RICARDO CORTINES, ‘LOS OSOS YA NO COMEN SALMON’

Aunque sea una delicatessen para su paladar, hay osos que dejan de comer salmón porque quieren arriesgarse a probar nuevos sabores. También Ricardo Cortines, un joven cántabro que ha recurrido a su propia experiencia para dar un giro a su vida y convertirse en escritor. Su objetivo: demostrarle a los lectores que en el mundo de los negocios casi nada es como nos lo venden.

P.– Es un libro que no puede desligarse de su experiencia personal y del momento de crisis que vivimos. ¿Lo escribió a modo de terapia?
Ricardo Cortines.– Es verdad que tiene mucho de terapéutico pero ha acabado siendo algo más. Surgió porque siempre estoy escribiendo y archivando cosas. Así que el verano pasado, durante unos días de vacaciones en Palma –vacaciones que no había tenido en mucho tiempo– me llevé el ordenador con la intención de escribir algo por las mañanitas, aprovechando que odio el sol. Las ideas comenzaron a brotar sobre la marcha y vi que iban tomando forma y que me gustaba el resultado. Hasta yo mismo me sorprendí. Fue como conectar la mente al ordenador y volcar la información. Así de fácil.
P.– ¿Y no pensó que ya sobran manuales para enseñarnos a hacer negocios?
R.C.– Ni lo pensé, porque no leo ese tipo de libros. Solo sé que, cuando lo escribía, notaba que estaba haciendo algo que me convencía, a pesar de que soy bastante perfeccionista. La diferencia con otras obras consideradas de autoayuda, que han enganchado a la gente tocando el mundo de los negocios, como ¿Quién se ha llevado mi queso? o Freeconomics, es que no da mil vueltas a una idea, sino que aporta cien, una por capítulo, en forma de pequeñas pildoritas, porque necesito ir al grano, no me va la paja. Dicen que uno escribe lo que le gustaría leer y yo prefiero que me transmitan mensajes claros con lenguaje sencillo.

P.– Su debut como escritor no ha podido ser mejor y la obra ha tenido muy buena acogida en la pasada Feria del Libro ¿No es paradójico alcanzar el éxito con una obra sobre el fracaso?
R.C.– La gente agradece que me haya atrevido a decir lo que todos pensamos y que haya sido valiente para reconocer mi propio fracaso. El éxito del libro reside en que el lector se identifica con lo que lee, ya que son fotos de la realidad, sacadas de mi experiencia como empresario. Desde que tengo uso de razón he sido una persona bastante analítica. Me ha gustado preguntarme el por qué de las cosas, y después de años haciendo negocios vas acumulando experiencias y grabando anécdotas que te demuestran que aquello que nos venden de una manera es de otra.

Opositor frustrado y promotor a pique

P.– El primer desengaño importante fue como opositor frustrado ¿Qué le enseñó esa experiencia?
R.C.– Hice la carrera de Derecho en Santander y después de hacer la mili como oficial del Ejercito estuve siete años opositando a Notarías. De esa época aprendí que cualquier cosa que hiciera después sería una bendición si lo comparas con una tarea improductiva, solitaria y monótona a más no poder como es estudiar unas oposiciones, sobre todo, para una persona que tiene otro perfil. En lugar de haber estado estudiando tantos años tenía que haberme fijado una meta concreta, porque los últimos los tiré por la borda. Ese fue el primer fracaso, digamos traumático; no por no haber sacado la oposición sino por haber perdido el tiempo, que para mí es la gran definición del fracaso.

