia es que los diamantes tratados por GE llevan un grabado en el filetín que advierte de esta circunstancia; sin embargo esa señal es fácilmente eliminable mediante un repulido, lo que introduce serias dudas sobre su correcta comercialización, dado que no es difícil que un intermediario caiga en la tentación de borrar la marca.
El desafío que plantea esta nueva técnica indujo al Instituto Gemológico Español a organizar en el 2001 un congreso internacional para debatir este problema al que asistieron 80 científicos. A pesar de todos los esfuerzos que se han realizado hasta hoy no se ha encontrado todavía ningún método de detección absolutamente fiable, tal y como reconocía la presidenta del Instituto Gemológico de España, Cristina Sapalski, en una ponencia presentada en la Convención de Joyeros celebrada el pasado verano en Santander: “Diferentes expertos han llegado a la conclusión de que ningún laboratorio convencional puede llegar a saber si un diamante ha sido tratado o procesado, algo que es imposible conocer hoy día. Esto es un problema grave que no tiene solución”.
Un sistema de luminiscencia (Raman), que se aplica en condiciones de criogenización (-196 grados C) se aventura como una posible técnica capaz de desvelar con cierta exactitud la verdadera naturaleza de un diamante y si esa gema ha sido o no tratada de modo artificial. Pero hasta que no se certifique su validez absoluta, la incertidumbre seguirá sin despejarse.

Un regalo de la Naturaleza

Como el petróleo y el sol, los diamantes son un regalo de la Naturaleza. Pero un regalo extraordinariamente escaso. En los últimos 2.000 años se han extraído únicamente de 250 a 350 toneladas y se calcula que los yacimientos se agotarán en medio siglo.
La composición química de los diamantes fue un misterio para los científicos hasta épocas recientes. Los griegos creían que estas brillantes gemas de fuego eran fragmentos de estrellas que habían caído a la Tierra por causa de alguna querella divina y llegaron a denominarlas «lágrimas de los dioses». Pero cuando ya en el siglo XX se desveló el enigma, los investigadores se encontraron con la paradoja de que el más importante símbolo de riqueza en el mundo estaba estrechamente emparentado con otro mineral de gran producción, aspecto poco noble y necesariamente útil: el carbón.
El diamante proviene de la cristalización del carbono en depósitos de magma volcánico situados a cientos de metros de profundidad. Se calcula que el proceso comenzó hace millones de años y que el calor y la presión, transformaron los carbones en diamantes. Pero su origen exacto todavía no ha sido suficientemente precisado por los geólogos, a pesar de ser la gema de composición más modesta, un carbón tan común como el grafito de los lapiceros pero con un punto de fusión dos veces y media más alto que el del acero. El diamante funde a los 3.816o y es el mineral más duro que se conoce. Sin embargo, su dureza no le preservó de perecer en su mayoría en ese cruento proceso de magma y fuego que lo elevó desde el centro de la tierra hasta la superficie. Los que quedan, son por lo tanto, auténticos elegidos.
De los diamantes que se extraen sólo el 50% se consideran gemas (piedras preciosas) y de ellos, muchos no alcanzan la suficiente magnitud o pureza para ser tallados. El resultado final suele ser un diamante del tamaño de la cabeza de una cerilla. Incluso con la tecnología actual es preciso extraer unas 250 Tm. de mineral de la chimenea de kimberlita formada por el afloramiento volcánico para obtener un diamante de un quinto de gramo, lo que supone una proporción de uno por un billón.

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