EL DIARIO MONTAÑES: Cien años de letra impresa

Los comienzos del siglo XX se vivieron en Santander envueltos en una atmósfera anticlerical, propiciada por las opiniones radicales que aparecían impresas en los semanarios republicanos e izquierdistas. Tras prohibir reiteradamente a sus fieles la lectura de aquellos medios, la Iglesia se planteó la posibilidad de crear un periódico desde el cual defenderse de las campañas anticlericales. Así fue como en 1900 nació La Propaganda Católica, que dos años después empezó a editar El Diario Montañés.
El primer ejemplar del nuevo diario, con sede en los bajos del Palacio de Macho, salió a la calle el 1 de agosto de 2002. La dirección se encomendó a Angel Quintana Lafita, un aragonés llegado de Madrid y como integrantes de la redacción o colaboradores figuraban Enrique Menéndez, José María Quintanilla, Evaristo R. de Bedia, Justo Eguía, Eduardo de Huidobro, José Montero, Ramón de Solano, Cástor Venancio Pacheco y Amador Elizondo.
En la portada del primer número, entremezclada con noticias de España y del extranjero, con los números premiados en la Lotería Nacional, con poemas y hasta un cuento, asomaba discretamente la declaración de intenciones del diario. La primera y fundamental; que los trabajos que en adelante aparecieran en él impresos estarían “en toda ocasión y en todo momento informados firmemente en el más puro sentido católico” y serían fieles a su compromiso con “nuestra desdichada España” en general y con “los intereses morales y materiales de nuestra querida región montañesa”, en particular.
En esa primera época, el rotativo contaba con los versos de José del Río Sáinz y con la colaboración de Pedro de la Vega Cagigas, más conocido entre los lectores como Canta Claro.

Difíciles años 20

En la segunda década del siglo XX, El Diario Montañés tiraba 4.000 ejemplares diarios. Para llenar las cuatro páginas que ofrecía cada día a sus lectores contaba con una plantilla de seis redactores y tres colaboradores a sueldo. Para las labores de imprenta disponía de nueve operarios.
Defensor de un clericalismo muy mogigato y trasnochado ya para entonces, El Diario tenía que competir con fuertes rivales del campo liberal. El más importante de ellos era El Cantábrico, fundado en 1895, que tiraba diariamente 6.000 ejemplares de entre cuatro y ocho páginas y contaba con la primera rotativa existente en Cantabria.
La Atalaya y El Pueblo Cántabro, ambos con 4.000 ejemplares diarios, completaban el panorama de la prensa cotidiana santanderina.

La segunda etapa

El primer punto y aparte en la historia de El Diario Montañés estuvo marcado por la marcha de Angel Quintana, jubilado en 1925. Le sustituyó Joaquín Arrarás, un joven periodista formado en la escuela de El Debate, que iba a insuflar al periódico un espíritu acorde con los nuevos tiempos. Para ello empezó por renovar la redacción, tanto desde el punto de vista técnico como humano. Consiguió, a pesar de las dificultades económicas que atravesaba el rotativo, un nuevo edificio propio en la calle del Arcillero. Los cambios alcanzaron también al propio formato del periódico.
Pero a pesar de todos los esfuerzos, la etapa de Arrarás al timón de esta empresa periodística no iba a estar exenta de sobresaltos.
Soplaban aires de cambio. Los partidos de talante progresista se unían frente a un monarquía cada vez más desgastada por su alianza con la Dictadura de Primo de Rivera. En diciembre de 1930 comenzó una sublevación militar en Jaca que agravó las tensiones en todo el país y pocos días después el director de El Diario dejaba el periódico.

