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Delatores bancarios

Las normas sobre transparencia bancaria han conseguido cambiar muchas más cosas de las que imaginamos pero tienen ciertas limitaciones. Hay bancos y, sobre todo, países irreductibles. Ni siquiera la amenaza de incluirlos en una lista negra ha podido con ellos, entre otras cosas porque el secreto bancario y el no querer saber de dónde viene el dinero de los depósitos es su principal negocio. El día que pidan explicaciones o que cobren impuestos dejarán de existir como tales países, dado que son una mera ficción. Algunos de ellos no están tan lejos, como el ominoso caso de Luxemburgo, una afrenta para el resto de los socios comunitarios, que han de soportar una competencia desleal injustificable bajo cualquier punto de vista, por el mero hecho de que sirve como válvula de escape para que los ricos de Francia y de Alemania no tengan la tentación de trasladar su fortuna y su residencia a otros paraísos fiscales más alejados. Ya se lo planteó un ministro de Hacienda de UCD, que lo mejor que podía hacer España era convertir Canarias en su propio paraíso fiscal, habida cuenta de que el dinero fugado y sus dueños tienen preferencia por los climas cálidos, los sistemas políticos estables y la seguridad, factores que casi nunca se dan juntos, por lo que Canarias podía ganar holgadamente a cualquier otro refugio de capitales.
No es fácil que se creen nuevos paraísos fiscales ni que otros países se apunten a la opacidad, porque el mundo está cada vez más concienciado de que estos encubrimientos para los ricos también pueden resultarle útiles a los grupos terroristas y frente a eso hay mucha menos manga ancha. Aún en el caso de que aparezcan, ha surgido un factor inesperado que puede echar por tierra el negocio de todos ellos: la delación.
Donde no han llegado las policías fiscales de los países occidentales avanzados llegan los delatores anónimos. La entrega a Wikileaks de dos discos con las operaciones financieras secretas de 2.000 personajes europeos puede ser el punto de partida para un aluvión de nuevas aportaciones y, como ya se demostró en anteriores filtraciones de datos sobre la guerra de Irak o sobre las comunicaciones de las embajadas norteamericanas, hay miles de posibles puntos de fuga, un anonimato que invitará a más gente a hacer lo mismo.
¿Quién va a impedir que la red se convierta en ese datzibao universal donde cualquiera cuelga anónimamente lo que sabe, lo que no sabe o lo que se inventa? Pues, probablemente, nadie. Aunque, por la cuenta que les trae a los periódicos que luego lo lleven a sus páginas, tendrán que buscarse el modo de confirmar su veracidad si no quieren acabar pagando indemnizaciones multimillonarias a los que ya son ricos.
Aún con estos riesgos, el agujero que se ha abierto es inmenso, siempre que una web como Wikileaks mantenga la credibilidad, evitando convertirse en el vehículo de meros difamadores. El secreto bancario y las operaciones oscuras tienen los días contados y no porque la justicia afine más cada vez a la hora de desentrañar las tramas societarias sino por el mero hecho de que un trabajador resentido, incómodo o con mala conciencia traslade la información que maneja a un pendrive o a algún lugar de esa nube cibernética donde está todo, aunque no esté junto ni revuelto.
Aparecerán formas más sutiles de seguir los rastros de esa información para conocer al filtrador, pero, hoy por hoy, es demasiado tentador convertir un top secret en algo al alcance de cualquiera que tenga un ordenador doméstico, viva en el lugar del mundo donde viva. Hasta ahora, un secreto, por mucho que se divulgase, quedaba en un ámbito casi familiar. Ahora que el cotilla, además de disponer de Internet, cuenta con un arma tan atractiva como el anonimato, las paredes de la intimidad no durarán dos días. La ventaja es que puede servir para reconducir esa hipocresía social, tan propia de los países avanzados, de establecer tipos impositivos muy altos para los ricos y, a cambio, dejarles la válvula de escape de los paraísos fiscales. En cualquier caso, ya que sabe que un escándalo tapa otro y cuando se nos amontonen las delaciones, acabarán por banalizarse, como los amores y desamores de los famosos una vez que se someten a los tribunales mediáticos de las televisiones.