P.– Fue entonces cuando se hizo empresario, pero las cosas tampoco le fueron como había previsto…
R.C.– No tengo vocación de trabajar para otro, por eso me metí en el mundo empresarial. Al principio, llevando una empresa de materiales de construcción, lo que tenía más a mano. Fue una experiencia que tampoco me llevó a ningún lado porque eran materiales muy novedosos y en este sector no hay demasiada cultura de innovación. Entonces, empecé a promover. Fue en 2004, pero en 2007 todo se vino abajo. Entregué un par de obras pequeñas pero no me dio tiempo a nada, ni a ganar dinero ni a hacerme un nombre, que era lo que quería. Salí mal, he perdido mis inversiones, pero no me preocupa tanto el dinero como poder cumplir todos mis compromisos para cerrar lo más rápido posible, olvidarme y coger otro camino. Y en esas sigo…

P.– Sin embargo, su vida ha dado un giro inesperado tras publicarse ‘Los osos ya no comen salmón’…
R.C.– A partir del libro me ha cambiado bastante el ánimo y me gusta infinitamente más este camino que el otro. La suerte es que, siendo yo un desconocido y ésta mi primera obra, una editorial importante de libros de empresa, como Lid, haya decidido publicarlo. Por una vez he hecho algo en el momento justo y para mí el éxito es que lo haya podido hacer y que a alguien le haya gustado. Eso me satisface muchísimo.

P.– Ahora que ha descubierto un nuevo camino ¿Va a seguir cultivando su faceta de escritor? 
R.C.– Al menos, ya me han encargado otro libro; he creado un blog (www. aqueesperasparafracasar.com) y he rescatado un negocio que tenía aparcado desde hace tiempo y que consiste en una red social para hacer negocios que lleve a la práctica las cosas que digo en el libro, por ejemplo, la importancia de los contactos, de tener intermediarios cualificados que te abran la puerta y te lleven hacia donde quieres llegar. Fíjate si creo en lo que digo que he sacado una oferta de empleo para esa nueva red social, que se llamará Internet Business World, y el único requisito que pido para convertirse en su director general es que el candidato haya fracasado alguna vez. De hecho, no quiero que me manden curriculum, pues van a la basura, sino que me cuenten su historia de fracaso y ya se está empezando a animar mucha gente. El fracaso para mí es la única formación valida, tangible y demostrada, porque decir que eres un fracasado es admitir que eres emprendedor. Lo último que me gustaría en la vida es quedarme parado viendo el mundo pasar. Y no se puede fracasar eternamente, llega un momento en el que empiezas a tener éxito.

Otra filosofía empresarial

P.– En el libro desaconseja montar una empresa a quien quiera ganar dinero y propone una filosofía empresarial distinta. ¿Qué cimientos la sustentan?
R.C.–Lo primero que digo es que las empresas no existen, son sólo ficciones o pantallas porque lo que hay son personas. Es importante saberlo para preguntarse quién es quién dentro de ellas. Y es que, al contrario de lo que mucha gente piensa, el dueño de la empresa es el cliente y el empresario sólo es un tío que trabaja para él. El trabajador, por su parte, es en realidad un autónomo que trabaja para sí mismo porque no corre riesgos ni se involucra. Con ese marco, trato de ordenar las piezas para dar más protagonismo al cliente y para que la empresa sea concebida como una comunidad en la que todos deberían ser todo (trabajadores, dueños y accionistas) porque, cuantos más roles asuman, mejor le irá a la empresa.

P.– ¿Comparte la receta para ser emprendedor que da el prologuista del libro, el director general mundial de Google, Bernardo Hernández? 
R.C.– Él habla de ambición, de creatividad y de miedo como ingredientes necesarios para emprender y se pregunta si el emprendedor nace o se hace. Yo siempre he pensado que es algo que se lleva dentro y que responde a un deseo interno de querer ser, que después hay que pulir. Emprender no es tan complicado, sobre todo, cuando encuentras una persona afín, porque solo no se puede ir por la vida. Tienes que tener cierto criterio y trabajar. Yo lo veo como un juego, comparado con cosas como tener hijos. Al fin y al cabo, si un negocio va mal puedes cerrarlo y reciclarte para hacer otra cosa. Solo hay que tener capacidad de reacción para tomar decisiones a tiempo y no pasarse años languideciendo.

