Inventario

¿Cuánto combustible nos queda?

A los bancos y cajas españoles les falta combustible. Lo dicen las agencias de calificación. Siguen navegando deprisa, porque los fogoneros echan a la caldera todo lo que tienen a mano, pero en un año más de crisis no habrá nada que echar. Es una suposición y probablemente tan discutible como las que hasta hace un año aseguraban que no había una sola nube en el horizonte. Ya se sabe como son los expertos. Son los que se equivocan en el pronóstico, pero con tan sólidos argumentos que es la realidad la que parece equivocada. El Fondo Monetario Internacional, que nos ha hecho temblar con sus oscuros pronósticos sobre la economía española, felicitó a Menem por la marcha de Argentina justo antes de que se hundiese en los abismos del corralito.
En este caso, lo que dice la agencia Moody´s es que los bancos y cajas españoles están ocultando buena parte de la morosidad refinanciando préstamos que iban a caer en mora y quedándose con promociones enteras de viviendas construidas con créditos fallidos. Ambas cosas son ciertas: los entidades financieras han optado por alejar la pelota de la portería y esperar a que, cuando retorne, el equipo haya vuelto a reposicionarse. A muchos clientes particulares que tradicionalmente han sido buenos pagadores y ahora se enfrentan a una situación de desempleo o regulación se les ha dado un tiempo de carencia, con la esperanza de que en ese plazo arreglen su situación económica personal y a muchas constructoras se les ha refinanciado por cinco años, porque el sector está convencido de que el mercado inmobiliario no va a despertar antes. Algo que deberían tener en cuenta todos aquellos que intentan convencernos de que la vivienda ya ha tocado suelo.
Por el momento, esta política está sirviendo para salir adelante, pero no habrá alfombras bastantes para meter debajo fallidos en vivienda por valor de unos 100.000 millones de euros (unos 16 billones de pesetas), si es cierta la alarmante cifra que estima Moody´s.
Antes o después aflorarán y las provisiones para afrontar este tipo de contingencias, que parecían muy holgadas, sólo podrían cubrir la mitad. Esto da idea de que el problema de la vivienda es mucho más grave de lo que podíamos imaginar. Es cierto que en otros países los bancos se metieron de forma irresponsable en productos estructurados y que las autoridades reguladoras demostraron su miopía del dejar hacer, pero hay que reconocer que en España tampoco hemos estado finos y nos dejamos llevar por un espejismo que convertía la desmesura en virtud. Hasta las autoridades públicas jaleaban que se construyesen más y más viviendas. Basta con mirar a Cantabria, donde tanto los alcaldes como el Gobierno regional estaban obsesionados con propiciar más suelo construible porque el principal problema de la región, supuestamente, era la vivienda. Los propios bancos se lo creyeron y entre todos contribuyeron a crear una gigantesca bola, en la que hay miles y miles de pisos vacíos, créditos hipotecarios que no se pueden pagar y una demanda ausente que no aparecerá en mucho tiempo, por más que sigan bajando los precios.
Tanto si el agujero inmobiliario español es de 100 millones de euros como si es de menos, lo que resulta seguro es que lo pagaremos entre todos, porque nadie puede permitirse el lujo de hacer estallar el globo. Así de mal acabará el mito de que las viviendas no estaban sobrevaloradas, de que el mercado podía absorber un millón de ellas cada año, de que hacía falta más y más suelo y de que los bancos y cajas tenían bien calculados los riesgos.
Nada de eso era cierto y empezamos ya a vislumbrarlo. Moodys augura que en los próximos trimestres empezarán a aparecer números rojos en las cuentas de un puñado de entidades españolas, que ya no pueden ocultar por más tiempo el problema. Es posible, pero a pesar de las gigantescas dimensiones del problema, tenemos la suerte de que había un colchón muy importante de provisiones, de que los bancos siguen generando recursos cuantiosos en otros ámbitos y de que sabemos que, en caso de necesidad, el ángel público de la guarda se arremangará otro poco. No sería la primera crisis bancaria que se ve obligada a resolver la Administración española. Eso sí, el empacho de viviendas nos va a durar muchos años.

