cuotas lecheras, del odio al amor

Si cualquiera que pintase una raya en su coche adquiriese la condición de taxista, la licencia de taxi no valdría nada. Pero nadie imagina que los taxistas se quedasen callados. Algo parecido puede ocurrir con los ganaderos. Las cuotas, antes odiadas, se han convertido en un patrimonio muy valioso. Para un productor de leche que por edad o por desánimo desea abandonar el sector, los ocho millones de pesetas que, como media, puede obtener por la venta de su cuota son más remuneradores que el valor de su finca y aperos y, con otra ventaja añadida, que los derechos de producción son mucho más fáciles de convertir en dinero inmediatamente.
En la medida que sube el precio de la leche, sube la cotización de estos derechos. Quienes quieren producir más saben que sólo pueden conseguirlo si compran cuota a otro ganadero y eso ha provocado que las cuotas se coticen por encima de las indemnizaciones fijadas por el Ministerio de Agricultura para los planes de abandono del sector.
La tendencia puede interrumpirse bruscamente si se atienden las recomendaciones del Tribunal de Cuentas de la UE de suprimir este sistema que teóricamente debe durar, al menos, hasta el 2008. Otra amenaza velada proviene del polémico comisario europeo Fischler, bien conocido por sus intervenciones anteriores en el olivo y en la pesca, que desea someter al sector a un reajuste el próximo verano. Del resultado de esa nueva OCM lechera dependerá el futuro valor de las cuotas e, incluso, la posibilidad de que se supriman antes de la fecha prevista.

Una trampa sutil

Lo que ha ocurrido con las cuotas, en realidad, responde milimétricamente a la teoría económica más básica: al disminuir la leche producida en todo el continente europeo, aumenta el precio. Como el mercado, al menos en España, es claramente deficitario, está garantizada la venta de toda la producción y, por tanto, la cuota ha adquirido mucho valor.
Los ganaderos españoles siempre han pedido que se amplíe su cupo, ya que España sólo está autorizada a producir el 80% de sus necesidades de consumo de lácteos, mientras que, por ejemplo, Holanda puede producir el doble de lo que necesita su mercado, pero ya saben que esa demanda puede convertirse en una trampa sutil. Si las autoridades comunitarias optan no sólo por mantener el mismo sistema, sino por repartir generosamente nuevas cuotas, en lugar de hacerles un favor, les causarían un importante quebranto. El precio de mercado de las cuotas descendería abruptamente, al igual que el de la leche, de forma que perderían patrimonio y deberían trabajar más para obtener el mismo resultado.
Ante esta perspectiva, las exigencias de nueva cuota se matizan cada vez más, dirigiendo las demandas a los mercados claramente deficitarios que, como España, pueden admitir un aumento de la producción sin afectar excesivamente los precios.
Nuestro país no tiene tomada aún una decisión oficial al respecto a la continuidad de las cuotas, según manifestó el subdirector general de Ganadería del Ministerio de Agricultura, Valentín Almansa, en unas jornadas convocadas por el SDGM para analizar este problema. Lo que tiene decidido el Ministerio es solicitar una reforma de la OCM lechera que aporte más subvenciones a los ganaderos nacionales, dado que ahora apenas puede aprovechar los cuantiosos recursos comunitarios que aún se destinan al sector lácteo. Nuestros productores apenas reciben 53 millones de ecus de los 3.000 que percibe el sector lechero en el ámbito comunitario, un porcentaje a todas luces desproporcionadamente bajo. El problema no es nuevo, pero se consolidó en 1999 cuando nuestros negociadores, presionados por el sector para conseguir aumentar la cuota nacional, renunciaron a otros aspectos probablemente tan importes pero de menor venta política.

Gancedo pide más flexibilidad

El consejero cántabro de Ganadería, José Alvarez Gancedo, también apuesta a corto plazo por una reforma de la OCM que resulte más rentable en términos de subvenciones para el sector. Gancedo ya tiene elaborada una plataforma en la que pide más cuota para España pero también mecanismos de flexibilidad, como la posibilidad de que un ganadero compense sus excesos de un año con una menor producción en el siguiente, “porque una vaca no es un grifo que se puede cerrar en un momento determinado, hay que ordeñarla toda la lactación”.
Gancedo pedirá unas franquicias del 10% para quienes superen la cuota, un sistema de ayudas más justo en materias como la calidad y la desaparición de lo que se conoce como la vaca virtual, de 5.200 kilos de leche, el estándar empleado como base de cálculo, que sólo se ajusta a los parámetros de los países del norte, que de esta forma han diseñado un régimen de ayudas a su medida.

El centro del debate electoral

Los sindicatos han convertido la cuota en el centro de la campaña electoral. El más desinhibido al defenderla, como es lógico, es el SDGM dado que en su día fue el único que apoyó su implantación, lo que entonces le supuso un importante costo de imagen y que ahora pretende rentabilizar los buenos resultados que han tenido para el sector.
SDGM pretende que el sistema se prolongue más allá del 2008 para que los ganaderos tengan tiempo suficiente para amortizar las inversiones que han realizado en la compra de cuotas y en las instalaciones y animales para atender los cupos adquiridos. El sindicato también se opone a las ya previstas bajadas del precio de intervención ya que, a la postre, condicionan el precio de mercado de la leche tanto como las cuotas, y la pérdida que producen no se llega a recuperar por el sistema de primas que Bruselas concede a cambio.

Devaluación

Incluso en la hipótesis más probable de que las cuotas se mantengan hasta el 2008, su valor de mercado se reducirá muy rápidamente a medida que se acerque esa fecha, al acortarse el periodo de explotación de sus derechos. Esa circunstancia produciría una rápida devaluación de un patrimonio que, al precio actual de mercado supone casi medio billón de pesetas para los ganaderos españoles y entre 35.000 y 40.000 millones para los cántabros. Hay que tener en cuenta que las cuotas tampoco resultarán operativas en los dos últimos años de vigencia, dado que entonces resultará casi imposible hacer pagar la supertasa a quien desborde su cupo (las multas se aplican sobre las campañas posteriores) y, en estas condiciones, sin casi validez práctica, las cuotas perderán su valor de mercado.
El resultado de todo ello es que desmontar el régimen de cuotas resulta ahora más complicado aún de lo que resultó establecerlo, porque los derechos económicos que han generado son demasiado voluminosos y ninguna administración va a asumir un sistema de compensación para resarcir a los ganaderos del quebranto patrimonial que supondrá su desaparición. En estas condiciones, los peor pensados suponen que la Unión Europea buscará la muerte por inundación. Simplemente, abrirá el grifo de las cuotas más cada vez, para que su cotización se reduzca progresivamente hasta que dejen de tener valor. En ese momento, ya no tendrá sentido reclamar por la pérdida de algo que no vale nada.

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