LOS PRINCIPALES EPISODIOS ECONOMICOS DEL SIGLO XX
El 3 de abril de 1948 el presidente de los EE UU Harry Truman firmaba la Ley de Asistencia al Extranjero para apoyar el Programa de Recuperación Europea, lo que marcó oficialmente el inicio del llamado Plan Marshall.
A los quince días se creó en París la Organización Europea de Cooperación Económica, de la que sólo quedaron excluidas España y Finlandia y que tuvo dos consecuencias: la ayuda económica en sí y el inicio de la cooperación intraeuropea.
Paul Hoffman, que estaba al frente de la agencia federal americana encargada de administrar la ayuda puede que desencadenara un proceso de unidad europea que entonces ninguno otro podía imaginar. Decía Hoffman: “Europa tiene que equilibrar sus necesidades y recursos en dólares, lo que implica un aumento de las exportaciones y el control de la inflación. Pero el cumplimiento de esta tarea no será significativo a menos que se logre una economía en expansión en Europa Occidental mediante la integración económica”.
La importancia de esta ayuda americana en la implantación del embrión de nuestra actual organización europea –que ya ha desbordado los límites de la Europa occidental– fue enfatizada por Jean Monnet, el gran impulsor de la idea europea, quien reconoció en 1963 que “el Plan Marshall fue (…) el principal apoyo en la acción que condujo al punto a que hemos llegado en la unificación de Europa”.
La moneda y los pagos
Mientras en Europa empezaba a fraguar un acercamiento económico bajo la tutela americana, el mundo reorganizaba su sistema internacional de cambios.
Antes, en la época del librecambio, los pagos se hacían en oro, es decir en monedas convertibles en oro a un precio fijado de antemano, y todo el mundo sabía a qué atenerse. El que no tenía moneda convertible la compraba según la cotización de cada momento y a correr.
Ese sistema tan sencillo se acabó en el periodo de entreguerras y se complicó con un sistema mucho más rígido a base de clearings o compensaciones.
Precisamente a lo largo de la II Guerra Mundial se fue preparando la futura cooperación económica internacional que acabó en 1944 en la conferencia de Breton Woods en donde se creó el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, que en realidad se llamaba Banco Internacional para la Reconstrucción y el Fomento.
En esa conferencia, los llamados “países de detrás del Telón de Acero” mirado desde el lado de acá, no quisieron ser incluidos o se salieron posteriormente, y el FMI quedó pues para el resto de las naciones, con tres funciones básicas: establecer las normas del sistema monetario internacional, prestar atención financiera en determinados casos a los países miembros y ser un órgano consultivo para los respectivos gobiernos.
El sistema monetario internacional quedó constituido por un patrón de cambios-oro, que funcionó de forma más o menos aceptable hasta mediados de los sesenta. Los desequilibrios transitorios de las balanzas de pagos que pudieran padecer los países miembros se intentaban amortiguar contribuyendo a cubrir los déficits y así evitar devaluaciones. No obstante, la desconfianza se acentuó progresivamente debido al peso del dólar dentro del patrón de cambios por la sencilla razón que en veinte años el número de billetes verdes fuera de los EE UU había pasado de 6.440 millones a la asombrosa cifra de 34.700 millones, mientras el oro depositado en la Reserva Federal de Fort Knox bajaba de 24.600 millones a 10.400 millones.
Dicho de otra manera, el dólar se había expandido de forma fiduciaria y EE UU había forzado acuerdos bilaterales por los cuales los bancos centrales de varios países renunciaban a reclamar la convertibilidad de sus reservas en dólares.
¿Que podían hacer los EE UU para afrontar esta situación? Sólo dos cosas: o subir el precio del oro, solución perfecta pero muy difícil, o aumentar sus reservas, lo cual no era posible sin una serie de consecuencias negativas importantes. Pero lo que en realidad ocurrió es que, simplemente, se reformó el FMI y se introdujo un nuevo activo, los derechos de giro. Como consecuencia, el sistema monetario internacional pasó a estar claramente dirigido por los EE UU.
