Ciudades que hablan

¿Recibiré una alerta en mi smartphone cuando la concentración del polen de las gramíneas, al que soy alérgica, supere determinados niveles en cualquier área de la ciudad? ¿Me mostrará los servicios médicos más cercanos? ¿Sabrá mi lavadora, conectada a una red que combine el suministro eléctrico con el tráfico de datos, encenderse cuando el consumo de energía sea más barato? ¿Localizaré a través del teléfono móvil las plazas de aparcamiento libres alrededor de esa calle por donde estoy dando vueltas con el coche, a punto de enloquecer? ¿Los mayores y enfermos crónicos que vivan solos estarán transmitiendo información sobre su estado de salud al centro de salud más cercano?
Parece que finalmente habrá que dar la razón a Nicolas Negroponte, quien predijo que hasta las Barbies estarían conectadas a Internet. Con las neumáticas muñecas o no, estas son algunas de las aplicaciones que aguardan a los habitantes de una smart city (ciudad inteligente, en inglés).
Santander será una de ellas. Ya están desplegados unos 3.000 de los 20.000 sensores que se comunicarán entre sí y permitirán un uso inteligente de la información para dar un servicio de valor al ciudadano, aunque el responsable de una empresa cántabra de nuevas tecnologías ha abogado ya por “soluciones de pago por uso”. Es decir, servicios sí; a qué precio, está por ver.
Las smart cities son la representación más ambiciosa del Internet de las cosas (IoT) o la utilización de dispositivos con capacidad para transmitir información útil para los usuarios. No se trata sólo de teléfonos móviles, ordenadores y tabletas conectadas a Internet, sino también de multitud de aparatos que registran información y la comunican a otros aparatos, es decir, que hablan entre sí. Y, con toda esa información centralizada, es posible tomar mejores decisiones, más efectivas y rápidas, orientadas a una mejor gestión de los servicios urbanos y a satisfacer las necesidades de los ciudadanos.
Santander participa en un proyecto piloto financiado por la Unión Europea que incluye la experimentación en el Internet del futuro. Una iniciativa en la que se han involucrado otros quince socios, tanto administraciones públicas como empresas privadas, lideradas por la Universidad de Cantabria y Telefónica, con un presupuesto de 8,8 millones de euros. Tanto las empresas como el mundo académico harán experimentos sobre la infraestructura desplegada para evaluar de forma práctica servicios basados en ella.
Pruebas como la llevada a cabo en San Francisco, SFpark, cuyos ciudadanos pueden, a través de una aplicación para iPhone, consultar los parkings libres y su precio. Un ejemplo de un servicio que, además de mejorar la circulación en la ciudad, puede fomentar nuevos modelos de negocio. Porque lo realmente valioso es la información en tiempo real sobre todo lo que está pasando en la ciudad y el cruce de datos entre diferentes ámbitos.
El despliegue de los sensores y las comunicaciones móviles resulta esencial para recoger datos sobre la actividad urbana pero de por sí no es suficiente para obtener un rendimiento de una ciudad inteligente. El retorno real de la inversión se obtiene en una fase posterior, cuando los datos se transforman en una información valiosa, cuando se comparte esa información y, combinándola con datos de terceros, se generan nuevos servicios o se mejoran los existentes.
Si las infraestructuras se plantean desde el inicio de una manera suficientemente flexible, podrán ser utilizadas en el futuro para proporcionar otros servicios avanzados que ni se imaginaban en el momento de su despliegue.
Como la app para Android disponible en Boston (Street Bump), que utiliza los datos GPS del móvil de los conductores para detectar los baches que hay en sus calles y avisar al instante a los responsables de la ciudad para su rápido arreglo. O la rueda inteligente creada por el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT).
Obviamente, si las empresas están interesadas en el concepto es porque se traduce en negocio. Cómo serán estos modelos de negocio, qué valor ofrecerán al ciudadano y qué precio tendrán es uno de los principales retos que se plantean las smart cities.
El mismo informe que sitúa a Santander como la tercera ciudad “más inteligente” de España alerta de cuáles serán las posibles barreras a su éxito: Que los consumidores no vean la necesidad de pagar por los servicios, que no todas las tecnologías relacionadas están en plena madurez, los altos costes de arranque o que el retorno de los beneficios sólo se pueda observar a largo plazo.
En este nuevo modelo de ciudad es necesario desarrollar sistemas inteligentes que suministren información para la actividad diaria de los ciudadanos. Sin embargo, para que la información generada sea útil, la ciudad inteligente se ha de sustentar en una completa red de comunicaciones que esté accesible a cuantos se mueven en ella, administración, empresas y ciudadanos.
Más que de smart cities algunos prefieren hablar de smart citizens. Son los ciudadanos los que tienen que ser inteligentes porque son los que van a hacer uso de esos servicios. Como advierte Juan Freire, director de Innovación de Barrabes.biz, las ciudades inteligentes necesitan una combinación de hardware tecnológico y software humano, de infraestructura y de cultura.

Violeta González Bermúdez
@vioglez
violetez@ole.com

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