De la chatarra al acero manufacturado

Cuando en 1956 Tirso González decidió dejar su trabajo en el Ayuntamiento de Santander para crear su propia empresa de recuperación de metales, el país continuaba inmerso en un proceso de reconstrucción y eran tantas las carencias que cualquier material procedente de una demolición era reutilizable. Fue en esta especialización en “segundas calidades” de todo tipo de piezas de metal, en la que el fundador de Hierros Tirso asentó las bases de la empresa. Allí donde otros sólo veían material achatarrable y destinado a la fundición, Tirso supo encontrar nuevas utilidades que añadían valor a la pieza recuperada, ya fueran vigas de hierro, raíles o componentes de maquinaria, añadiendo una nueva dimensión comercial al negocio de la demolición industrial y la recuperación de metales.
Buena parte de los materiales reciclados provenían del desguace de barcos. No en vano Santander fue uno de los referentes europeos en el desmantelamiento de buques. Mientras Recuperaciones Submarinas desarrollaba su actividad en Maliaño, Hierros Tirso montó su propio desguace naval en la zona sur de Raos. La firma no sólo se autoabastecía con los materiales que recuperaba en esa campa, sino que compraba en otros desguaces del país piezas en cuya comercialización se había especializado, como los ejes de transmisión o las barras perforadas, hasta situarse entre los tres primeros almacenes de España.
Pero, como había ocurrido antes en otros países europeos, el desguace naval también entró en declive en España. El progresivo endurecimiento de las leyes medioambientales y el precio poco competitivo de la mano de obra comenzó a restringir esta actividad que terminó por desplazarse hacia zonas menos desarrolladas. Además, la instalación de Tirso en Raos chocaba con los planes del Puerto, que quería dedicar esa campa al incipiente tráfico de automóviles.
La desaparición del desguace no significó, sin embargo, que Tirso abandonase por completo esa actividad. De manera esporádica, la firma santanderina continúa desplazando su propio equipo para efectuar esos trabajos, a veces contratados por un armador para el desguace de barcos procedentes de la reconversión pesquera y en otras ocasiones llamados por la propia Administración, para colaborar en la retirada de algún buque siniestrado. No obstante, el desguace naval fue perdiendo peso en la actividad de la empresa, en favor de las demoliciones industriales.

Una reorientación estratégica

El súbito fallecimiento del fundador de la firma en 1985 no afectó a la buena marcha de la empresa, a cuya gestión se había incorporado unos años antes uno de los hijos, Javier. La nueva dirección se vio reforzada con la llegada de su hermano Roberto, tras concluir la carrera de ingeniería industrial. Hierros Tirso no varió sustancialmente de orientación. El aprovechamiento de las segundas calidades de los materiales procedentes de demoliciones y desguaces navales siguió siendo el eje de su actividad. Pero se estaban gestando en el mercado cambios que les obligarían a dar un profundo giro al negocio.
A principios de la década de los noventa, la exigencia de certificados de calidad para la comercialización de todo tipo de productos comenzó a implantarse en España. Ya no bastaba con demostrar que los materiales metálicos reciclados estaban en perfecto estado o respondían a los requerimientos exigidos, sino que era preciso documentar esa calidad. Esta necesidad era aún mayor en el caso de los clientes que destinaban sus productos a la exportación.
También por aquellas fecha se produjo otro hecho que repercutió negativamente en la marcha de Tirso. Los talleres de calderería comenzaron a ser conscientes del lastre financiero que les suponía cargar con un excesivo stock de materiales y desplazaron esa responsabilidad hacia el proveedor. En vez de los habituales pedidos mensuales de material, los clientes empezaban a adquirir la cantidad que necesitaban en función de sus compromisos más inmediatos y los almacenes de Tirso comenzaron a llenarse.
Ante la progresiva disminución de la cartera de pedidos, los responsables de la firma se plantearon la necesidad de dar un giro estratégico a la empresa, abandonando el mercado de segundas calidades y convirtiéndose en almacenistas de productos siderúrgicos nuevos y certificados. Para gestionar esta actividad, los hermanos González crearon una nueva firma, Tirso CSA (Centro de Servicios del Acero), mientras que la empresa matriz, Hierros y Metales Tirso, continuó centrada en las tareas de demolición y desguace industrial y naval.
El paso dado les había convertido en competidores directos de los almacenes de distribución propiedad de las grandes compañías acereras, que no vieron con buenos ojos su entrada en este sector. Tampoco era fácil. Los hermanos González eran conscientes de que si querían sobrevivir en un mercado tan maduro como el de la comercialización de productos siderúrgicos, era preciso diferenciar su oferta. Las nuevas técnicas de construcción de naves industriales, donde la soldadura estaba cediendo el paso a las estructuras atornilladas, les marcó el camino a seguir. Tirso CSA se dotó de máquinas de granallado y pintura, oxicorte, taladros, sierras y cizallas y se especializó en la venta de material cortado y preparado para el montaje.
Una agresiva política comercial, en la que se cuidaron especialmente los aspectos logísticos y de atención al cliente, completó la estrategia de esta filial, que se ha convertido en una pieza clave en la buena marcha de lo que hoy es ya un grupo de empresas.
Para manejar con agilidad su cartera de pedidos y mejorar sus márgenes comerciales, Tirso CSA ha diversificado sus fuentes de aprovisionamiento y no sólo adquiere material a las acerías nacionales, sino que también lo importa. Con el paso del tiempo, la firma no se ha limitado a un papel de suministrador de materiales para los talleres de montajes o de calderería, sino que ha llegado a involucrarse en la ejecución de proyectos, formando UTEs con algunos de sus clientes.