Señal de alerta
El 18 de octubre de 1960 el oro se cotizó en la Bolsa de Londres, por primera vez, por encima de los 35 dólares la onza. El hecho de que en el mercado libre superase la paridad fijada por el FMI obligaba a actuar de inmediato. EE UU y los demás países interesados en la estabilidad monetaria llegaron rápidamente a un acuerdo que se conoció como el pool del oro y cuya finalidad no fue otra que vender el metal de las reservas cuando subieran los precios y comprarlo cuando bajaran.
Pero a los ocho años, cuando Francia pedía una revaluación del oro, que no se aceptó, se creó un doble mercado internacional de este metal. Y pasó lo que tenía que pasar, que el precio libre se disparó.
Si el oro subía, el dólar bajaba y con él, el prestigio de los EE UU. La nueva herramienta de liquidez, los derechos de giro, tampoco fueron suficientes para corregir el problema que empeoró a consecuencia del creciente déficit de la balanza de pagos de los EE UU. Así que no hubo más remedio que hacer lo que trataba de evitarse. El 15 de agosto de 1970 el presidente Nixon suspendía la convertibilidad del dólar en oro, junto a otras medidas como la implantación de una sobretasa a las importaciones o la congelación de precios y salarios.
Flotación
Durante varios meses, los bancos centrales de Japón y los países occidentales, a excepción de Francia, habían hecho grandes compras de moneda americana para aguantar su credibilidad, pero las compañías multinacionales y los países árabes sacaban cantidades ingentes de dólares para cambiarlos por marcos alemanes o yenes japoneses. El cese de la convertibilidad tampoco fue una buena solución y su efecto más notorio fue el de dificultar la cooperación entre los bancos centrales.
Por fin, el 18 de diciembre de 1971 se decidió fijar una nueva paridad del dólar a 38 dólares la onza de oro, lo que implicaba una devaluación del 7,9%. Pero eso no fue suficiente ya que a lo largo de los dos años siguientes el dólar estuvo sometido a una fuerte especulación. De nuevo en 1973 fue devaluado, en este caso en un 11,1%.
La inestabilidad de la moneda norteamericana provocó que algunas otras optaran por flotar, aspirando a que el mercado decidiese su nivel idóneo, pero las ingentes masas de eurodólares que se movían por todos los circuitos internacionales provocaban serias distorsiones en el mercado y la flotación se prolongó de una manera indefinida, acabando por implicar a un gran número de monedas. En la práctica, esto significaba el abandono de otra de las reglas básicas del FMI: la estabilidad de los cambios.
Los abusos de los EE UU con respecto a lo acordado en Breton Woods y el sistema de doble mercado –que tampoco estaba funcionando y que en 1973 se suprimió– hizo que los bancos centrales pudieran liquidar sus reservas al precio libre sin cortapisas.
El FMI demostró con toda nitidez cómo un organismo multinacional se podía poner al servicio de uno solo de los países integrantes, los EE UU. Cuando el oro comenzó a escasear y la convertibilidad a ofrecer dudas, se pasó de hecho a un patrón fiduciario, o sea a la admisibilidad del dólar sobre la base de la confianza. Se creía, o se aparentaba creer, que la convertibilidad sería otra vez efectiva tan pronto como se superasen las dificultades en la balanza de pagos de los EE UU. Pero lo que no estaba claro es que los americanos tuvieran la intención de hacer una política a tal efecto.
Todo ello llevó a la aceptación del dólar en una doble función, como moneda para comprar los productos americanos y como moneda internacional. En la práctica, la Reserva Federal se convertía en el banco central de todo el mundo.
En cualquier caso, a partir de las devaluaciones de principio de los 70 el FMI había dejado de ser el regulador del sistema monetario internacional y la fluidez era total en los mercados, tanto en los tipos de cambio como en los flujos financieros, algo que se multiplicó con la llegada de la crisis del petróleo.
El Banco Mundial
El Banco Mundial, por su parte, fue destinado a las operaciones de préstamo a los países subdesarrollados, siempre bajo la exigencia de proyectos específicos, pero igualmente conectado con los intereses de la política exterior de los EE UU. Eso dio lugar a notorios errores, como la respuesta negativa a una petición de Egipto para financiar la construcción de la presa de Assuan, por el hecho de que su presidente, Nasser, no se había alineado con las tesis de EE UU sobre Oriente Medio. Nasser acabó por obtener el dinero de la Unión Soviética, lo que se convirtió en un grave problema internacional para EE UU en plena Guerra Fría.