P.– No obstante, estará de acuerdo en que no corren buenos tiempos para el espíritu emprendedor…
R.C.– Lo peor no es la coyuntura económica sino la cantidad de personas que se están dejando arrastrar por ella. Mi mujer, que es lo mejor de mi vida, es emprendedora y ha logrado crear su propia enseña de moda (‘El lagarto está llorando’), que está creciendo en mitad de la recesión hasta sumar quince tiendas en toda España. Hay gente que le dice que estaría encantada de hacerse cargo de una de ellas, pero no dan el paso por miedo. No se dan cuenta de que el resultado sólo depende de ellos. Y es que hay una crisis, peor que la económica, que es la de la poca valía. Es ahora, cuando las cosas van mal, cuando la gente demuestra quién es realmente.

P.– ¿Qué le aconsejaría a esas personas para que abandonen esa actitud de derrotismo?
R.C.– Les recomendaría que imitaran a Nadal, no sólo como tenista, también como gestor. Cuando el mallorquín tiene un altibajo o una mala racha en medio de un partido, para y se sienta para recordar las cosas que hacía bien cuando iba ganando. Al contrario de lo que dicen, no es malo mirar atrás cuando te pierdes, porque puedes encontrarte y darte cuenta de lo que sabes hacer. Y todos sabemos hacer muchas cosas.

Fuera tópicos

P.– En el libro cuestiona muchas de las pautas para triunfar en el mundo empresarial, como asistir a una escuela de negocios. ¿Tiene algo contra ellas?
R.C.– Nada en absoluto, son estupendas, pero como clubs para élites, ya que son el mejor sitio para hacer contactos. Lo que me fastidia es que vendan que de ellas sales superpreparado. Sabe más una chica de 23 años que se ha hecho cargo de una pequeña tienda en una ciudad de 50.000 habitantes que el que ha cursado un MBA. La diferencia es que éste tiene mejores contactos. Es más, hay masters que resultan baratos en comparación con las relaciones que puedes hacer.

P.– Otro tópico que desmiente es que no conviene mezclar amigos y trabajo. ¿De verdad son compatibles?
R.C.– No hay inconveniente en asociarse con un amigo o incluso con la familia si pones cada cosa en su sitio y las juntas, pero sin mezclarlas, respetando su esencia. El conocimiento a nivel humano de la otra persona sólo puede servirte de ayuda y para reforzar el compromiso con la sociedad.

P.– ¿Cuál es la regla más importante para hacer negocios de las que propone en el libro?
R.C.– No sé si es la más importante, pero yo creo que la suerte es la quinta dimensión. No es cuestión de fe, de creer en ella, sino simplemente de reconocerla, porque es lo que hace que las cosas salgan de la manera que tú pensabas. El problema es que a veces elegimos mal nuestros destinos. La suerte existe pero hay que tener una actitud receptiva, de querer que pasen las cosas. Y con tenacidad, todo acaba pasando.

P.– Simplificar, divertirse, ser discreto o ‘no seguir a Vicente’ son otros de sus consejos…
R.C.– Hay un proverbio chino que dice que sólo los peces muertos nadan con la corriente. De ir a contracorriente solo se pueden sacar cosas buenas pero la gran mayoría de las personas no piensa las cosas, ni las enjuician, prefieren ir donde va todo el mundo para equivocarse juntos. En España funciona el mal de muchos consuelo de tontos. Pero, si vas a contracorriente descubres auténticos tesoros tirados a la basura como que el fracaso es malo. Ojalá mi hijo no se deje arrastrar por el sistema, porque no premia a quien tiene un pequeño volcancito dentro.

P.– ¿Qué sabor de boca le gustaría dejar en el lector?
R.C.– Me gustaría que me llamaran para decirme, como ayer hizo una mujer, que el libro les ha animado a poner en marcha una idea que tenían o que me pidieran consejo porque no les va muy bien. Tampoco me importaría que me propusieran algún negocio o que me permitiera conocer gente interesante, valiosa y honesta, que ahora está escondida, pero la hay.
Patricia San Vicente

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