Un restaurante con porte nobiliario

El arte es el recto ordenamiento de la razón, señalaba Tomas de Aquino. En el siglo XIX, Eugène Viollet-le-Duc defendía esta idea en su tratado ‘El diccionario razonado de la arquitectura francesa’, en el que abogaba, no solo por la rehabilitación de los edificios, sino por darles un nuevo uso y “restablecerlos en un grado de integridad que pudieron no haber tenido jamás”. La teoría de este arquitecto, arqueólogo y escritor francés parece estar aún vigente, si atendemos a la modélica restauración del Palacio Mijares. Situado en un entorno privilegiado, a tres kilómetros de Torrelavega, entre Puente San Miguel y Queveda, y construido en el siglo XVI por el linaje de los Peredo, es ahora un restaurante que, según su director, Javier González Pinillos, reúne lo mejor de la cocina tradicional con las nuevas propuestas creativas del cocinero Luis Miguel Sánchez Solanas y su equipo.

Un restaurante en un Bien de Interés Cultural

El edificio, que fue declarado Bien de Interés Cultural atendiendo a su singularidad histórico-artística, ha sido objeto de una profunda restauración que ha durado cuatro años pero ha conservado su carácter. La intención era conservar, en la medida de lo posible, la piedra y la madera originales, y que sus estancias se adaptaran a los nuevos usos sin alterar las formas ni la estructura del edificio. Una muestra significativa del savoir-faire es la planta baja de la torre, que ha pasado a convertirse en bodega y en zona de catas para vino, aceite o queso, además de alojar una tienda gourmet. La zona noble del conjunto es ahora el Salón de la Chimenea, un lugar pensado para pequeños eventos y celebraciones al calor del brasero.
La zona de la solana que se encuentra junto a la Torre, aunque su construcción es posterior, se ha convertido en el comedor de bodas, comuniones y otras celebraciones, con capacidad para 300 invitados.
En la planta baja, la cocina y el comedor de carta ocupan las antiguas caballerizas, un espacio que hubo de ser reconstruido por completo porque el suelo estaba hundido. Por último, el ático ha sido concebido como un espacio multiuso para reuniones de trabajo, conferencias o exposiciones.

Un sueño de una noche de verano

El Palacio Mijares, cuyo nombre podría estar relacionado con los miliarios o los mojones utilizados por los romanos para señalizar las calzadas, es propiedad del Doctor Pulgar, un conocido otorrino de Torrelavega, que hace unos cuatro años llegó a un acuerdo con un grupo de amigos que quería explotar el edificio, entre los que se encontraba el actor Antonio Resines. El médico se comprometía a sufragar parte de las obras y ellos afrontarían el resto, con el derecho a gestionar el restaurante durante cincuenta años a cambio de un alquiler.
En realidad, el proyecto había surgido muchos años antes, cuando Resines era joven y veraneaba con unos amigos en Suances. Entonces hablaron por primera vez sobre la posibilidad de reconstruir una casona y convertirla en un bar de copas donde celebrar sus encuentros. Lo que en principio parecía un capricho veraniego, se empezó a hacer realidad cuando, a finales de los años 90, recuperaron la idea y dieron con el Palacio de Mijares. Aquel era lugar, pero no era el momento, ya que tuvieron que esperar hasta la aprobación del Plan General de Ordenación Urbana, en 2007. “La gente nos preguntaba si sabíamos dónde nos metíamos al acometer un proyecto de tal magnitud”, asegura Resines. “Pero no ha sido fácil y por el camino nos hemos encontrado con muchas dificultades”, lamenta el actor. Por un lado, la incidencia de la crisis económica y, por otro, la multitud de trámites burocráticos. “La Administración, tanto la local, como la regional, como la estatal, está preparada para que tengas todo tipo de problemas si lo que quieres es poner en marcha proyectos que no son especulativos. Deberían apoyar más a los emprendedores”, recomienda el torrelaveguense que, pese a todo, se encuentra muy contento con el resultado final.

El linaje de los Peredo

El Palacio de Mijares, también conocido como Palacio de Peredo, fue construido a mediados del siglo XVI y está muy próximo a la iglesia parroquial de San Andrés y Santa Ana. Es una casona de planta rectangular con tres pisos y hastial rematado por pináculos. La fachada está orientada al este y tiene una puerta rectangular adintelada. Se trata de uno de los edificios más elegantes y singulares de Santillana del Mar pero probablemente hubiese acabado en la ruina de no haberse producido esta restauración y su aprovechamiento como restaurante.
El conjunto nació a partir de una torre de sillería que sigue dándole la solidez de una fortaleza. En una de las fachadas, sobre un balcón de hierro con base de piedra, se muestra un escudo de la familia Peredo, oriunda de Queveda, que edificó el palacio. No fue el único. De su voluntad salieron, al menos, otro en Viveda y el conocido palacio Peredo-Barreda, de Santillana, adquirido hace dos décadas por Caja Cantabria y convertido en centro de exposiciones.

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