El jeque

Desde que la Iglesia introdujo la figura de los Reyes Magos llegados de algún punto indefinido de Oriente y los cuentos orientales crearon el mito de los sultanes dueños de fantásticas fortunas y harenes no menos repletos, nada produce tanta fascinación en las mentes patrias como la llegada de un jeque dispuestos a derrochar los millones. Una demostración evidente de que España no es en absoluto racista, porque recibe a los ricos con los brazos abiertos, vengan de donde vengan.
Así hemos acogido al jeque árabe, hindú o lo que sea que acaba de comprar el Racing. No vamos a hacerle pruebas de sangre para conocer su pedrigree rancinguista, porque nos consta que fue el equipo de sus sueños desde niño, ni vamos a buscarle las cosquillas para saber si lo que está adquiriendo es una mera franquicia para estar en la Primera División española y su intención real es llevarse al equipo a otro lugar más rentable. No. Si hay alguna incompatibilidad será la del propio Ali, el mal trago de tener que presentarse ante sus hermanos de religión como propietario de un equipo que anuncia, precisamente, chorizos.
El problema de estos deslumbramientos causados por el dinero es que a veces el amor no cuaja. Ya pasó con Piterman y no ha sido el único caso. Asturias tuvo su petromocho, un escándalo que le costó el cargo a un presidente regional que apoyó de buena fe el macroproyecto de unos inversores árabes para poner en marcha una refinería y nunca supuso que los árabes se volatilizarían con la misma rapidez que la gasolina derramada. Nosotros tuvimos nuestra GFB, porque los ricos foráneos a veces no son tan ricos como parecían y el proyecto se ha quedado en la estacada. Y, mucho tiempo más atrás, se paseó por la región un supuesto jeque que, a bordo de un Rolls Royce de color chocolate, suscitaba las más entusiasmadas especulaciones de los medios de comunicación. Iba a comprar los hoteles a puñados y el día que desapareció solo supimos que dejó cuentas sin pagar en casi todos.
El dilema para el Gobierno es que corre el riesgo de equivocarse con Ali haga lo que haga. Si se hubiese puesto más pejiguero, por dejar escapar un mirlo blanco capaz de disparar las ilusiones de los aficionados, que ya se ven compitiendo de tu a tú con el Madrid y el Barcelona gracias al dinero de jeque. Por el contrario, si por agilizar la operación ha vendido sin las garantías suficientes y el personaje resultase rana, la opinión pública será cruel contra quienes se dejaron estafar, tachándolos, como poco, de ingenuos.
En realidad, todos los que se creen inmunes a los errores es porque nunca han de tomar decisiones o están tan bien informados que siempre sabían lo que iba a pasar. Es una pena que nunca tienen a bien comunicarlo antes de que ocurra.

¿Mayoría absoluta?

Estamos ante un final de legislatura muy atípico: no hay obras municipales, la cartelería va a ser muy escasa –a excepción de la del PP, que en las anteriores llenó las vallas de Cantabria ocho meses antes de la fecha de los comicios y esta vez cuatro– y la estrategia de los partidos es un poco rara. Diego anuncia una y otra vez que tendrá la mayoría absoluta y ni Revilla ni Gorostiaga salen a replicarle, lo que resulta atípico, aunque fuese verdad, porque en política nadie da por perdidos los partidos electorales ni siquiera después de contados los votos. Siempre hay algún motivo de satisfacción al que agarrarse para hacer un poco más dulce el descalabro.
Bueno, pues esta vez no, lo que causa cierta perplejidad y sólo puede tener dos explicaciones: o bien que el PP tenga esa mayoría absoluta tan segura que el resto de los candidatos haya optado por tirar los trastos, lo que resulta muy improbable en una región donde ni siquiera Hormaechea en sus mejores momentos consiguió una mayoría absoluta, o estamos ante un juego de estrategias tan sutil que resultaría digno de una elección papal. Tan vaticano que un solo mensaje (el PP puede barrer en estas elecciones) le sirve a todos los partidos en liza. Para Nacho Diego, porque sabe que al votante conservador no le gusta perder a nada y resulta más estimulado cuando está seguro de apoyar a la opción ganadora. Para Lola Gorostiaga, porque es consciente de que con el votante del PSOE ocurre todo lo contrario: está tan dispuesto a encontrar motivos de disgusto con el partido al que es más afín, para no ir a votar, que sólo se motiva –y no mucho– cuando cree que puede gobernar la derecha. Por tanto, cuanto más airee el PP que tiene la mayoría absoluta, más teóricos votantes socialistas estarían dispuestos a renunciar a la abstención y arremangarse para impedirlo.
El caso del PRC es mucho más difícil de analizar, dado que sus votos tienen una procedencia ideológica bastante dispersa. No obstante, después de dos legislatura seguidas de pacto de gobierno con los socialistas, los electores regionalistas parecen más cómodos con esa alternativa que con un pacto con el PP y, por supuesto, que con la posibilidad de que los populares gobiernen en solitario. Desde esa perspectiva, el mensaje de Diego también serviría para movilizar a los regionalistas.
La política cada vez tiene más de análisis sociológico y menos de improvisación. Es un trabajo a largo plazo y cuando llega la campaña electoral ya está todo el pescado vendido. Es tan escaso el valor que añade que nadie se toma la molestia de lanzar promesas arriesgadas porque aportan tan pocos votos que no suelen compensar el compromiso que se asume. Al fin y al cabo, ningún elector se lee los mamotretos de programas que elaboran los partidos, por mucho que diga lo contrario. Los partidos se eligen como los coches. El comprador pone el ojo en el que le gusta y luego encuentra las razones para justificar ante sí y ante los demás lo objetiva que ha sido su decisión. Cuando compró el primero, o votó por primera vez, levantó la tapa del motor o la del programa electoral para ver lo que tenía dentro. Ahora ya no se toma ni la molestia

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