Hacia servicios medioambientales

El hecho de haber abierto nuevas vías de negocio con filiales no quiere decir que la matriz se haya conformado con las actividades tradicionales. Las actividades de desguace industrial de Hierros y Metales Tirso se han ampliado a la demolición civil y se han adaptado a las crecientes exigencias medioambientales que exige el tratamiento de todo tipo de residuos. Tirso se ha convertido en gestor autorizado para la recuperación de placas de fibrocemento –la conocida uralita–, un material peligroso para cuya manipulación se exige un estricto protocolo, y tiene previsto ampliar su oferta de servicios medioambientales.
En la actualidad, colabora con la Universidad de Cantabria en la puesta a punto de un sistema para la recuperación de suelos contaminados por hidrocarburos mediante procedimientos biotecnológicos. El sistema, del que ya existe un prototipo, podría estar operativo el año que viene y puede tener una gran utilidad para el cumplimiento de la nueva legislación sobre los suelos industriales y los de las estaciones de servicio.
Para entonces es posible que la empresa haya cambiado de ubicación, abandonando su tradicional solar de La Reyerta (Santander) donde se creó hace medio siglo. Allí quedaría la división siderúrgica del grupo (Tirso CSA) mientras que Hierros y Metales Tirso se trasladará a Parbayón, donde ha adquirido 15.000 m2 en el polígono industrial que construye Emilio Bolado. Esto no remedia las necesidades de suelo del grupo, que sigue precisando al menos otros 35.000 m2 para poder trasladar todas las instalaciones que tiene en La Reyerta y que van quedando envueltas por la trama urbana de Santander. Los responsables de la firma son conscientes de que el crecimiento de la ciudad puede resultar incompatible con su actividad industrial y, en previsión de ese momento, han comprado a Covirán los 9.000 m2 de suelo que durante muchos años fue ocupado por las naves de Alcosant y que venía utilizando la propia Tirso en régimen de alquiler. Así ha formado un área de 25.000 m2 con lo que refuerza su posición de cara a una futura reordenación de la zona.

Diversificación

En este medio siglo de actividad, los intereses del Grupo Tirso han salido de la región, con la creación de Hierros Tirso Canarias, y se han diversificado hacia áreas de negocio ajenas a la comercialización de hierro y productos siderúrgicos. Así, ha hecho una incursión en el campo de la construcción de naves industriales, a través de la firma González Portilla Promociones. Suyo es el Parque Industrial Tirso, junto a la ría de Solía, y en los planes de los gestores del grupo está el dar un mayor impulso a esta actividad. También ha realizado inversiones en la compra de otras empresas, como Básculas Montaña, cuya propiedad comparte con Emilio Bolado, o en la adquisición y explotación de un salto de agua en el Canal de Castilla, del que se desprendieron hace tiempo. Los hermanos González tienen planes, igualmente, para explorar nuevas actividades como la promoción de viviendas o la hostelería, donde contemplan la posibilidad de adquirir y, quizá, gestionar un hotel.
Son iniciativas sustentadas por la buena marcha de los negocios del grupo, que el pasado año facturó 39 millones de euros (unos 6.500 millones de las antiguas pesetas).
Una trayectoria que debe mucho, en opinión de sus gestores, a la política de personal, en la que han primado la responsabilidad individual, y que les ha permitido contar con un equipo humano de 80 personas, identificado con los objetivos de la empresa. Es un rasgo más en la trayectoria de una firma que ha sabido acompasar su trayectoria empresarial a los nuevos escenarios de negocio.

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