Renovables: El peligro de morir de éxito

Ya hay quien ha advertido que el boom de las energías alternativas camina por los mismos raíles que el boom de la vivienda. En pocos años, España ha pasado de 50.000 megavatios de potencia de generación eléctrica instalada a más de 90.000, sin que el consumo ni las necesidades estratégicas del país justifiquen un salto tan espectacular y en esa evolución han tenido mucho que ver los ciclos combinados que se instalaron durante los años 90 para aprovechar el chollo de un gas barato que permitía rentabilidades espectaculares. Cuando el gas subió de precio y lo que parecía el negocio del siglo dejó de serlo, los inversores se pasaron a las energías renovables. Todos los que pocos años antes ridiculizaban su capacidad de generación, se lanzaron a llenar el país de aerogeneradores o paneles fotovoltaicos, hasta el punto que ya suman 21.900 megavatios.
Semejante fervor sólo puede entenderse por las generosísimas primas que se conceden a estas energías, que no sólo permiten abaratar su precio hasta hacerlas un hueco en el mercado, sino que las han convertido en el único negocio seguro del país. Todo lo que se produce se vende y a un precio prefijado que deja un importante margen.
Tanta felicidad no podía durar porque, como dejó asentado Felipe González, también se puede morir de éxito. Para el 2010 estaba previsto que en España hubiese instalados 400 megavatios de potencia en centrales fotovoltaicas. En cualquier otro sector, de los deseos del Gobierno a la realidad hubiese mediado un buen trecho, pero en este caso ocurrió exactamente lo contrario. A finales de 2008 ya había instalados 3.400 megavatios, casi diez veces más de lo previsto. Ante el aluvión, el Ministerio de Industria se vio obligado a cerrar la ventanilla deprisa y corriendo, reduciendo las primas, porque la factura anual de las subvenciones a las energías renovables se habían encaramado inesperadamente a los 3.000 millones de euros.
El Gobierno trabaja ahora para cerrar otras espitas, pero se ha dado cuenta de que recoger el agua después de derramada no es tan fácil. Mientras que el Plan de Energías Renovables 2005-2010 preveía la instalación de 500 megavatios termosolares, sobre la mesa de Industria se amontona una montaña de proyectos para construir nada menos que 4.330. Como en la carrera del oro que vivió EE UU en el siglo XIX, lo importante no es el proyecto en sí, ni la ubicación, sino asegurarse un número de registro, para garantizar que se beneficiará de las subvenciones estipuladas antes de que el Gobierno se vuelva atrás. Y así ha pasado lo que cabía esperar. Como en un juego de niños, los unos apelan a Santa Rita para que nadie quite lo prometido y los dueños de la pelota se enfadan porque el partido va mal y quieren marcharse: Industria consiguió que se aprobase en el Senado una enmienda para cortar las subvenciones, con el apoyo de CiU –que luego se arrepintió–, las empresas reaccionaron y las comunidades donde se iban a instalar estos grandes hornos solares también. Resultado: el Grupo Socialista tuvo que desmontar en el Congreso lo que él mismo había aprobado en el Senado.
El problema energético español hace mucho tiempo que ha dejado de ser la insuficiencia de la capacidad de generación, por mucho que a algunos políticos se les llene la boca hablando de ello. Ahora sobra capacidad y el descenso en el consumo de energía eléctrica que se ha producido en los últimos meses ha añadido otro problema más: las centrales de carbón se quedan sin sitio, porque su energía no es competitiva, y el poco carbón que queman es importado, mucho más barato que el nacional. Las minas del país no venden una tonelada, así que ahora tenemos un carísimo sector energético –más limpio, eso sí–; unas minas con las que no sabemos qué hacer y un marco de subvenciones que nadie sabe cómo desmantelar para no ahogarnos en kilovatios. ¿Pero alguien cree que en estas condiciones puede haber interesados en montar centrales nucleares?

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