Un verano de cinturones ajustados

Está atardeciendo; el sol le da a todo un tinte naranja, como de final épico, una brisa suave recorre las calles de Santander. El andar pausado, las terrazas llenas y los rostros despreocupados del verano. Ningún síntoma de crisis, pero los indicadores no mienten. Según el Instituto Nacional de Estadística, el número de pernoctaciones en junio se redujo en un 2,3% y en julio un 3% con respecto al 2007. De agosto se sabe que, incluso en las fechas más significativas, podía encontrarse habitación en cualquier hotel, a pesar de que este verano los precios no sólo no han subido, sino que han sido algo menores que en 2007 (un 1,2% en julio), lo que no ha ocurrido en el resto del país.
Estas son las cifras de la crisis, pero los números mueren tan pronto como son oídos o leídos. En la calle, en la barra de un bar, el termómetro social funciona de otra manera, con otros parámetros. Basta con agudizar un poco la vista y ejercitar otro tanto la memoria.

Más menús y menos cartas

El Paseo de Pereda está repleto, las terrazas llenas, lo mismo ocurre en la calle Castelar. Aparentemente nada ha cambiado aunque, si uno observa con atención, puede reconocer indicios de nuevos tiempos: hay poco sobre las mesas y muchas sólo tienen vasos de agua. “La crisis se nota, es una realidad. El turista cada vez está menos tiempo y viene con lo justito”, asegura Andrés Ruiz, encargado de la cafetería y restaurante Vargas 47 y lo ilustra diciendo que el comensal “tira mucho del menú; muy rara vez se anima a pedir la carta”. Lo mismo opina Zacarías Puente, propietario del restaurante Zacarías, en la zona de Puerto Chico, quien sostiene que la clientela ha bajado, pero, sobre todo, ha disminuido el consumo. Las estadísticas indican que la mayoría de los españoles no quiere prescindir de las vacaciones y opta por salir, pero apretándose el cinturón. José Carlos Campos Regalado, secretario general de Turismo, sintetiza este sentir al decir que el español ya no considera las vacaciones un lujo, sino una necesidad. Y las necesidades, no suelen suprimirse. Al menos, no fácilmente.
“Hay algo muy importante –tranquiliza Campos Regalado– dentro de los cambios turísticos, y es que hemos pasado de ser un mercado de demanda a un mercado de oferta. Y tenemos productos. Teniendo producto, vamos a tener clientes. Otra cuestión es la capacidad de gasto del cliente”. Esta capacidad se ha reducido, reconoce Campos, debido al aumento general de los precios y a un factor de sensibilidad, de cierto temor a la hora del gasto.
Pero no todos opinan igual. Antonio Fernández, encargado del Mesón Rampalay, en la zona de Cañadío, no ha notado ninguna disminución y dice estar trabajando a los mismos niveles que el año pasado. Eso sí, cree que una vez pase el verano, la crisis se notará, “ya que cuando la gente está de vacaciones, no mira tanto el gasto”.