Un Diario monárquico en La República

Con la marcha de Arrarás, que regresaba a El Debate, el Diario pasaba una página más de su historia. Al tiempo que el periódico, España abría una nueva etapa, la de la II República. Malos tiempos para el siguiente director del rotativo, Melchor Ferrer, defensor a ultranza de la monarquía. “Una monarquía aspirante, un cambio de régimen y la correspondiente entronización en el Gobierno de las fuerzas del sectarismo, eran una situación difícil para un periódico como El Diario Montañés, que preferiría desaparecer antes que claudicar en lo más mínimo”. Así describía el propio Ferrer la situación reinante en aquel momento, tal y como recoge José Simón Cabarga en su Historia de la prensa santanderina. Durante todo aquel año el periódico tuvo que hacer frente a multitud de amenazas. Durante algún tiempo, los redactores tuvieron que acostumbrarse a la presencia de armas de fuego sobre sus mesas de trabajo. Algo de lo que tampoco se libraban los periodistas de los diarios liberales.
Ferrer dejó el periódico el 31 de diciembre de ese mismo año, y cedió la batuta a Adolfo Arce, de forma provisional. Cuando llegó Manuel González Hoyos, en agosto de 1932, el clima no podía ser peor para la postura que defendía el diario. Ese mismo mes, tras la fracasada sublevación militar encabezada por el general Sanjurjo, una parte de la población se dirigió a la redacción del diario católico, al que acusaban de ser cómplice de la intentona golpista. A las amenazas de asaltos se sumaron multas gubernativas e incluso la suspensión temporal del periódico.
Las tensiones fueron en aumento. En el verano del 34 José Antonio Primo de Rivera asistió al nacimiento de Falange Española en Santander. Poco después estallaban los acontecimientos de Octubre del 34. Con el triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936 la situación se hizo insostenible. La crónica de los siguientes meses la llenaban los atentados perpetrados por ambos bandos. Uno de ellos acabó con la vida del director del periódico socialista La Región, asesinado a tiros en Santander a manos de un falangista que poco después fue ajusticiado en plena calle.

Incautado

Dos días después del alzamiento del 18 de julio, el Diario Montañés fue incautado por el Frente Popular. Durante once meses, prácticamente el tiempo que Cantabria permaneció fiel a la República, el periódico salió a la calle bajo el control de los propios tipógrafos. Y así se mantuvo hasta el 26 de junio de 1937, fecha en que fue suspendida su publicación, al igual que la del resto de periódicos de la provincia, por orden del Frente Popular. El único rotativo que se imprimió en Santander en las siguientes semanas fue República.
Con la entrada de las tropas nacionalistas a finales de agosto, El Diario Montañés volvió a manos de sus antiguos propietarios. El cambio de situación propició importantes transformaciones en el mundo de la información impresa regional. Incautados los periódicos de centro y de izquierda por el régimen franquista, desapareció La Región; El Cantábrico se convirtió en Alerta, cuyo primer ejemplar salió a la calle el 2 de septiembre del 37 y El Diario Montañés absorbió a La Voz de Cantabria. Después de suceder esto, en 1938, se fundó la empresa periodística Editorial Cantabria, aunque La Propaganda Católica, madre de la criatura, conservó la mayoría de las acciones de la nueva entidad.

Se quema la sede

El 15 de febrero de 1941 Santander ardía en llamas. Durante 43 horas seguidas el fuego asoló la ciudad y destruyó el edificio en que se imprimía el rotativo. Un año después, El Diario regresó a las calles santanderinas, con una nueva sede en la calle Moctezuma.
Manuel González Hoyos fue la persona que llevó las riendas del periódico durante más tiempo. Tras su marcha en 1967, le sucedieron en el cargo hasta la llegada de la democracia José Antonio Gurriarán, Florencio de la Lama, José Aurelio Valdeón, Miguel Ángel Santamaría y Ramón San Juan. Durante esos años, el periódico fue experimentando pequeñas transformaciones e incorporando algunos avances al proceso de impresión, pero siempre de forma muy modesta, frente a la hegemonía cada vez más poderosa de Alerta. En 1970 el formato sábana fue reemplazado por el tabloide, que ha mantenido hasta hoy.
Al último de aquellos directores correspondió hacer frente a una de las situaciones más difíciles vividas por el rotativo. En los años setenta, la crisis económica que siempre había acompañado al periódico, se agudizó hasta el punto de colocarlo al borde del cierre. De hecho, durante dos días no salió a la calle como consecuencia de la huelga emprendida por sus trabajadores.
Mientras el periódico trataba de capear este temporal, en España se sucedían los acontecimientos de forma vertiginosa.

El final del túnel

En plena transición, Manuel Angel Castañeda asumió las riendas de El Diario Montañés de forma provisional. La situación era extremadamente difícil, con unas ventas de apenas 6.000 ejemplares diarios, frente a los 30.000 de Alerta, un empresario –el Obispado de Santander– sin ningún interés por mantener el periódico y una obsolescencia tecnológica absoluta. En 1980 un grupo de políticos de UCD, entonces en el Gobierno, entre ellos varios empresarios, compraron el periódico al Obispado por una cantidad casi simbólica, aunque sin mucha convicción. En cabeza de aquel grupo de accionistas se encontraba Mariano Linares, actualmente editor del periódico y presidente de Editorial Cantabria. Todos eran conscientes de que El Diario requería una fuerte inversión –aún imprimía en tipografía– y, para conseguirla, cuatro años después abrieron la puerta al Grupo Correo, integrado entonces por El Correo Español de Vizcaya y El Diario Vasco de Guipúzcoa, que ratificó a Manuel Angel Castañeda como director, a la vista de su éxito al reorientar la línea editorial hacia una posición más ecléctica que, por primera vez en casi 80 años permitía ampliar el abanico de compradores hacia el centro. Actualmente, el 73% de la sociedad Editorial Cantabria está en manos del Grupo Correo de Comunicación, que ha ido comprando en estos años las participaciones de la mayoría de los accionistas cántabros o se ha valido de una política de reducción del capital amortizando acciones de socios que se adquirían con los recursos del propio periódico. Las más recientes se han abonado a un precio de alrededor de dos millones de pesetas por acción de 100.000 pesetas, lo que supone valorar el periódico en unos 8.000 millones de pesetas. De esta forma, sólo el 26,7% de las acciones continúa en manos de quienes en 1980 compraron el rotativo al Obispado.

Hablan los números

Hoy, El Diario Montañés vende una media de 41.000 ejemplares diarios, lo que le sitúa como líder indiscutible de la prensa regional y el decimonoveno periódico del país, si se exceptúan los deportivos. Según el Estudio General de Medios, los ejemplares llegan a 197.000 lectores, lo que representa más del 40% de la población mayor de 15 años.
Del importe neto de la cifra de negocios, que en el ejercicio del año 2000 ascendía a 3.505 millones de pesetas, el 55% correspondieron a la facturación publicitaria, que en ese año se incrementó en un 8%. El otro 45% lo obtiene de la venta de ejemplares, exactamente 1.572 millones de pesetas.
Hay otro apartado de ingresos que ha ganado peso en los últimos años, la realización de promociones comerciales, destinadas a apoyar la venta del periódico, que en el 2000 le reportaron la nada despreciable suma de 276 millones de pesetas.

Tiempos modernos

Los excelentes resultados que cosecha El Diario Montañés desde hace más de una década le han permitido ir modernizando su tecnología, con un sorprendente rendimiento de su rotativa. La máquina, que sirvió antes en El Diario Vasco, ha conocido una segunda juventud en El Diario Montañés gracias a una política de renovación anual de componentes y de ampliación de sus prestaciones que ha deslumbrado, incluso, a quienes fueron sus antiguos propietarios y hoy difícilmente podría afirmar nadie que se trate de una rotativa gemela por tecnología y fecha de fabricación a la renqueante máquina que imprime la edición norteña de El Mundo desde Bilbao.
Sólo en el ejercicio del 2000, El Diario invirtió 214 millones de pesetas en la ampliación de la rotativa y la mejora del cierre y en la adquisición de un sistema de preimpresión que permite fijar la imagen enviada desde los ordenadores de la redacción directamente sobre las planchas que se colocan sobre los rodillos de la rotativa, sin ningún proceso fotomecánico intermedio.
En 1999, El Diario entró de lleno en la era digital al estrenar una versión electrónica del periódico, a la que se accede a través de Internet y que, junto a los contenidos informativos locales, facilita otros que recibe del Grupo Correo, que cada vez aprovecha mejor las sinergias entre los periódicos de su cadena. El grupo vasco, que se ha convertido en una de las grandes cadenas nacionales tras la adquisición de ABC, ha ido unificando la imagen externa de todos los periódicos que posee, y aporta, además de un archivo fotográfico central digitalizado, las informaciones de la agencia Colpisa, los suplementos y magazines de fin de semana, y una comercializadora de espacios publicitarios que canaliza las inserciones de publicidad nacional, cada vez más importantes dentro del cómputo global de ingresos.

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