Ofertas… en agosto

Otras voces matizan el efecto de la crisis, como la de Koldo Díaz, director del Hotel Real, que recuerda que otros factores influyen sobre la ocupación y el gasto. Algunos tan coyunturales como la Expo de Zaragoza, que ha competido este año por el turismo nacional, o el mal tiempo que predominó en las primeras semanas de agosto.
No obstante, Díaz reconoce que la coyuntura económica también afecta a un cinco estrellas como el suyo: “No todo el que se aloja en este tipo de hoteles tiene una capacidad adquisitiva inagotable; hay gente para la que sigue siendo un lujo, aunque tenga un cierto nivel económico. Y, en momentos de crisis, no se permite ese lujo”, dice.
Un síntoma de que el verano no ha sido todo lo satisfactorio que cabía esperar son las ofertas. El Real ha puesto en marcha iniciativas del tipo acceso gratuito a la talasoterapia por cada tres noches de hotel o el desayuno incluido. El Hotel Torresport, un moderno cuatro estrellas de Torrelavega con balneario urbano, ha optado por ofrecer una comida en su restaurante más sesión de balneoterapia por 50 euros. Algo que no resultaría llamativo en cualquier mes que no fuese agosto, pero sí en plena temporada turística.
Andrés Ruiz, de Vargas 47, constata que “está viniendo mucha gente joven que quiere conocer la provincia, pero que no cuenta con recursos económicos suficientes, y se les ve comprar en supermercados”.
Además, recuerda, “hay que tener en cuenta que se viene de un año (por el Jubilar de Liébana) en el que hubo una promoción muy fuerte y mantener esos niveles es muy complicado”. Por su parte, el secretario general de Turismo asegura que no se ha bajado la guardia en la promoción y se están haciendo especiales esfuerzos por atraer a los extranjeros, ya que el 85% de los visitantes que llegan a Cantabria siguen siendo españoles. Los vuelos internacionales no han cambiado mucho las cosas pero se confía en los efectos de la apertura de nuevas rutas aéreas con París y Dusseldorf entre este otoño y la primavera. Es lo que reclama Zacarías: “Hay que dedicarle mucho a Francia. Es nuestro vecino y no acaba de llegar”.
Son las siete de la tarde. Cañadío comienza a llenarse lentamente, como con pereza. La plaza de Pombo está repleta de niños que juegan al balón. En el Paseo de Pereda son muchos los que caminan helado en mano y en una heladería artesanal se ha formado una pequeña cola. La consigna parece ser disfrutar del atardecer.
Y como la gente no ha dejado de salir, los restauradores echan mano de la imaginación para capturarla al paso, pizarra en mano. Ruiz, de Vargas 47, que ofrece cazuelitas de gambas a un euro, dice que “cada vez hay más presión para combinar un producto muy bueno con precios muy asequibles, pero a veces es muy difícil”. Coincide con él Zacarías, al opinar que “hay que ajustar los costes al máximo, aunque es casi imposible, debido al precio de los servicios y del transporte, que encarece la mercancía”.
Para Zacarías, con muchos años de hostelero a las espaldas, esta situación no es nueva: “La economía tiene sus ciclos”, dice, y opta por adoptar lo que denomina “el espíritu del ciclista: “Apretar más cuando se cree que ya no se puede”. Él confía en la publicidad y recomienda no permitirse entrar en “recesión mental”.
Cada uno tiene su receta y siempre quedan aquellas fórmulas que son tan viejas como la necesidad.

Sin dramatismos

Cerca de las ocho, el olor a rabas y carne asada invade Cañadío, junto a una marea que parece subir desde el Paseo de Pereda. Las conversaciones se mezclan, mientras los camareros van tomando nota y en las barras han desaparecido los espacios libres. Puede que haya menos dinero pero no falta gente para llenar las calles céntricas y eso siempre dibuja una sonrisa en la cara de los hosteleros. Andrés Ruiz reconoce que “la Semana Grande de Santander ha sacado la gente a la calle”. En su opinión “ha sido una de las mejores gestiones en muchos años. Ya era hora que se tomase una iniciativa de ese tipo”. Y agradece, especialmente, que el Ayuntamiento también se haya acordado de la Alameda –donde se encuentra su establecimiento– para poner las casetas, porque recuerda amargamente que “todo se lo había llevado tradicionalmente la zona norte de la ciudad: Sardinero, Puertochico, Castelar…”.
La mayoría de los hosteleros coincide en que la crisis está afectando más al gasto por cabeza y a la reducción de las estancias que al número de clientes. Pero, a pesar de que el sector suele tener una imagen de inconforme y quejoso, esta vez intenta quitar dramatismo a las circunstancias. La tónica es de una buena disposición para afrontar las dificultades. Zacarías lo ve muy claro: “Cantabria tiene experiencia, buena hotelería, buena cocina, buenos servicios. Hay que apostar por la calidad y por la calidez”.
Marcelo Wio

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